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Tribuna

Manuel Ruiz Zamora

Filósofo

Noticias del desierto

Ya hemos empezado a ver en Valencia y Baleares las mismas metodologías de disgregación y enfrentamiento que tan excelentes resultados han dado en Cataluña

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Noticias del desierto / rosell

Qué es el nihilismo?, se pregunta Nietzsche. Y responde: el desierto que crece. El nihilismo, en su vertiente más reactiva, es un principio inexorable de disolución, de disgregación, de descomposición efectiva. Es la nada apoderándose del ser. En la política española, hace ya mucho tiempo que ese principio lo encarna con eficacia incontestable el Partido Socialista. Allí donde este alcanza responsabilidades de poder crece el desierto. La metodología siempre es la misma: la fuerza reactiva que representa el socialismo se convierte en el cauce para que avancen las arenas del nihilismo más activo. El Partido Socialista no es nada (¿alguien podría definir cuál es su ideología? ¿Con qué programa se presenta a las elecciones?), no propone nada, no aspira a nada, salvo al poder por el poder mismo, que es, por cierto, uno de los rasgos más reveladores del nihilismo. Voluntad de voluntad, que decía el filósofo alemán.

Esto, en cualquier caso, no es una cuestión de opiniones, sino la simple constatación de una realidad empírica. El problema de nuestra democracia, como están demostrando las últimas elecciones, no se encuentra en los extremos, en donde anidan reverberaciones más o menos exóticas que, mantenidas convenientemente a raya, tan solo contribuyen a darle un toque de color a un jardín que de otra forma resultaría tal vez demasiado monótono. El verdadero problema que arrastramos es que uno de los partidos que debía de ejercer de baluarte contra las extensiones del nihilismo opera de facto como el caballo de Troya a través del cual este se infiltra en el perímetro de la ciudad.

Volvamos de nuevo a Nietzsche, referencia ineludible en este tipo de fenómenos. En la Genealogía de la moral, nos dice: "Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un fuera, a un otro, a un no-yo". Proféticamente, el filósofo está anunciando lo que podríamos denominar metodologías del identitarismo, esa forma de ingeniería social que consiste en la gestión sistemática de los enfrentamientos entre los grupos a partir de la creación, en cada uno de ellos, de una conciencia de agravio indefinido. Esto, que según apunta el último libro de Mark Lilla, se ha revelado como el lastre principal en las posibilidades de acción política de la izquierda en Europa y EEUU, ha constituido en España el clavo ardiendo que le ha dado el triunfo al socialismo. Carente de cualquier tipo de doctrina política, el Partido Socialista se nutre del maná político del resentimiento. El resentimiento de esas mujeres tristes que, a falta de ideales más altos y formas más nobles de vida, han encontrado un sentido en hacer de la inquina un sinónimo de feminismo; el resentimiento de los paletos, eternamente temerosos a la apertura al mundo; el resentimiento de los fracasados, incapaces de revertir la mirada del fracaso sobre sí mismos.

Todos ellos constituyen las arenas del desierto. Entre las mentes positivistas siempre ha suscitado cierto desprecio aquella expresión de Heidegger en la que afirmaba que "la nada nadea". Pues bien, si quieren tener una constancia empírica de tal hecho, tan sólo tienen que seguir las políticas de esa nada que es el Partido Socialista. No entraremos, por falta de espacio, en la responsabilidad que han tenido en la degradación imparable del sistema educativo, condición de posibilidad para todas las otras irradiaciones del nihilismo. Ciñámonos al plano de lo estrictamente político: Primero fue el desierto catalán, cuya instauración podríamos personificar en dos familias: la familia Pujol, como comisionados de los amos del erial, y la familia Maragall, en el papel estelar de lacayos obedientes y obsequiosos. Al final, como era de esperar, han confluido en una unidad de destinos en lo nacional, que va a desembocar en la próxima entronización de Pedro Sánchez con la colaboración, por activa o por pasiva, de todos los nihilistas: la esencia del desierto es avanzar. Ya hemos empezado a ver en Valencia y Baleares las mismas metodologías de disgregación y enfrentamiento que tan excelentes resultados han dado en Cataluña. La guinda del pastel la constituye el pacto con Bildu en Navarra. ¿Cómo dejarse atrás a quienes el representante más siniestro y conspicuo del nihilismo patrio había calificado como "hombres de paz"? La disyuntiva ya, entre las mentes más lúcidas, es si ponerle bridas al nihilismo, aliándose circunstancialmente con él, o dejar que sea pasto de su propio carácter destructivo. Mientras tanto, los límites de la polis, de ese espacio en el que la ley nos protege de los bárbaros que habitan entre nosotros mismos, es cada vez más reducido. Y como ha ocurrido en Cataluña, el partido nihilista irá menguando a medida que se vaya cumpliendo su cometido: que el desierto ocupe todo el espacio político.

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