Tribuna

Manuel J. Lombardo

Profesor de la US y crítico de cine

Un buen profesor se jubila

Las nuevas generaciones de estudiantes se pierden a uno de esos maestros antiguos que camuflaban cierta timidez tras la erudición y el relato desbordante

Un buen profesor se jubila Un buen profesor se jubila

Un buen profesor se jubila / rosell

Recuerdo las clases del profesor Carlos Colón como las mejores, las más excitantes y esperadas de toda la carrera (de Imagen y Sonido, como se llamaba por entonces), sus grandes esquemas en la pizarra repletos de nombres de directores, países, fechas y títulos de la Historia Universal del cine que, comentados luego uno a uno, salíamos a buscar inmediatamente en la videoteca de la facultad o a rastrear entre los libros y enciclopedias.

Colón llegó a la Facultad de Ciencias de la Información de Gonzalo Bilbao desde su formación en Historia del Arte con la primera promoción, la nuestra (1989-1994), ya arrancada, y se unía a Rafael Utrera como el otro gran sabio en materia cinematográfica de una facultad volcada entonces a la Semiótica y otras disciplinas a la moda importadas desde los estudios filológicos.

En una época todavía analógica, sin ordenadores ni internet, veíamos las películas en VHS o grabadas de la exquisita programación de madrugada de la segunda cadena. Colón nos ayudó a conocer, contextualizar y sobre todo a entender muchas de ellas, con especial detenimiento en el cine italiano de posguerra y Fellini, su gran especialidad, y nos descubrió también, cosa insólita en la Universidad de aquellos días, que la música de cine, otra de sus grandes pasiones (su tesina sobre Nino Rota fue pionera), podía formar parte de los estudios académicos serios, sobre todo gracias a su insistencia.

Las mejores notas de mi expediente académico siempre fueron en sus asignaturas y en buena lógica, al terminar la carrera, y pesar de la distancia prudencial que mantenía con el alumnado, decidí que era con él con quien quería prolongar mis estudios de doctorado y hacer una tesis que, por cuestiones que ahora no vienen al caso, se quedó por el camino. Fueron aquellos años los más intensos, fructíferos y estrechos de nuestra relación: me llevó a trabajar con él y con José María Mellado a los Encuentros de Música de Cine que organizaba desde el Área de Cultura de Diputación, acabó haciéndose cargo del decanato de la facultad después de un desagradable episodio en la adjudicación de plazas de doctorado en el que se opuso decididamente a mi arbitraria exclusión, nos embarcó a Fernando Infante y a mí, por entonces sus inseparables becarios, en la redacción de algunos capítulos de su libro de referencia sobre la música cinematográfica (Presencias afectivas, Alfar), formó un grupo de investigación de lo más heterogéneo, me apoyó y animó en mis primeros pasos como profesor, seguimos intercambiándonos músicas y películas e intimamos incluso más allá de la clásica relación maestro-discípulo entre desayunos y paseos.

Más aún, en 1999 contó conmigo para participar en el proyecto de creación de un nuevo diario, este que tienen entre manos o en la pantalla, y me lanzó al ruedo del periodismo cultural y la crítica de cine sin experiencia previa en el oficio. Hasta hoy. De aquel añorado suplemento Culturas que coordinaban él, Nono Rodríguez Tous y Alberto Marina conservo el puñado más precioso de amistades y una formación plural y diversa que celebro cada día. En fin, son muchos los momentos y mucha la deuda directa o indirecta con el profesor Colón que ahora se jubila de su labor docente aunque esta venga siempre incorporada en cada uno de sus textos, artículos, críticas, presentaciones o charlas.

Y lo hace justo en una época en la que los profesores de su estirpe cotizan a la baja en los nuevos planteamientos universitarios o tienen poco predicamento entre el alumnado 2.0: profesores de la palabra y la oratoria, de la buena memoria y el sentido, profesores que dan la clase de pie o caminando y no necesitan de la pedagogía ni la tecnología punteras para trasmitir el conocimiento y, sobre todo, la pasión y el entusiasmo por compartirlo con aquellos que estén dispuestos a escucharlos.

A pesar de que con el tiempo nuestros criterios, opiniones y gustos divergieran y que nuestra relación personal se enfriara, sigo teniendo una deuda con el profesor Colón y el más vívido de los recuerdos de su magisterio en el aula. Las nuevas generaciones de estudiantes de comunicación audiovisual, quién sabe ya si huérfanas de la Historia del cine para siempre, se pierden a uno de esos maestros antiguos que camuflaban cierta timidez tras la erudición y el relato desbordante, personal y digresivo de un saber, también antiguo, que se encuentra hoy disperso y fragmentado sin verdaderos guías capaces de asirlo, relacionarlo y explicarlo.

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