Tribuna

Antonio Porras Nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

Fuego electoral

Fuego electoral Fuego electoral

Fuego electoral / rosell

Hubo alguna vez un cierto imaginario colectivo donde la dinámica electoral tenía un sentido episódico o periódico- es decir, cada cuatro años-, dando lugar a periodos intermedios de relativa estabilidad durante los cuales el proceso político se desplegaba de forma normalizada a lo largo de la legislatura sin llegar a esa suerte de histeria colectiva que supone la convocatoria de elecciones.

Es posible que, en rigor, ese escenario de relativa estabilidad no haya existido nunca. La superposición de convocatorias nacionales, autonómicas y locales con distintas agendas ha dado lugar a una sucesión descontrolada de llamadas a las urnas que a veces los propios gobernantes alimentan mediante la disolución anticipada. Es más, la propia filosofía de la acción de gobierno se ha impregnado de la dinámica competitivo-electoralista: no se gobierna para resolver problemas colectivos, sino para ganar las elecciones. La actuación cotidiana de los gobernantes se orquesta mediante actos de tipo electoralista, en los que masas de hinchas incondicionales y extasiadas animan a sus líderes como si estuvieran en vísperas electorales. La estrategia del gobierno se orienta hacia un tipo de medidas que permitan ganar votos: no se trata de gobernar para resolver problemas colectivos, sino para subir en los sondeos.

Son precisamente los sondeos los que están calentando el ambiente ante la sorprendente subida de Núñez Feijoo, colocándose ante la expectativa de una alternancia normalizada para el año próximo. Y esa subida de la temperatura es la que está avivando la sensación de fuego electoral, en paralelo a los múltiples incendios que asolan nuestra geografía.

Pero cuando suena el gong de la competencia electoral es cuando salen a relucir las armas. Y entre las armas que pueden utilizar nuestros líderes para atraer el apoyo popular, la más preciosa, la más anhelada, la más trascendental, resulta ser el propio gobierno. El gobierno es, en efecto, el principal instrumento para ganar votos. Por eso a Pedro Sánchez le ha entrado la urgencia de gobernar.

En realidad, es una urgencia que, a estas alturas, tras tanta pandemia y tanta crisis, parece un poco desinflada. Es como lo que hacen los ciclistas que corren el Tour: acelerar en el último momento para ganar al esprint. Tras tantos palos de ciego, tras tanto cultivo de la imagen, tras tantas políticas tentativas y erráticas, el nuevo eslogan sanchista de "ir a por todas" parece inevitable: o ahora o nunca.

Mientras tanto, parece de Núñez Feijóo se inclina a aceptar el envite de estilo sureño al que le impulsan las circunstancias, abandonando la tenue altivez de rey suevo para asumir el viejo aforismo de la filosofía musulmana: "Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo". Lo que tiene que hacer Feijóo es no hacer nada, dejando que la nave del sanchismo se hunda por sí sola.

La hipótesis de que durante el plazo de un año se produzca un milagro evidentemente existe: son los milagros del gobierno que a veces se han producido, como cuando el New Deal de Roosevelt o el Plan Marshall en Europa. En el plazo de un año podremos llegar a percibir por fin los efectos benéficos del maná que nos llega de Europa en forma de fondos Next Generation, podremos contemplar acaso el milagro de ver bajar el precio de la energía, de llegar a la paz en Ucrania, o de comprobar que llevamos a un auténtico y experimentado timonel pilotando nuestra nave colectiva; de dejarnos deslumbrar por el alarde de luces de artificio con que nos amenaza el Ejecutivo. Y nuevamente cabalgando colectivamente entre los fuegos electoralistas y mediáticos, sin la menor perspectiva de desarrollar líneas de gobierno congruentes y estables, con tiempo suficiente para que generen sus consecuencias positivas; nuevamente estresados en el vaivén partidista y su variado cromatismo competitivo; nuevamente sumergidos en el cortoplacismo de medidas estrella anunciadas hoy y reanunciadas mañana; nuevamente con la cantinela de que se trata de escuchar la voz de la ciudadanía.

La liza electoral no es una especie de justa en la que los contrincantes luchen apoyados en el principio de paridad de armas. Al contrario, es una competencia desigual en la que las armas más poderosas están siempre en manos del Gobierno. Por eso se suele afirmar que, en realidad, las elecciones no se ganan, sino que se pierden. Y en ese fuego electoral, apoyados en sus inefables asesores de imagen y fogeados cotidianamente en el albur de un buen tuit viral, nuestros dirigentes parecen cabalgar en una carrera desenfrenada que les lleva hacia un horizonte sin final.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios