Tribuna

Alfonso Lazo

Historiador

Antisistemas, populistas y demagogos

En el mundo babélico del siglo XXI las ideas confusas y el uso equivocado de las palabras son un peligro, porque nos están haciendo perder de vista al verdadero enemigo de la libertad

Es populista Macron, quien no hace mucho condenaba el populismo como peligro inminente para la UE? Así al pronto no lo parece; pero si entendemos por populistas los nuevos movimientos que al margen de los partidos tradicionales se hacen con el poder llevados en volandas por los electores, entonces, Macron es un populista. ¿Es un populista Pablo Iglesias? De momento ninguna multitud lo ha situado en la Moncloa; aunque sin duda es un antisistema, pues busca destruir la democracia representativa de la Transición cambiándola por una democracia directa en la calle. ¿Y Pedro Sánchez, es un demagogo? Va de suyo que sí, como lo es Pablo Iglesias y la inmensa mayoría de los políticos: demagogia significa prometer aquello que es imposible, y sin ella no existirían las campañas electorales.

Vivimos en pleno alboroto de la torre de Babel. No es sólo que la tradicional distinción entre izquierdas y derechas haya quedado obsoleta, sino que vocablos antiguos de claro contenido y precisión se vuelven ahora confusos y hasta peligrosos en el uso cotidiano. Osemos, no obstante, entrar ahí con este modesto ejercicio de casuística acerca de la neolengua obligatoria, aun a riesgo de toparnos con la Laica Inquisición cuyo poder censor incluso amenaza ya a la Real Academia Española.

Es lugar común presentar a Marine Le Pen como de "extrema derecha" y genuina antisistema. Ahora bien, esa señora no pretende, ni nunca ha dicho que pretenda, suprimir las libertades, ni la democracia, ni la constitución francesa, ni el sufragio universal; sólo dice en voz alta lo que la Unión Europea busca hacer de tapadillo: frenar las avalanchas migratorias que llegan desde el islam, el Magreb y el África negra, levantando financiados "campos de acogida" fuera de Europa (campos de concentración) como ya hace de acuerdo con Turquía y pretende hacer en concordancia con Túnez y Marruecos. Le Pen quiere lo mismo que Hungría, Austria, Polonia y ahora, Italia. Entonces, puesto que todos los gobiernos de la UE, excepto el de Sánchez, bien a las claras o bien ocultamente, hacen lo mismo, quizás hoy "extrema derecha" signifique únicamente querer cambiar el funcionamiento de la Unión o salir de ella.

Pero el Reino Unido votó el Brexit, y no parece que el Parlamento de Westminster sea una cámara fascista. Si Pedro Sánchez llamó "racista, xenófobo y Le Pen español" a Torra, y ahora le tiende la mano, le sonríe y hasta acabará dándole un abrazo, resulta imposible definir el contenido preciso de tales expresiones (racismo, xenofobia, lepenismo), a menos que Sánchez también estuviera dispuesto a irse de copas con Hitler. Cuidemos las palabras para evitar confusiones mayores, pues extrema derecha, sinónimo del fascismo si hablamos con corrección, sólo hace referencia a regímenes de masas que limitan las libertades individuales, intervienen la economía y acaban con la democracia. Maduro, en Venezuela, sería así un genuino político de extrema derecha, no el muy democrático Gobierno actual de Austria por mucho que tenga una política migratoria que no nos guste y se organicen en Viena escuálidas manifestaciones llamándole fascista.

Otra cosa distinta es el regreso de los césares. Spengler ya escribió sobre esto a principios de los años 20 del pasado siglo. El cesarismo. Dejando a un lado caracteres y figuras más o menos benévolas, malignas, sabias o extravagantes; personajes como Macron, Putin, el presidente de Hungría, Erdogan o el tipo que gobierna Filipinas responden a una crisis general de la democracia. ¿Preocupante? Mucho. Mas no por el césar en sí, si éste mantiene las libertades, los mecanismos de la democracia parlamentaria y los derechos humanos: la democracia enferma genera su propio cesarismo para sanar.

En el mundo babélico del siglo XXI las ideas confusas y el uso equivocado de las palabras son un peligro, porque nos están haciendo perder de vista al verdadero enemigo de la libertad. El enemigo no es el civilizado Gobierno de Austria, ni el bueno de Pablo Casado al que ciertos medios autoproclamados progresistas se empeñan en calificar de extrema derecha. Lo que ciertamente da miedo son las presuntas mayorías en la calle, al margen de jueces y parlamentos, que se toman a sí mismas como el pueblo soberano y reclaman linchamientos: primer paso hacia la democracia totalitaria. Temo que la actual coyuntura en España vaya derivando con rapidez hacia ella, montada a lomos de una demagogia que empezó con un cambio del lenguaje.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios