Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

La voz de la Historia habla en Jerez

Un fábula -sencilla, sin tampoco ninguna sedición, ni mórbidas estridencias- que todos hemos aceptado. Una fábula a la pata la llana. Una fábula apta para quienes no olfateen la cicuta de las entrelíneas. Tal que así -con un laconismo color mostaza- concebía Napoleón la Historia. Huelga decir que la Historia está sujeta a toda suerte de tergiversaciones. La goma de borrar y la melena suelta de la imaginación -pro domo sua- hacen de las suyas -o sea: de la capa ideologizada un sayo a medida-. La Historia está hinchada por las mordeduras de lo inexacto. Por el desliz -aposta o no- del dato. La Historia -su busilis, que comúnmente viene de antiguo- no suele trasegar con el penúltimo sorbo de un vino de arbitrario sabor. Aquí la cata no admite doble versiones. El rigor resulta premisa sine qua non. La investigación propende al esclarecimiento de los hechos. Ya dijo Platón que la Verdad es la Belleza y que la Belleza es la Verdad. Amén con acento en la e. A día de hoy la sociedad necesita -como agua de mayo, como un maná intercultural que ponga coto a tantísimos desmanes- historiadores excelsos. Uno de los más palmarios, referenciales para las nuevas generaciones, incontestables para las más veteranas y sobresalientes para sirios y troyanos no es sino Manuel Bustos Rodríguez, quien además me honra con su amistad de años y su reconocible cariño de muchos quilates.

Manolo Bustos es paradigma de académico: no ha mucho, hace apenas un mes largo, las 27 Reales Academias andaluzas le rindieron más que merecidos honores: de manos del presidente del Instituto de Academias de Andalucía -el siempre eficaz Benito Valdés Castrillón- recibió la Medalla de Honor de tal institución. Manolo, además de un preclaro Catedrático de Historia Moderna, es un intelectual impecable. Sin alzar la voz ni desvariar en un palmo de suelo. Todo lo contrario: su acento comedido, su rico léxico, su humildad manifiesta, su currículo de vértigo, su categoría humana -que jamás prejuzga al prójimo y menos aún subestima las acciones de sus colegas y compañeros de corporación- colocan a quien fuese presidente de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz en el alto pódium de los sabios en tierra. En este caso la trimilenaria cuna de la libertad, a la que los griegos llamaron Didýme.

Para la concesión de esta Medalla de Honor no hubo que gastar saliva ni pólvora en salvas: era de cajón. Estaba cantado. ¿Verdad que sí, Paco Garrido Arcas? Bustos tiene la sonrisa ancha. El rostro amable, sin ningún sarpullido de vanidad. Es alto como un ciprés de bonhomía. El semblante, tal el espíritu, joven. Admiro -magister- su capacidad analítica. Ningún capítulo de la Historia se le ha cerrado a piedra y lodo. ¿Historiador con olfato de sabueso? ¡A tal profesión, tal virtud! Manolo Bustos -director de 13 tesis doctorales, director de la Escuela Universitaria del Profesorado Virgen de Europa, vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras y director del Departamento de Historia Moderna en la Universidad de Cádiz, profesor en las Universidades de Sevilla, Cádiz, Lovaina, Sorbona, Burdeos, Hamburgo y San Juan (Argentina)- cerrará mañana martes el curso académico de la jerezana Real Academia de San Dionisio con la ponencia ‘¿Un mundo feliz? Auge, crisis y renovación de las utopías sociales’. Bustos será presentado por su entrañable e íntimo amigo Joaquín Ortiz Tardío, otro académico -actual presidente de la docta corporación de Jerez- que tanto monta en modos, modales y calidad humana. Dios los cría y este tipo de académicos se juntan. No cabe mejor clausura del curso académico. En ‘La rueda de los ocios’ Camilo José Cela abundó a propósito de la orteguiana lucha del hombre con su vocación. Tanto en el caso de Manolo como el de nuestro prestigioso pediatra Joaquín esa lucha ha sido luz de profesionalidad que marcará época. Con la Historia de este sur del Sur como fiel fedataria…

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