Tribuna

Francisco J. Ferraro

Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

Regular la globalización

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Regular la globalización

La globalización, entendida como el proceso de intensificación de la internacionalización de la economía mundial que se produjo desde la década de los noventa del pasado siglo, ha sido un factor determinante del progreso mundial, que ha permitido salir de la miseria a cientos de millones de personas de países emergentes y en vías de desarrollo, y aumentar el nivel de vida de la inmensa mayoría de la población por el abaratamiento relativo del consumo y el aumento de la renta.

Pero también ha provocado efectos indeseados en los países desarrollados derivados de la deslocalización de empresas y la sustitución de la producción local por importaciones de manufacturas a bajos precios de los países emergentes. Estos efectos se han concretado en aumentos del paro y disminución o estancamiento de los salarios de amplios sectores de las clases media y baja de los países desarrollados, invirtiéndose la tendencia a la reducción de la desigualdad que venía produciéndose desde la segunda guerra mundial, lo que se ha acentuado con la Gran Recesión y han propiciado una creciente insatisfacción social que se encuentran en la base de la pérdida de aprecio de los partidos tradicionales en las democracias occidentales, y en la irrupción de los populismos.

Por su parte, China y algunos otros países han sabido aprovechar el contexto de liberalización comercial y las facilidades para los países menos desarrollados para inundar los mercados occidentales de una gama de productos crecientemente diversificada, mientras que han mantenido protecciones no reguladas o tramposas, se han beneficiado del dumping laboral, de las escasas restricciones ambientales y de las ayudas de estado a las industrias, a la vez que han seguido limitando la movilidad del capital y la libertad de empresa y no han amparado suficientemente la propiedad intelectual.

La conjunción del malestar social por los efectos de la globalización y el elevado déficit comercial de EEUU están en la base de la política proteccionista de Donald Trump (America First), lo que le llevó a subir los aranceles a las exportaciones chinas en 53.000 millones de dólares en junio del pasado año y la previsión de extenderlo a productos por 200.000 millones adicionales el 1 de enero de este año. A lo que China replicó en julio con aranceles a los productos estadounidenses por 34.000 millones de dólares, en agosto por 16.000 millones y en septiembre por 60.000 millones.

Esta dinámica disparó la preocupación mundial por los efectos de una potencial guerra comercial, y ocupó el centro del debate de la reunión del G20 del pasado diciembre en Buenos Aires, donde, en un ejercicio de realismo (después de confirmarse la desaceleración de China y el grave impacto en las bases electorales de Trump, como los productores de soja), los presidentes Trump y Xi Jinping acordaron iniciar un periodo de negociación de tres meses, aplazando EEUU la subida de aranceles previstas para el 1 de enero, mientras que China accedió a comprar una cantidad sustancial de productos estadounidenses. Próximos a cumplirse el plazo, esta semana hemos tenido noticias de que las negociaciones avanzan razonablemente y de la disponibilidad de ambas partes de ampliar el plazo de negociación si fuera necesario.

Más allá de la singularidad de estas negociaciones, a las que se suman otras iniciativas en Alemania o de la Comisión Europea de someter a control la inversión extranjera en sectores estratégicos, lo relevante es que se ha iniciado un proceso de revisión de las relaciones económicas internacionales fuera de los marcos de la Organización Mundial de Comercio y los acuerdos multilaterales. En este escenario, algunos respetados economistas, como Dani Rodrik, nos advierten de los riesgos del proteccionismo, pero también señalan los riesgos de un "hiperliberalismo ingenuo". Entre estos riesgos, además de las ineficientes asignaciones de recursos en una competencia global imperfecta, se señala la necesidad de que los responsables políticos nacionales recuperen la sintonía con la sociedad, para lo que requerirían un mayor margen de maniobra político económico, aunque también se desconfía de los riesgos que pueden incurrir los políticos moviéndose en un marco de restricciones económicas laxas.

Lo cierto es que la reforma de la globalización, con esta u otras expresiones, estará en el centro del debate político y económico internacional en los próximos años. Abordarla con ambición de futuro y sentido de la realidad es clave para un futuro de progreso económico y social, e imprescindible para que las tendencias iliberales y autoritarias no capitalicen el actual descontento de amplios sectores sociales de los países occidentales.

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