Tribuna

FERNANDO CASTILLO

Escritor

Inolvidable Addie Pray

Inolvidable Addie Pray Inolvidable Addie Pray

Inolvidable Addie Pray / rosell

Hay que reconocer que los canales de pago, además de emitir las series que todos siguen, tienen la virtud de rescatar películas que nunca deberían haber sido olvidadas. Gracias a esas cadenas de televisión que recuperan films, algunos ya viejos, uno puede volver a ver imágenes que desde la infancia se han convertido en recuerdo casi borroso y están a punto de fundirse a pesar de la impresión que dejaron. Pienso en la secuencia en la que Van Johnson, ciego y perdido a merced de un asesino, se encuentra en las ruinas del Londres del blitz en A 23 pasos de Baker Street, la película de Henry Hathaway de 1956, con un color casi de pastel. O en las imágenes de las arañas gigantes, aun más siniestras en blanco y negro, que amenazaban Los Ángeles en La Humanidad en peligro, la obra de serie B de Gordon Douglas rodada en 1954.

Pero gracias estas recuperaciones televisivas también es posible volver a ver otras películas más cercanas cuyo recuerdo amenazaba con perderse y que, como un regalo inesperado, aparecen sorpresivamente en la programación de algún canal. Es el caso de Luna de papel (Paper Moon), la película dirigida por Peter Bogdanovich en 1973, protagonizada por Ryan O'Neal y su hija Tatum, encarnando a Moses Pray y a la niña Addie Loggins, luego convertida en Addie Pray. Es una encantadora road movie de un pícaro timador de poca monta que vende biblias por los pueblos de Kansas y Missouri a las viudas y dependientas, al que acompaña una niña huérfana que acaba convirtiéndose en el socio ideal del estafador. Pocas veces se ha podido aplicar con más acierto el término de road movie desde su aparición con La diligencia, la mítica obra de John Ford, que a esta película de Peter Bogdanovich que muestra las andanzas de una pareja imposible por el Medio Oeste.

Pero Luna de papel es sobre todo un fresco de la Gran Depresión en el mundo rural americano que siguió al crack de 1929, el mismo que recorre otra película de carretera como Bonnie and Clyde de Arthur Penn, que recoge las andanzas de la pareja de atracadores por los mismos años de crisis y prohibición, de sequía y Dust Bowl, aunque se aluda a Roosevelt y suene la canción del New Deal, Happy Days are Here Again. Un mundo de abandono, miseria y desesperación del que escribió John Steinbeck y retrataron Walker Evans, Margaret Bourke-White o Dorothea Lange, en unas fotografías que inspiraron al húngaro Lazslo Kovács, quien da a las imágenes de Luna de papel, rodada en blanco y negro con mirada de Edward Hopper, un aire más expresionista que documental, pero recogiendo la atmósfera de los días de la Gran Depresión que cantó Woody Guthrie en su Dust Bowl Blues. Aunque está considerada una comedia, y ciertamente hay momentos de humor, en Paper Moon siempre alienta el drama de unos personajes solitarios, sin trabajo, sin arraigo y sin familia, a los que la crisis les ha echado a la carretera, convertida en una metáfora de la existencia, de la que se intuye no serán capaces de salir. Ese viaje a ninguna parte de unos personajes que no tienen nada más que lo que llevan en el coche, no responde a una huida ni a la búsqueda de un destino. Es un viaje sin fin, a la nada, un itinerario que carece de objetivo, de una estación terminus a modo de tierra prometida, el que llevan a cabo aquellos que no tienen ni siquiera dónde ir, como esa niña y el tipo al que ha adoptado como padre, porque es en la carretera donde encuentran su modo de vida y en el automóvil su verdadero hogar. No resulta extraño que los coches, los hoteles de pueblo, los aparatos y los programas de radios, los cafés, los talleres y las gasolineras, las camareras, los paisajes de la América profunda y sobre todo la carretera, tengan tal presencia en la película que se diría adquieren la condición de personajes secundarios.

Es Paper Moon una película protagonizada por una niña tan singular que consigue que no sea una película de niños, en la que siempre alienta cierta ternura elegante que, como es de esperar, es más intensa, sin dejar de ser contenida, al tratar del supuesto padre -da igual si lo es o no- o de personajes que no aparecen nunca como la madre de Addie, una antigua novia tanto de Moses como de otros muchos, muerta en un accidente. Un sentimiento que alcanza a personajes secundarios como Trixie Delight -una equívoca artista de feria con pretensiones de diva que deslumbra a Moses- e Imogene, su joven e ingenua criada negra, que no tardará en hacerse amiga de la despachada y listísima Addie. En fin, una película dramática y divertida que narra el encuentro de dos vidas complicadas y solitarias en un contexto difícil en el que sobreviven viviendo en sus límites, que probablemente hoy no se hubiera podido realizar al aparecer una simpática e inteligente menor de diez años fumando con soltura y en un papel de timadora de ancianas. No sé que se hubiera ganado con ello, pero si sé que el cine hubiera perdido una grandísima película.

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