Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Un bello estilo

Falter ha demostrado cómo el nazismo mordió en el electorado socialdemócrata mucho más de lo que se pensaba

Un bello estilo Un bello estilo

Un bello estilo

Amediados de los años 80 del pasado siglo tuvo lugar en la entonces Alemania Federal lo que se llamó la polémica de los historiadores. Su origen fue un ensayo de Ernst Nolte, uno de los mejores estudiosos del fascismo, donde se rebatía la tesis de aquellos historiadores devotos de la vulgata marxista para quienes los fascios de la Europa de entreguerras sólo fueron un artificioso instrumento del gran capital. Nolte, por el contrario, sostenía que el fascismo fue un movimiento de masas que utilizaba las mismas armas de un bolchevismo amenazador: manifestaciones multitudinarias ("ganar la calle", decían los caudillos fascistas), ataques al Parlamento como corrupto y manejado por los poderes económicos, intervencionismo, economía dirigida, Estado totalitario, campos de concentración; comunismo y fascismo hermanos gemelos enemigos con un odio común hacia la libertad. Hoy, la historiografía especializada (Payne, Robert O. Paxton, Renzo de Felice, Kershaw, Joan María Thomas, José Antonio Parejo) suele dar la razón a Nolte.

Los movimientos que aspiran a ser de masas, buscando una supuesta belleza en la confrontación partidaria, priman el estilo sobre la ideología como forma de atrapar muchedumbres emotivas; lo que Gramsci llamaba, para condenarla, "estetización de la política". Para el fascismo en general y el nacionalsocialismo en particular, la democracia era fea: una confabulación de partidos a espaldas de los ciudadanos, y unos parlamentarios verbosos que a nadie representaban salvo a las "fuerzas ocultas"; frente a tanta fealdad, la belleza de la lucha abierta en la calle: las mareas, las masas rodeando el Parlamento. Cuando los nacionalsocialistas comenzaron a crecer en los escaños del Reichstag trasladaron al interior de la Cámara ese estilo rompedor de insultos y gritos, cada vez se veían allí más uniformes con la esvástica; porque el estilo de combate exige uniformidad, bien los uniformes paramilitares, bien la uniformidad descamisada. La belleza de la democracia directa frente a la fealdad parlamentaria.

Cuando Ana Colau asegura que el tiempo de la democracia representativa ha pasado ya está diciendo lo mismo que decía Benito Mussolini desde el balcón del Palacio de Venecia en Roma: "Para qué queremos parlamentos si Italia entera está aquí". Para qué queremos las Cortes españolas si las masas (?) que buscan rodearla son el pueblo entero en la calle; "Un pueblo de señores que se gobierna a sí mismo", gritaba Hitler en el estadio de Núremberg lleno hasta rebosar. Era hermoso y atractivo. El historiador Jürgen Falter ha demostrado cómo el NSDAP mordió en el electorado socialdemócrata mucho más de lo que se pensaba.

Los fascismos históricos aseguraban ser revolucionarios, antiburgueses y anticapitalistas. "No queremos a España víctima del capitalismo extranjero" se decía en un modesto libro de escuela editado por Falange en 1940 (El niño en el Nuevo Estado). "Barreremos a los burgueses", escribía la prensa de FE en plena Guerra Civil. Y Hitler en 1941: "La revolución nacionalsocialistas ha derrotado a la democracia mediante la democracia". Cómo suena todo esto a música y letra de Podemos.

Los fascistas cantaban mucho para expresar su radicalismo. "Despierta burgués y reaccionario", entonaban amenazantes las SA en sus desfiles, y todavía en 1955 podía verse a las Falanges Juveniles desfilar por las ciudades de España cantando el "Viva, viva la revolución,/ viva, viva Falange de las JONS./ Que no queremos reyes idiotas, aunque sepan gobernar,/ lo que queremos e implantaremos el Estado Sindical". Lo he dicho otras veces, la indecorosa actitud de quienes en las Cortes gesticulan contra la Corona y celebran la República no viene, como ellos creen, de la II República, sino del discurso antiborbónico de FET y de los campamentos del Frente de Juventudes.

¡Ah, ese bello estilo juvenil! Poco después de las últimas elecciones generales, cierta dama podemita reclamaba privar del voto a todos los viejos; igual que Ramiro Ledesma, uno de los fundadores de las JONS, exigiendo que ningún cargo político pudiera ser desempeñado por mayores de 40 años. Semanas atrás, el Congreso de los Diputados a punto estuvo de convertir en ley la propuesta de Podemos para conceder derecho al voto a los niños de 16 años. Por fortuna, Iglesias y sus amigos son antigüitos retrógrados, añorantes de la toma del Palacio de Invierno en 1917 y de los tumultos de los años 30. En el siglo XXI no parece el mejor camino para llegar al poder.

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