Tribuna

Javier González-Cotta

Escritor y periodista

Invento y verdad de Jesús Nazareno

Invento y verdad de Jesús Nazareno Invento y verdad de Jesús Nazareno

Invento y verdad de Jesús Nazareno / rosell

Por las calles nos hemos topado en estos días con pasos y tronos de Semana Santa. Sobre las tarimas ambulantes (ya sean imponentes o ciertamente lamentables) se han escenificado los pasajes evangélicos de la Pasión de Yeshúa ben Yosef, nuestro Jesús de Nazaret.

En esta parte del mundo católico hemos ido adquiriendo como una especie de teatrillo mental, de conciencia estética acerca de lo que debió ser aquel fabuloso drama. La Semana Santa es su eclosión. Los olivos en un paso recrean la agónica soledad de Getsemaní, aquel huerto donde el galileo fue supuestamente besado por el supuesto traidor y, finalmente, prendido por la soldadesca.

Bien ante Anás, ante Herodes Antipas o ante Caifás, ciertas cofradías de la Semana Santa sevillana recrean el supuesto juicio paralelo a Jesús por parte de los sumos sacerdotes judíos. Las escenas, reinterpretadas de los Evangelios, adquieren su cualidad de folclore ambulante, sobre todo cuando los pasos se mecen con las ya cosificadas virguerías de los costaleros. Cornetas y tambores inflaman el momento dado bajo la manida luna de paresceve.

Como todos los años todo esto sigue embelesando a quienes les gusta la Semana Santa. Pero nos preguntamos, sin ánimo de chafar la ópera callejera, qué hubo de verdad histórica en estas escenas. Por eso hemos repetido de forma molesta la palabra supuesto o supuestamente al principio.

Si atendemos al prefecto Poncio Pilato, ¿fue éste el romano medio bueno, inerme y cohibido por los hostiles sacerdotes judíos? ¿Existió el episodio de la célebre palangana? ¿No fue más bien Pilato un romano implacable, que atajó al revolucionario condenándolo a la infamante crucifixión? ¿Pesó más la condena judía o fue toda una lección de ejecución romana? Y Barrabás, ¿existió este sujeto?

Si uno lee el imponente libro de Fernando Bermejo Rubio, uno de los máximos expertos en historiografía sobre Jesús de Nazaret, podrá airear alguna que otra duda razonable sobre la verosimilitud de los evangelios. El invento de Jesús de Nazaret no es, como señala su autor, una vana refutación del personaje histórico. Para Bermejo el término invención no supone negar la idea de que el personaje existió probablemente. Lo que intenta expresar es el hecho de que una figura presumiblemente real se ha vuelto un ser apenas reconocible por las modificaciones que ha sufrido a lo largo de la historia por parte de exégetas e intérpretes.

Desde siempre los hermeneutas especializados en Jesús se han dividido en dos bandos. Unos apelan al Jesús auténtico, en el sentido del Jesús taumaturgo que muestran los evangelios. Pero otros ahondan en el otro Jesús auténtico, el que da pie al mito, el que se halla oculto en los textos sagrados y ha de ser revelado aún por la investigación histórica y el análisis literario. No obstante, ambos grupos coinciden en la prueba más que razonable de que Jesús, como personaje, existió realmente.

De hecho la arqueología demuestra en gran parte que las crónicas de Lucas, Mateo, Marcos y Juan coinciden con la interpretación que hoy se tiene de los restos milenarios de aquel tiempo. Otra cosa distinta es considerar si el lugar atribuido en Belén es el sitio exacto de la venida del Niño Dios al mundo, o si, del mismo modo, la iglesia del Santo Sepulcro, con sus rencillas entre credos cristianos, alberga con científica veracidad el lugar donde Cristo fue depositado en una tumba cavernosa cercana al Gólgota. La arqueóloga y periodista Kristin Romey recuerda la máxima de los suyos en arqueología: "La ausencia de la prueba no es la prueba de la ausencia".

Volviendo a Bermejo Rubio, lo que éste pretende con su libro, como decíamos, es intentar liberar a aquel predicador palestino, coetáneo de Augusto y de Tiberio, de la magnificación legendaria que ha desdibujado su más que presumible huella histórica. Los apresurados tildarán de chocantes -cuando no blasfemas- algunas conclusiones. Pero no ha de tomarse por irreverente lo que no es sino una rigurosa reconstrucción histórica, que podrá incluso ser refutada, pero con fuentes contrastadas y no al amparo, como habitual comodín, de la luz de la fe.

El libro de Bermejo va muchísimo más allá de la verdad plausible o no de los pasajes de la Pasión. Pero, al haber sido ahora el tiempo de los capiruchos, nos hemos quedado como repensando, recomponiendo el citado teatrillo mental. La piadosa tramoya sigue reuniendo escénicamente, sobre pasos y tronos, los pasajes aprendidos desde niño acerca de la tortura, la humillación y el escarnio del nazareno.

Pero el imaginario no se nos desploma ya ante la refutación del experto (refutable también él mismo). En El Evangelio según San Mateo de Pasolini, un clásico revisitado en estas fechas, aprendimos a ver el verdadero rostro de María en la cara desencajada de una vieja plañidera al pie de la cruz (a la sazón la propia madre de Pasolini). Nada que ver con los rostros, insolentemente aniñados, de nuestras vírgenes andaluzas.

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