Editorial
El polvorín, a punto de saltar por los aires
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Como se ha apuntado en numerosas ocasiones, aún no ha llegado el momento de pedir responsabilidades al Gobierno por su gestión de la pandemia del coronavirus. Si lo ha hecho bien o mal es algo que se tendrá que ver detenidamente, tanto en el Congreso de los Diputados como en el debate de la opinión pública. Entre otras razones porque aún quedan muchas cosas por saber, empezando por la más importante: el desenlace final de la crisis. Sin embargo, ya se pueden sacar algunas conclusiones que caen por su propio peso. Una de la más urgentes y necesarias es el reconocimiento del fracaso en la protección de los sanitarios en su conjunto (médicos, enfermeros, auxiliares, celadores...), precisamente los que deberían estar más protegidos al ser los llamados a librar la batalla contra el Covid-19 en primera línea. Los números no dejan lugar a dudas y son verdaderamente llamativos. En total han sido infectados 12.300 profesionales sanitarios, un 15% del sector. Como dato más trágico han fallecido diez médicos, una enfermera y un auxiliar tras estar en contacto con pacientes. La situación es tal que uno de los periódicos más prestigiosos y leídos de EEUU, The New York Times, ha hablado de los "sanitarios kamikazes españoles", lo cual nos debería provocar una mezcla de orgullo (por tener unos profesionales con tan altos valores humanos) y vergüenza, por no haberlos dotado de los equipos de protección individual adecuados. Está bien que los ciudadanos salgamos todos los días, a las 20:00, a aplaudir a estas personas que lo están dando todo en su lucha contra el coronavirus, pero mejor sería que a partir de ahora exigiésemos a nuestras autoridades políticas que doten para siempre a los centros sanitarios de reservas de equipamiento para afrontar en el futuro posibles situaciones como la que ahora estamos viviendo.
Llevamos años escuchando el mantra de que tenemos uno de lo mejores sistemas sanitarios del mundo. Desde luego es así en lo que a los recursos humanos se refiere. Pero esta crisis nos ha demostrado también las muchas carencias de este sistema. Cuando pase lo peor de esta crisis, habrá que iniciar un debate pausado sobre cómo reforzamos la sanidad y, sobre todo, la seguridad de los que en ella trabajan, porque el heroísmo es algo que siempre es plausible, pero sólo puede ser una excepción en momentos de franca urgencia. Lo normal es que un sanitario pueda hacer su trabajo, ya de por sí estresante, sin la preocupación añadida de que en cualquier momento puede contagiarse y contagiar a su familia.
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