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Tribuna

Antonio porras nadales

Catedrático de Derecho Constitucional

Obviedades

Claro que los servicios de seguridad tienen que pinchar teléfonos de potenciales delincuentes que, por supuesto, deben ser autorizados por el correspondiente juez

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Obviedades / rosell

La vorágine mediática que nos invade, acompañada del apogeo conspiranoico generado por las fake news, nos está llevando hasta el límite de ignorar las puras obviedades; o sea, las cosas que se explican sencillamente desde el más elemental sentido común.

Que los delincuentes tienen una relación difícil con el Código Penal parece lo más obvio del mundo: es el instrumento legal que sirve para meterlos en la cárcel. Pero cuando tales delincuentes resultan ser políticos nacionalistas, las relaciones se enrarecen hasta llegar a una auténtica inversión de la realidad. Porque los nacionalistas, por definición, parece que no pueden cometer delitos. Ya nos sucedió hace décadas con el terrorismo etarra. ¿Delitos, qué delitos? Quién iba a decir que los valiosos patriotas vascos estuvieran cometiendo algún delito: el Código Penal estaba de sobra para ellos, para quienes perseguían una sagrada causa. Y ahora la cantinela se replica en Cataluña: claro que las fuerzas de orden y los servicios de seguridad tienen que pinchar teléfonos de potenciales delincuentes que, por supuesto, deben ser autorizados por el correspondiente juez, como establece la Constitución. Si las bandas de narcotraficantes o mafiosos son vigiladas de esta manera, lo mismo tiene que suceder con las bandas de independentistas. Es una pura obviedad. Venir ahora a tratar de montar un escándalo donde no lo hay parece de una frivolidad gratuita e inexplicable.

No sabemos si las autoridades ucranianas estarán siendo también espiadas en sus móviles por las autoridades rusas o más bien a la inversa; cualquiera sabe. ¿Acaso habría que montar un escándalo por tal cuestión? A lo mejor hasta debemos rechazar la obviedad de la guerra de Ucrania porque, como dice Putin, no es una guerra, sino una "operación especial": o sea, que no hay bombas, cañones, incendios, muertos, crímenes; todo eso deben ser fake news que nos ofrece la prensa occidental, mentiras inventadas.

Que el sistema político ruso había concentrado en su seno lo peor de lo peor del mundo, hace tiempo que lo sabíamos: es un régimen montado sobre los servicios de seguridad del antiguo KGB, apoyándose en el más tóxico de los capitalismos tóxicos. Pura obviedad. Pero ahora resulta que no, que la causa de Putin tiene unos benévolos defensores en el mundo occidental, el apoyo de la extrema izquierda y de la extrema derecha, convertidos de forma sorprendente en milagrosos discípulos de Ghandi. Acaso porque no sabemos si a lo mejor se trata, en realidad, de una ilegítima invasión de Occidente sobre la pacífica patria rusa: un auténtico escándalo.

Tampoco sabemos por qué hay que dejar de llamar delincuentes a los independentistas catalanes, que fueron juzgados y condenados públicamente como tales por el Tribunal Supremo. Porque ahora parece que no se trataba en realidad de delincuentes, sino de pacíficos ciudadanos, tan pacíficos como los amigos de la causa etarra. ¿Qué responsabilidades hay que depurar en un caso de pinchazos telefónicos a algunos sospechosos delincuentes, controlados por el juez correspondiente? Es lo que se hace, obviamente, en todos los Estados de Derecho. Del mismo modo que no debemos arrepentirnos de llamar guerra a la guerra de Ucrania, tampoco tenemos por qué extrañarnos de que los teléfonos de unos delincuentes separatistas sean pinchados por las fuerzas de seguridad. Y del mismo modo que los ucranianos se defienden heroicamente de la invasión rusa, así debemos defendernos todos los ciudadanos pacíficos de la delincuencia organizada. No dejemos nunca de llamar guerra a la guerra ni delincuencia a la delincuencia. Es la evidencia de lo obvio.

Pero lo más paradójico es la curiosa alianza de pareceres entre extrema izquierda y extrema derecha a propósito de la guerra de Ucrania, en la que acaso se esconde el sorprendente germen de una futura e imprevista coalición de Gobierno. No sabemos si es que alguien sigue pensando, en su bendita ignorancia, que el sistema ruso es todavía un sistema comunista, o si se trata de un deliberado apoyo al siniestro capitalismo mafioso desarrollado en Rusia tras al desmantelamiento de la Unión Soviética, bajo la mano maestra del gran envenenador Vladimir Putin.

Porque al final, desde nuestra visión conspiranoica de la realidad, la culpa de todos los males será, como siempre, de Occidente. Por eso, habría que apoyar la causa de los pacíficos militares rusos, de los patriotas nacionalistas o, incluso, de los fundamentalistas islámicos; o sea, la causa de los oprimidos y marginados de la tierra. Por este camino, a base de invertir la realidad, vamos a acabar rompiendo con el más elemental sentido común e ignorando lo que son puras obviedades.

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