Cuarenta años de democracia y prosperidad

Las elecciones del 15 de junio de 1977 fueron un hito fundamental en ese proceso que maravilló al mundo: la Transición

Hoy conmemoramos una fecha que no debería pasar desapercibida: el cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas en España desde febrero de 1936, cuando se celebraron las últimas generales de la II República. Fue un 15 de junio de 1977 cuando, muerto Franco, los españoles se reencontraron con la posibilidad de decidir quiénes les iban a gobernar y, sobre todo, quiénes iban a redactar la Constitución que se iba a convertir en la ley fundamental de la nueva España, esa que bajo los auspicios de la Monarquía de don Juan Carlos I, iniciaba un proceso de transformación política, social y económica que, en pocos años, nos iba a homologar a los países más desarrollados del mundo, entonces algo impensable.

Las elecciones generales de 1977 fueron un hito fundamental en ese proceso que maravilló al mundo y que se ha conocido como la Transición: una reforma progresiva y pacífica de la dictadura franquista que acabó en una ruptura de facto y en la inauguración de una nueva etapa de la Historia de España, la que sin ningún lugar a dudas ha dado al país el mayor periodo de libertad, paz y prosperidad de nuestro atormentado devenir. Conviene recordarlo hoy no sólo por hacer un simple acto de justicia histórica, sino porque en los últimos tiempos ha prosperado una suerte de movimiento histórico-político, muy vinculado a las formaciones populistas, que intentan presentar la Transición como un oscuro y siniestro pacto entre las élites políticas y económicas, las cuales impusieron a una atemorizada población una pseudodemocracia cuyo principal lema sería el gatopardiano "que cambie todo para que todo siga igual". No se puede hacer un análisis más mezquino de nuestro pasado como pueblo. Como en cualquier proceso histórico de ese calado, en la Transición hubo pactos secretos, letra pequeña y rincones a los que aún no ha llegado la luz, pero en lo sustancial se puede decir que fue la buena fe de unos y otros, de los jóvenes reformistas del franquismo y de la izquierda que había luchado contra el régimen, la que iluminó el camino hacia la democracia. Asimismo, una sociedad ilusionada y valiente, con ansias de modernidad y prosperidad -nada que ver con ese sujeto pasivo y medroso que algunos pretenden ver- quiso acompañar el proceso con sus votos y, sobre todo, con comprensión y una actitud pacífica. Nadie quiso repetir los errores del pasado. Por una vez, España se sacudió su maldición histórica para coger el tren que más le convenía. No deberíamos olvidarlo nunca.

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