Tribuna

JAVIER gONZÁLEZ-cOTTA

Escritor y periodista

Dresde, 75 años de la papilla

Dresde, 75 años de la papilla Dresde, 75 años de la papilla

Dresde, 75 años de la papilla

En febrero de 1945 el hombre había llegado ya a la luna. "Andar por Dresde era como ir por la luna", recordaba el soldado norteamericano -y luego escritor- Kurt Vonnegut. La noche del 13 de febrero de 1945 una horrible banda de pajarracos, formada por 796 bombarderos aliados, devastaron la capital de Sajonia (aquel "estuche rococó", como la llamó el judío Victor Klemperer, testigo audaz y superviviente milagroso del nazismo y del infernal bombardeo). Aviones británicos al mando de sir Arthur Harris y, horas después, bombarderos de la Octava Fuerza Aérea de los Estados Unidos convirtieron Dresde en una papilla de castigo.

Vonnegut había sido hecho prisionero en Alemania y se hallaba confinado junto a un matadero de la ciudad. En los días siguientes al bombardeo fue obligado a sacar cadáveres, prótesis de horribles maniquíes y leños de carne humana de debajo de las ruinas y las brasas. El olor dulzón de la muerte se mezclaba con el hedor que emanaba de los carneros y parrillas que se habían improvisado por todo lugar. Muchos alemanes habían perecido calcinados en sótanos. Los escondrijos quedaron convertidos en hornos para cremados. Sobre 25.000 personas murieron en el bombardeo. La historia se reescribe ahora en forma de siniestra ironía. ¿Puede hablarse de un holocausto alemán sin provocar embolias?

A las claras del día Dresde, cantada por Herder como la "Florencia alemana" (luego se la conocería como la "Florencia del Elba"), ofrecía su paisaje más atroz, como si el mal hubiera hallado su más perfecta encarnadura. El ángel custodio de la ciudad, relegado de sus funciones, contemplaba lo dado como la estatua de la Bondad, que había resistido increíblemente en lo alto del ayuntamiento. Atrás quedaron las idílicas postales de Dresde que Belloto pintara desde la margen derecha del Elba. Y atrás quedaron también los cuadros del romántico Caspar David Friedrich, en los que reflejó la inquietante bucolía que desprendían los arados a las afueras de la ciudad.

Todo esto y muchísimo más se cuenta en el extraordinario libro de Sinclair McKay Dresde 1945. Fuego y oscuridad. ¿Por qué Dresde? Pese a su belleza y su prurito como cuna de las artes, el centro de la ciudad -su célebre Altstadt- aún mantenía activas fábricas para uso bélico. Sobre el corazón de Sajonia aún se dibujaba el último corredor de trenes y tropas alemanas venidas del este. El castigo sobre Dresde debía abrir el paso rotundo al Ejército Rojo sobre Berlín y mellar la moral alemana de una vez por todas en plena hecatombe del III Reich.

Lo que hace extraordinario el minucioso trabajo de McKay es el foco con el que lo ha concebido. McKay ha dado voz a los testigos y supervivientes del bombardeo más allá del necesario rastreo de archivos. Escuchamos los testimonios de las víctimas alemanas (historias que anudan el estómago); pero, a la par, escuchamos los relatos de los pilotos que arrojaron las bombas y que temían morir calcinados por las abrasiones químicas y bíblicas que brotaban desde el mismo suelo que estaban triturando.

El 75 aniversario del bombardeo de Dresde trae consigo dos reflexiones. Ambas incomodan el debate y afligen la límpida perspectiva del pasado con la sombra del presente. Una primera reflexión nos lleva de nuevo a releer Sobre la historia natural de la destrucción de W. G. Sebald. Se preguntaba el autor, ya en 2003, por qué en Alemania la memoria de los bombardeos aliados había sido o silenciada o casi extirpada de la memoria cultural del país debido a la larga aflicción y la vergüenza del pasado. Más de 130 ciudades fueron bombardeadas y muchas arrasadas (no sólo Dresde). Murieron seiscientos mil civiles alemanes. La cura del nazismo parecía justificar el fuego purificador. Pero, al fin y al cabo, se preguntaba Sebald: ¿quién se otorga exclusivamente para sí el título de víctima?

La segunda reflexión nos lleva directo a la presente llaga de Europa. En Sajonia, la ultraderecha alemana ha encontrado su hábitat. Viene abonado, irónicamente también, por la larga noche de la RDA y su efluvio de olvido y falsa reconstrucción fraternal socialista (las ruinas de la Frauenkirche luterana permanecieron largos años de comunismo como un muñón sin cura en la plaza Neumarkt). Alternativa por Alemania muestra aquí su fuerza electoral y el movimiento ultra Pegida se fundó en 2004 en Dresde. Todos los 13 de febrero, a las 21:45 (hora de inicio del bombardeo), la ciudad entona su fúnebre memento. Los neonazis aprovechan el luto para extirpar la humillación nacional con banderolas, escénicas paradas y música de Wagner. Otras asociaciones civiles se interponen a la nazificación de la fecha y hasta usan música electrónica para acallar a los carroñeros de la memoria.

Dresde recuerda hoy el dolor de su destrucción. Y, sin embargo, habría que hablar también de la autodestrucción que la habita.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios