Tribuna

Francisco J. Ferraro

Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

Brotes verdes e incertidumbres

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Brotes verdes e incertidumbres

Este complicado año, en el que la actualidad está dominada por los efectos de la pandemia del coronavirus, nos vamos haciendo a la idea de que la crisis económica puede ser muy profunda a juzgar por el empeoramiento continuado de las previsiones económicas que realizan instituciones como la OCDE, el FMI, el Banco de España o la Comisión Europea.

Los únicos datos macroeconómicos ciertos (aunque revisables) sobre el impacto de la crisis en la economía española son los del INE correspondientes al primer trimestre del año, que estimaban una caída del PIB del 5,2%, una contracción récord, que se producía con el agravante de que todos los indicadores eran positivos en los dos primeros meses hasta que se desencadenó la crisis en la segunda semana de marzo.

Para el segundo trimestre aún no se dispone de estimaciones del PIB, pero los indicadores parciales auguran una histórica caída de la demanda interna (consumo familiar e inversión empresarial) y externa (exportaciones y turismo), no compensados por el aumento del gasto público en el mes de abril, y que se prolonga buena parte del mes de mayo. Un fuerte impacto que puede haber determinado una reducción histórica del PIB del 20% respecto al segundo trimestre de 2019.

Sin embargo, desde los inicios de la desescalada y, más intensamente, a lo largo del mes de junio, se observan indicios de recuperación. Así, los indicadores adelantados del mes de junio de los PMI (Índice de Gestores de Compra) muestran una fuerte recuperación respecto a los datos de mayo (29,5 puntos), aunque el indicador compuesto para España (49,7 puntos) sigue ligeramente por debajo de los 50 puntos que marca el nivel de estabilidad de los nuevos pedidos. También hay indicios alentadores de recuperación en algunas actividades comerciales, como el gasto con tarjetas de crédito que, tras la caída del 60% en el mes de abril, alcanza tasas positivas en junio, si bien estas dinámicas también reflejan la existencia de una demanda embalsada en el periodo de confinamiento que se ha realizado con la desescalada, pues el ahorro por precaución de las familias aumentó en 30.000 millones de euros en la fase más aguda del estado de alarma.

Otro indicio alentador es el aumento en cerca de 30.000 afiliados a la Seguridad Social en el mes de junio (dato desestacionalizado), y la incorporación a la actividad laboral de casi millón y medio de personas que se encontraban en ERTE durante mayo y junio. Ahora bien, las personas que no estaban trabajando a final de junio, es decir, la suma del paro registrado, los que continuaban en ERTE y los autónomos con ayudas resueltas, representaban el 31,2% de la población activa. Y, además, solo se ha recuperado el 20% de la afiliación perdida durante las semanas más duras de reclusión. Por tanto, si bien hay cierta recuperación, estamos lejos de los niveles de actividad precovid, por ello, lo que ocurra en los próximos meses en el mercado laboral va a ser muy determinante de la fortaleza de la recuperación, pues si las empresas no recuperan las ventas y los pedidos no podrán reincorporar a los que se encuentran en situación de ERTE.

En este marco, si bien las previsiones para la economía española de distintos organismos van convergiendo en una banda entre el 10 y el 15% de reducción del PIB para el conjunto del año, hay signos de que se va produciendo una recuperación continuada respecto a las semanas más restrictivas del estado de alarma, por lo que, aunque estamos lejos de recuperar los niveles de producción de antes de la pandemia, podemos encontrarnos en una senda positiva, que se reafirmaría en 2021 con un crecimiento del PIB en torno al 6%.

No obstante, las perspectivas son inciertas y estarán muy condicionadas por los riesgos de rebrote de la epidemia, por la confianza y expectativas de consumidores y empresarios, por las políticas adoptadas por los gobiernos y por el contenido del programa de recuperación europeo. Y más a medio plazo, por el riesgo de que la crisis de demanda derive en una nueva crisis financiera si la morosidad crediticia acaba afectando a la solvencia bancaria.

Un marco de incertidumbre ante la más grave crisis de la historia reciente que depende de factores muy diversos, pero en el que el comportamiento de los ciudadanos puede contribuir positivamente actuando con prudencia ante los riesgos sanitarios, adaptándose a las nuevas condiciones de vida y trabajo, aumentando el consumo y la inversión quienes puedan hacerlo, evitando la crispación y el desánimo social, y exigiendo a los responsables públicos que adopten medidas sensatas de recuperación, que sean eficientes en las decisiones de gasto público y que no provoquen más confrontación e incertidumbre en la sociedad.

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