Sevilla se convirtió ayer en el escenario en el que el campo andaluz hizo una demostración de fuerza para protestar por la complicada situación del sector agropecuario español. Miles de agricultores y decenas de tractores (500 según la organización y 85, según la Policía) marcharon por las calles de la capital andaluza para protestar, una vez más, por ese cúmulo de circunstancias negativas que están poniendo al sector entre la espada y la pared. El elevado precio de los costes de producción (que ahora probablemente subirán aún más con el conflicto ucraniano), los bajos precios, los cambios legislativos que ha realizado el actual Gobierno en el marco laboral sin tener en cuenta las especificidades del sector primario, la competencia desleal de terceros países, que no están sometidos a los rigurosísimos controles de calidad de la Unión Europea, o una reforma de la PAC que supondrá pérdidas importantes de ayudas al campo (hay cálculos que las elevan hasta los 450 millones de euros) han hecho que la gran mayoría de las organizaciones agrarias se vuelvan a poner en pie de guerra y avisen del desastre que se podría cernir sobre el sector de seguir así las cosas. Es cierto que el agricultor siempre ha tenido fama de hombre quejoso y en exceso reivindicativo, pero en esta ocasión razones no le faltan para alzar la voz. El Gobierno debe atender en lo posible las reivindicaciones del sector primario. Más en una época en la que se le llena la boca con la necesidad de parar la sangría poblacional de la llamada España vacía. Para conseguir que el campo siga siendo un lugar en el que la gente quiera seguir viviendo es imprescindible que la agricultura y la ganadería funcionen, porque son los pilares económicos del mundo rural. El turismo rural, la construcción de infraestructuras, el acceso a la wifi, etcétera, son factores que suman, pero sólo si el campo español sigue teniendo un sector agropecuario fuerte.