Expo 92: un balance agridulce

Jerez participó con un pabellón propio que dejó un gran agujero económico en la ciudad y que no alcanzó sus objetivos de promoción

Hoy se cumplen 25 años de la inauguración de la Expo 92, creada para conmemorar el V Centenario del Descubrimiento de América, pero cuya última intención era mostrar al mundo el dinamismo de la nueva España democrática precisamente en una de sus regiones históricamente atrasadas. Negar la importancia que para la ciudad de Sevilla tuvo dicho acontecimiento no sólo sería un imperdonable acto de cicatería histórica, sino sobre todo un atentado contra la verdad. Al igual que pasó con la Exposición Iberoamericana de 1929, se puede decir con rotundidad que para Sevilla hay un antes y un después de la Expo 92. La transformación de la ciudad fue profunda: se construyeron infraestructuras de transportes de gran importancia (Santa Justa, ampliación de San Pablo...), se levantaron nuevos e imponentes puentes (Centenario, Alamillo, Barqueta...), se conectó a la ciudad con Madrid por AVE, se abrieron nuevas y modernas avenidas, se restauraron monumentos y se crearon nuevos teatros, se recuperó la isla de la Cartuja, y un largo etcétera. La lluvia de millones de inversión pública fue generosa y, de alguna manera, el Estado pagó la deuda histórica que mantenía con la capital andaluza. Sin embargo, 25 años después da la sensación de que Sevilla no supo aprovechar del todo aquella gran plataforma que fue la Expo 92. Una Muestra Universal que se sigue recordando en toda España y Andalucía, pero de una manera muy especial en Jerez, pues esta ciudad fue la única que contó con un pabellón propio en el recinto de la isla de La Cartuja. Lo hizo a través de una sociedad, Tierras del Jerez, liderada por el Ayuntamiento entonces gobernado por Pedro Pacheco. Con numerosas dificultades económicas y también políticas, aquel proyecto faraónico acabó saliendo adelante y durante seis meses Jerez y su entorno exhibieron al mundo sus principales atractivos: vino y caballos. El 'pabellón de la fiesta', como se autodenominaba, no estuvo exento de polémicas y supuso un coste para las arcas municipales de unos 7,5 millones de euros, cantidad estimada pues nunca se llegó a ofrecer una cifra oficial. Pero, como pasó en Sevilla y a otra escala, Jerez no supo aprovechar aquella costosa presencia y la ciudad nunca terminó de compartir las inquietudes de quienes participaron en el proyecto. Algunos de los problemas que vendrían después en la ciudad proceden de aquella aventura, que se eternizó en los tribunales hasta nuestros días. Lo que nació como una manera de vender Jerez al mundo acabó en una pesadilla judicial y económica que tampoco tuvo continuidad. Una lección de la que, por cierto, poco se aprendió en años posteriores. Por todo ello, se puede afirmar que 25 años después, el balance de la Expo 92 no puede ser más que agridulce.

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