Apartir del próximo jueves ya no será obligatorio llevar mascarilla en el exterior, quedando su obligatoriedad sólo para los interiores en edificios públicos. De esta manera el Gobierno oficializa lo que ya era una práctica de facto. La medida es acertada, porque una norma que no se cumple de forma generalizada suele desprestigiar a la fuente de la misma. La ciudadanía, que en general ha demostrado una notable disciplina social durante la pandemia, nunca terminó de entender que tuviese que colocarse una mascarilla cuando paseaba por un parque o una calle con apenas transeúntes. Asimismo, el Gobierno nunca supo explicar con argumentos sólidos la necesidad de esta medida, más allá de unas vagas referencias a la opinión de "los científicos". Hace bien pues el Gobierno en retirar la medida, pero esto no debe llevar a la población a pensar que la pandemia está superada. La mascarilla seguirá siendo obligatoria en los interiores -donde está más que comprobado que es un elemento fundamental para evitar los contagios- y la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) no se cansa de repetir que todavía podemos asistir a nuevas olas de coronavirus debido a sus mutaciones. Da la impresión de que las mascarillas han llegado a nuestras vidas para quedarse, como ya pasaba en algunos países asiáticos desde mucho antes de iniciarse la pandemia del Covid-19. Quizás no de una forma tan generalizada como hasta ahora, pero sí por temporadas (según el ciclo del virus) y en lugares concretos. La responsabilidad de los ciudadanos, con o sin mascarillas, seguirá siendo fundamental para controlar esta pandemia y cualquier otra que se pueda plantear en el futuro. Ahora que se está superando la sexta ola toca aflojar el rigor de las medidas para que recuperemos, en lo posible, la normalidad.
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