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CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

A vueltas con la violencia impertinente

ADEMÁS de las interminables guerras que se suceden en buena parte del mundo, la violencia prosigue presente en todo país democrático y en paz. Y no se limita a la llamada violencia de género, que aumenta en casos casi diariamente, sino que toma cuerpo colectivo en distintas circunstancias, especialmente sociales, ya sean revueltas estudiantiles, protestas obreras o manifestaciones urbanas de distinta índole.

Y se ha escrito que la violencia no es una fuerza, sino el abuso de la fuerza. Apropósito de la consideración apuntada, hay que reconocer que en los últimos tiempos y ahora mismo, se producen numerosos hechos violentos en las calles españolas, causados por los desórdenes públicos con origen en la crisis económica,

Esta presencia tan redundante de la violencia nos lleva a la cavilación, para concluir que la violencia no destruye los derechos humanos, sino que sólo los interrumpe. Lo cual es como reconocer que la fuerza no suele ser un remedio para nada. Sí preocupa, sin embargo, que su uso no termine de ser desechado en casos como las manifestaciones de los trabajadores faltos de de que se les entregue la paga, por ejemplo.

Y decía un cronista de sucesos muy baqueteado en situaciones violentas, que cuando la violencia se desata en la calle, tan peligroso es estar entre los perseguidos como entre los perseguidores. De todas las maneras, que en plena democracia y en un país en paz, surja la violencia hasta ocasionar diversas lesiones, en una manifestación ciudadana en defensa de justificadas reivindicaciones, es algo tan normal como asiduo y es, por añadidura, un tanto vergonzante. Pero no se trata de echar culpas a nadie en concreto. La culpa es de una situación económica que parece insalvable.

Sí, porque de arriba abajo, de derecha a izquierda, el país entero debe sentirse, se siente, digámoslo claramente, afrentado por la falta de soluciones para tan capital problema. Y lamentablemente, se cae en una violencia urbana ilógica. Ilógica, porque hay que empezar ya, sin más pérdida de tiempo, a respetar posiciones y posturas, razones, en una palabra, para que la libertad de expresión no degenere violencia alguna.

Lo dijo Horkeimer, preguntándoselo mismamente: "¿La violencia y el sin sentido no son, al fin y al cabo, una y la misma cosa?". Efectivamente. Y tampoco hay que olvidar que, según A. Graf, la violencia no deja de tener cierto parentesco con el miedo. Esperemos que estos brotes de violencia de masas, muchos de ellos inesperados y repentinos, no crezcan más, porque es muy triste ver a trabajadores y guardias enredados a golpes. Y cuanto se diga después para justificarlos resulta obvio y, ¿por qué no?, deleznable. ¡Ojalá¡ tengamos la crisis en paz. Es lo menos que podemos pedir en este puntual instante.

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