Tribuna libre

Evaristo Babé

Abogado

El virus separatista

Mucho se ha escrito y debatido sobre las nefastas consecuencias que, con carácter general, comportan los virus separatistas y el grave daño que han causado a las sociedades en las que se han desarrollado. Virus separatistas -o independentistas que, aunque se trate de conceptos diferentes, suelen producir efectos parecidos y voy a utilizar en este artículo indistintamente- que han infectado a países enteros (que han acabado desintegrados, caso de la república yugoslava), a regiones históricas (tenemos muy próxima la situación en Cataluña, aunque sean mayoría los no separatistas) e incluso a ciudades concretas (recuérdese el Cantón de Cartagena, en la I República).

En todo caso, los separatismos van generalmente acompañados de pensamientos –valga el oxímoron- profundamente reaccionarios, egoístas y cortos de miras. La mayor parte de las veces, promovidos por intereses particulares bastardos que no dudan en ocultar mediante la mentira y la demagogia.

Siempre me ha sorprendido el seguidismo ciego de quienes son conducidos fanáticamente al precipicio con discursos nacionalistas extremos. Que algunos no sepan historia puede explicar que sigan con más pasión que razón a quienes se acaban mostrando como auténticos iluminados o paranoicos. Lo explica, pero no lo justifica. Como decía Baroja: “el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo viajando”. Pues eso también deberían hacer los independentistas de todo tipo y condición: leer más –entendiendo lo que leen, claro está- y viajar, cuando se pueda, para descubrir que hay más mundo que el pequeño en el que se mueven.

Es inconcebible que en pleno siglo XXI, con los graves problemas a los que nos enfrentamos, haya quienes preconicen el separatismo mirándose el ombligo y apelando a la tribu en lugar de tener la mirada puesta en el interés general. En el de los ciudadanos de España y de la propia Unión Europea. Es en la unión donde estriba la fuerza, y en la desunión donde sale a relucir lo peor y más rancio de cada Casa, que solo sirve para debilitar al conjunto. Está claro que algunos no aprenden. ¡Qué le vamos a hacer!

Un lugar común de todo movimiento separatista está en las recurrentes apelaciones al victimismo, a supuestos derechos históricos, al ataque de los grandes y poderosos contra los pequeños y blablabla. La ficción y el relato sectario ocupan en la cabeza de esos iluminados o resentidos el lugar que le correspondería a la realidad y al rigor.El Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Común y Vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, escribió hace tres años un interesante capítulo en un libro firmado por cuatro brillantes autores titulado “Escucha, Cataluña. Escucha, España” en el que, a propósito del engaño del que se sienten víctimas los separatistas, recuerda que “En ocasiones no se produce tal engaño, más bien son los independentistas los que han acumulado un increíble repertorio de falsedades para defender su causa”, destacando unas líneas más adelante “sin que el Gobierno central se molestara en desmentirlo ni en explicar la realidad de esos datos”.

La mentira y la manipulación suelen estar siempre detrás de los discursos independentistas. Es la llamada “ilusión de la verdad”, de la que el miserable Goebbels fue un maestro: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. “Si una mentira se repite mil veces, se convierte en verdad”. La realidad es que nunca una mentira se convierte en verdad, aunque muchas personas de buena fe se la crean. Pero hace mucho daño.

Es sabido que los movimientos separatistas se aprovechan de la debilidad de la condición humana, de quienes no estando de acuerdo guardan silencio, y de quienes, teniendo responsabilidades públicas, se ponen de perfil. La negligencia –cuando no corrupción- de estos últimos acaba siendo siempre conocida, pero el daño causado suele ser ya de difícil o imposible reparación. Por eso, si grave es la culpa de quienes promueven los separatismos es casi mayor la que le corresponde a quienes tendrían la responsabilidad de impedirlos y no lo hacen. La historia está llena de ejemplos. Detrás suele haber intereses ilegítimos que muchas veces acaban en comportamientos corruptos y encubrimientos culpables (caso Pujol y tantos otros). Promovidos los separatismos radicales, la mayoría de las veces, por personajes y personajillos resentidos socialmente, encuentran su caldo de cultivo en personas de bien que, ignorantes del trasfondo, confían en quienes les arengan y venden los beneficios de la independencia.

Ante este tipo de situaciones –que suelen ser además recurrentes en la historia- conviene no callar y denunciarlas públicamente. Es muy conocido el mensaje de Martin Niemöller criticando la apatía y silencio temeroso de los dirigentes políticos y líderes sociales durante el horror de la Alemania de Hitler que tantas desgracias trajo al mundo: “Primero vinieron a por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron a por los sindicalistas, y yo no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron a por mí, y no quedó nadie para hablar por mí”.

Hay que denunciar públicamente los comportamientos separatistas del tipo que sean pues suelen ocasionar desgracias y enfrentamientos lamentables. Por eso, y porque como muy acertadamente escribe Ramón Tamames en su libro “¿A dónde vas, Cataluña?” no se pueden olvidar “los sentimientos, recuerdos, esfuerzos, vivencias y frustraciones en común”, ni tampoco “los momentos de esplendor inolvidable, que también los hubo, los hay y los habrá”. “Nadie en sus cabales puede destruirlo: los contenidos en nuestras neuronas de muchas generaciones nos hacen partícipes de una larga vida en común, haciendo persistir en nosotros una especie de memoria colectiva de cara a un horizonte común”.

El genial actor y dramaturgo español Albert Boadella respondía a la pregunta de un periodista, en marzo del año 2019, diciendo que “habría que juzgar a los separatistas catalanes por pesados”. Y no le falta razón. Aparte de los graves delitos cometidos –que una sociedad libre y democrática debe juzgar conforme a Derecho-, el mero discurso separatista, que se ha hecho ya tan cansino e insoportable, debería ser rigurosamente juzgado también. La relativa complicidad de algunos dirigentes políticos de partidos no nacionalistas guardando, durante mucho tiempo, silencio –muchas veces por negligencia o interés torticero-, no puede ser pasada por alto.A veces, hay que ser muy explícitos para que algunos –y, particularmente, los más pesados y cansinos- se den cuenta de que lo son. Es probable que ni siquiera leyendo líneas como éstas se enteren. Pero hay que insistir.

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