En tránsito

eduardo / jordá

La vida de los otros

IMAGINO la vida de ese hombre de Zaragoza, de 34 años, que metió un gusano en los ordenadores de sus vecinos para espiar sus vidas a través de la webcam y también para introducirse en la memoria de sus ordenadores, y que así había obtenido miles de documentos y de imágenes privadas de esos vecinos. Ese hombre sabía lo que muchos de sus vecinos hacían en el baño, en la cama, en la cocina, en la sala, en el sofá. Lo que veían, lo que leían, lo que se decían en los chats y en los correos electrónicos. Había visto los "me gusta" que tenían en Facebook, las páginas web que visitaban, las bromas que hacían, los comentarios que se intercambiaban. Conocía engaños, delirios, sueños, historias de amor, estafas, depresiones. Y ese hombre, o lo que fuera, seguía viviendo su vida -o mejor dicho, su no vida-, que sólo consistía en acumular información ajena y en sentir y en conocer las cosas a través de las vidas inalcanzables -pero siempre familiares- que vivían los demás.

Hay gente que admira a los hackers, pero a mí me parecen los tipos más tenebrosos de nuestra época. Y cada vez más nos dirigimos hacia una sociedad de hackers que apenas se relacionan con nadie y que apenas ponen los pies en la calle, y que no hablan con nadie ni van a ningún sitio, porque lo único que saben hacer es pasarse horas y horas encerrados en un cubículo y espiando a los demás. Esos hackers no saben si es invierno o verano, o si ha llegado la primavera, porque eso no tiene el menor interés para ellos, ya que lo único que les importa es lo que va a contestar en un correo corazonmalherido@gmail.com, o con quién está ahora en la cocina WLAN_ED99, o qué chico va a pasar a cenar esa noche con ONO3D2, y qué hicieron ayer después de cenar Instanet_917 o mmaa23456mmaa.

La vida de ese hombre, y de todos los que son como él, se parece mucho a lo que imagino que debe de ser la vida en el purgatorio -si es que existe-: una vida que no es vida, sin emociones ni experiencias reales, una vida en la que los demás no son más que sombras en una pantalla, una vida en la que no sabemos casi nada de los otros, pero al mismo tiempo lo sabemos todo, aunque casi todo eso que sabemos es feo o sucio o deprimente, así que no hay nada noble o generoso o hermoso en todo lo que sabemos. Una vida sin pasiones de ningún tipo, sin deseos consumados ni afectos recompensados ni amores correspondidos. Una vida sucia que ni siquiera sabe que es sucia. Una vida que no vale la pena vivir, aunque mucha gente ya no sepa vivir de ninguna otra manera.

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