Tribuna

José María Agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

Contingencia

No hay quien pare a la evolución, cuyo motor es el azar. El azar sigue al mando en forma de virus. La naturaleza que no piensas le echa un pulso al primate que cree saber

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Contingencia / rosell

Fue siempre deseo de homo sapiens reducir el territorio de dominio del azar para hacerse cargo él de su administración. Imponer el sentido en el piélago insondable de la entropía es la inveterada brega existencial de nuestra especie. Tragedia, drama, comedia, depende de la ilusión del juicio. En un tiempo fueron los dioses o Dios los que calmaron la ansiedad ante la incertidumbre de la desgracia, de la enfermedad, de la muerte. Nada tranquiliza al ser humano tanto como conocer el fin que persiguen las cosas que en la naturaleza ocurren; congruentemente, desde tiempo inmemorial han contado las diversas civilizaciones que nuestra especie ha construido con mitos y religiones que consideran todas las cosas de la naturaleza como si fuesen medios para conseguir lo que les es útil. Esta es la raíz de las nociones de providencia y progreso.

Con la Ilustración y, sobre todo, con el triunfo del paradigma evolucionista se reconoce el imperio del azar y la necesidad en la naturaleza. El establecimiento de los fines es potestad de nuestra especie, que a través del conocimiento podrá dar con los más apropiados medios para su consecución. La victoria de la humanidad sobre sus tres grandes enemigos, a saber, la hambruna, la peste y la guerra, es la prueba irrefutable del progreso. La idea del humanismo, que forma parte del núcleo de lo que se entiende por modernidad junto con las ideas de progreso y civilización, conlleva una buena dosis de antropocentrismo.

Pero hace unos días nuestra cotidianidad quedó en suspenso y el mundo real irrumpió en nuestras vidas arrollando el conjunto de cosas con las que contamos. En nuestro ecosistema antropogénico de certidumbres ha brotado un venero de contingencia, trágica contingencia, que amenaza con anegarlo. La peste ha vuelto, la pandemia que nos mantiene enclaustrados pone entre paréntesis todas las certezas.

No hay quien pare a la evolución, cuyo motor es el azar. El azar sigue al mando en forma de virus proveniente no se sabe de dónde. La naturaleza que no piensa le vuelve a echar un pulso al primate que cree saber. La contingencia que no nos hemos planteado seriamente nos parece extraña, tan improbable que consideramos que no merece la pena planteársela seriamente de tal forma que se la pueda tener en cuenta a la hora de planificar. A nuestro mundo de representaciones, ése en el que las naciones son más reales que la humanidad y el dinero más que la vida, le pasa lo que al rey desnudo del cuento, y ahora nos abruman los dilemas en medio de una encrucijada de incertidumbres: ¿democracia liberal o autoritarismo? ¿Cuidado o economía? ¿Solidaridad o miedo? ¿Salvación o catarsis? ¿Verdad o ilusión? ¿Materia o representación?

Hay que reconocer que nos hallamos ante un prodigioso experimento, ante una de esas pruebas por las que la humanidad ha de pasar de tanto en tanto, todo un reto que nos plantea la naturaleza, un examen a nuestra sabiduría. La que se echa en falta cuando uno oye a ciertos dirigentes políticos, haciendo de capitán A posteriori, ese personaje de la serie de dibujos animados llamada South Park, que es una caricatura de superhéroe cuyo poder consiste en advertir de los errores que se cometieron y que permitieron que ocurriese un desastre. A toro pasado siempre es fácil hacer una buena faena. Denunciaba hace unos días uno de esos políticos, defensor precisamente del arte de la lidia, que el gobierno no hubiera decretado mucho antes el estado de alarma, que tenía que haberse adelantado a los acontecimientos para prevenir esta catástrofe. Qué fácil resulta identificar las señales que la realidad nos mandaba después de que han sucedido los hechos. Críticas en palmaria incongruencia con la postura de su partido respecto de la emergencia climática, a este respecto adscrito al negacionismo.

Esta aciaga coyuntura podría repetirse verosímilmente provocada por una alarma debida a -pongamos por caso- la mala calidad del aire, que lo convierte en irrespirable, o a unas temperaturas por encima del nivel tolerable para un organismo de nuestra especie, o a la carencia de agua potable. ¿Seguiremos disfrutando de las mieles de la inconsciencia dado que todo ello aún se percibe lejano o ni se percibe? ¿Hay sabiduría si no se gana en nivel de conciencia e identificamos las señales que la realidad nos manda ahora? ¿La hay si no valoramos las cosas por lo que son y nos empeñamos en seguir haciéndolo por lo que pueden llegar a ser algún día? ¿Tendrá que infligirnos la realidad una contingencia aún más severa?

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