LA muerte de Antonia, la mujer de 62 años que fue asesinada la semana pasada por su marido en el pueblo granadino de Cúllar, eleva a 41 las víctimas de la violencia machista en España en lo que va de año, una cuarta parte en Andalucía. Nunca había presentado una denuncia de malos tratos y nadie era consciente en su entorno de que hubiera problemas en el matrimonio. La noche del jueves se produjo una fuerte discusión de pareja que terminó en tragedia. Su marido cogió su escopeta de caza y le disparó en el pecho. Minutos antes de hallar la muerte, Antonia alertó a su hermana preocupada por lo ocurrido. Cuando llegó a su casa la encontró moribunda en un gran charco de sangre, y al marido herido tras un intento frustrado de suicidio. La cronología de hechos de lo que empieza a verse como un problema de "terrorismo machista" se repite con un esquema casi idéntico sin que ni los ciudadanos ni las instituciones sean capaces de dar una respuesta. Un matrimonio "normal", un marido "normal" -cuando no "ejemplar"- y una absoluta perplejidad cuando se produce la agresión. La violencia machista no distingue en edad -es alarmante el aumento de casos entre los jóvenes- ni supone un elemento discriminatorio el perfil sociológico, como se vio el pasado mes de agosto con el asesinato de la directora del Museo de Nerja. Tampoco la situación económica ni la formación son un escudo contra la violencia de género. Estamos ante un problema estructural que requiere una doble respuesta. Por un lado, es necesario activar ese gran pacto social y de Estado que esta semana defendían los grandes partidos y los representantes de todas las administraciones para evitar que los recortes registrados en los años de crisis repercutan en la lucha contra la violencia doméstica por falta de recursos, hay que mejorar la coordinación entre las instituciones y las fuerzas de seguridad para impedir que se produzcan fallos en el sistema de protección y es urgente transmitir una imagen de solvencia y de credibilidad que contrarreste la escasa confianza que las víctimas tienen en el sistema. Nada de ello se consigue con concentraciones de protesta, días de luto oficial y minutos de silencio. Los anuncios de reuniones y las palabras tienen que culminar con toma de decisiones y actuaciones donde todos los partidos e instituciones deben ir de la mano. El segundo reto nos concierte a todos. Nada va a cambiar si no actuamos en el corazón del sistema, si mantenemos el machismo en nuestra estructura social. No podemos esperar que desaparezcan las agresiones si no actuamos en los colegios, en los barrios y en las familias. Son siglos consintiendo y cultivando la desigualdad. El machismo se "aprende" y no desaparece por muy avanzado que esté un país si no se afronta con firmeza, unidad y determinación.

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