La necesaria vuelta a la moderación

La progresiva radicalización de los proyectos y los discursos políticos no puede traer nada bueno al país

En los últimos tiempos estamos asistiendo en España a una preocupante deriva política: la radicalización de los discursos tanto en la derecha como en la izquierda. No nos referimos sólo a la aparición de nuevos partidos con mensajes excesivamente duros y, a veces, rozando la ocurrencia irresponsable, sino sobre todo a la adopción por parte de las formaciones consideradas como sistémicas, fundamentalmente PP y PSOE, de ideas y coreografías que sólo hace unos años eran impensables en la muy sensata democracia española. El origen de este problema es múltiple: la crisis económica y el agotamiento de los discursos socialdemócrata y democratacristiano, la pérdida de la credibilidad de los principales partidos por la corrupción, el proceso soberanista catalán (que ha desatado fuerzas en nuestra vida política hasta ahora desconocidas), etcétera. Los grandes partidos están logrando sobrevivir a cambio de dar alas a sus sectores más radicales, a los que sólo hace unos años se esforzaban en ocultar y apenas tenían peso en las direcciones de los mismos. Junto al endurecimiento de las propuestas, estamos asistiendo también a una escalada de la agresividad verbal que en nada beneficia a la convivencia entre los españoles. La utilización continua del insulto y de la caricatura está estrechamente unida a la baja capacitación de nuestros políticos, que en muchos casos han tenido que recurrir a inventarse currículos universitarios y profesionales para justificar sus altos puestos.

La actual coyuntura electoral no ayudará mucho a enderezar una deriva que está consiguiendo acabar con la gran herencia ética de la Transición. Esta herencia consistía, sobre todo, en entender la política como un ejercicio de lógica y deseable discrepancia ideológica, pero sobre los pilares de la moderación, el respeto al adversario y el deseo de llegar a acuerdos siempre que fuese necesario. Cada vez más los políticos se consideran enemigos entre ellos, no adversarios. Hay, por tanto, que hacer un llamamiento para que se retome la senda perdida de la moderación. Los muchos problemas que tiene España en la actualidad requieren de grandes consensos que sólo se podrán alcanzar desde la generosidad y el afán de entendimiento. Los principales partidos deben dejar de mirar a los extremos y empezar a buscar de nuevo el centro. La progresiva radicalización de los proyectos y los discursos políticos no puede traer nada bueno al país.

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