El único camino para Venezuela

Lo vivido en las últimas horas demuestra que el chavismo se resiste a dejar el poder que perdió en las elecciones de 2015

En las últimas horas, Venezuela ha vivido unos momentos tan tensos como surrealistas. El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) consumó el viernes la toma de la Asamblea Nacional al asumir sus competencias parlamentarias, un golpe de Estado en toda regla que fue aplaudido por el presidente, Nicolás Maduro. Los jueces nombrados a dedo por el chavismo sustituían de esa forma a los 167 diputados elegidos en las elecciones de diciembre de 2015. Poco después, tras una ola de rechazo internacional ante la medida y protestas en las calles, el mismo tribunal daba marcha atrás, rectificaba y renunciaba a una media tan arbitraria como es atribuirse los poderes del Parlamento de una nación. Se ha frenado, de momento, una decisión que no sólo había provocado la reacción de buena parte de la comunidad internacional sino que había desatado las primeras contestaciones en las calles del país. Sin embargo, lo vivido en estos días es una muestra del estado de profunda división política y civil que existe en Venezuela desde que Maduro perdió las elecciones de finales de 2015, negándose a aceptar un resultado que le alejaba del control absoluto de la Asamblea Nacional. Desde ese momento, a pesar de que inicialmente declaró que aceptaba el resultado de las urnas y la victoria de la oposición, el heredero de Chávez ha tratado por todos los medios de seguir gobernando su país como si nada hubiese pasado, con modos y decisiones dictatoriales al estilo de su mentor. Lo sucedido la semana pasada con el Tribunal Supremo de Justicia no puede volver a repetirse. El chavismo se sigue resistiendo a perder sus cuotas de poder y decisiones como la de tratar de arrebatar a los diputados su representatividad y legitimidad son una muestra del estado de nerviosismo que está instalado entre los jerarcas de la revolución bolivariana. Venezuela ha de encaminarse ya de una vez hacia un relevo en las instituciones, que es lo que democráticamente ha decidido -a pesar de las represalias, purgas y juicios sumarísimos- la mayoría de sus ciudadanos. La dictadura disfrazada de democracia que ha vivido este país tiene los días contados si la comunidad internacional permanece inflexible ante las decisiones de Maduro, que cada vez tiene menos apoyos internos y externos, entre ellos los de los populistas y antisistemas a los que ha financiado durante años. El único camino posible para Venezuela es el de una verdadera democracia, no sólo porque los ciudadanos puedan ejercer el derecho al voto, sino porque existe la separación real y efectiva de poderes en el Estado y porque las instituciones no se confunden con un partido.

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