Tribuna

José Antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social

Un cadáver inquietante: Lorca

La hipótesis plausible sobre dónde está Lorca es que el padre del poeta pagó y se lo llevó para darle cristiana sepultura. ¿Dónde? No lo sabemos

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Un cadáver inquietante: Lorca

Las segundas excavaciones infructuosas en el entorno de Víznar y Alfacar buscando restos humanos y pistas del affaire Lorca nos sitúan en un punto inaudito, no sólo por lo que concierne al propio poeta de Fuente Vaqueros y su destino, sino al conjunto de los represaliados republicanos en los inicios de la Guerra Civil en aquel bello paraje cuyos restos parecen haberse evaporado.

He de confesar que el tema lorquiano me resulta incómodo sólo por razones estéticas, a la vez que siento un profundo respeto por Federico y su tragedia. Sin más rodeos diré que en lugar de diluirse con el paso del tiempo, y a pesar de los cientos de conjeturas sobre su destino, el enigma que rodea la vida y muerte de Federico no ha hecho más que crecer. Lo único cierto es que cada cual dice lo que quiere, y que los informantes de buena o mala fe han indicado la dirección contraria a investigadores como Penón, Couffon o Gibson. Una parte del (mal) humor granadino, propio de las mesnadas con las que los Reyes Católicos poblaron el territorio en íntima disputa con los moriscos, consiste en indicarle a un despistado foráneo la dirección contraria.

Todo el mundo "sabía dónde", pero a la hora de verdad ese mismo se muestra sencillamente falso. Sólo nos queda, como en Galicia, ver desfilar una procesión de ánimas en pena. Fantasmagorías y pocos hechos verificables. Quien esto escribe ha leído a Lorca en la adolescencia apoyando los pies en un pino a veinte metros del monolito que recuerda su martirio. Hoy comienzo a cavilar si no yacería precisamente en las raíces del pino de marras donde me sostenía. También pienso en las construcciones que se hicieron en el entorno entre los años 50 y 70, que se me representan ahora como parte de un intento planificado por borrar toda señal de aquella hecatombe.

En fin, el lorquismo no ha dejado de ser, como todos los cultos, una enfermedad que ha desdibujado al propio Federico. A fuerza de amores desmedidos y protecciones innecesarias, el sujeto se nos ha ido de las manos; ha dejado de ser humano y se ha convertido en una suerte de holograma. En Francia, en particular, les encanta esta dimensión de la España trágica. Alguna buena discusión he tenido con mis amigos galos el intentar hacerles comprender que existe otra España diferente de encarnada por el destino de fondo rural de Lorca. Mas se resisten, es como si les fuera mucho en que prospere el estereotipo del drama secular español. En el fondo hay algo de arrogante en su distancia civilizada. Razones, desde luego, no les faltan: en circunstancias similares, durante el régimen de Vichy, ellos fletaron un par de barcos en Marsella donde subieron rumbo a Norteamérica a lo más granado de sus intelectuales. Ejemplo muy contrario al nuestro.

Quizás para darles la razón sobre los exagerados pendulazos hispánicos: durante la Transición se modificó la ley de la propiedad intelectual, según me cuentan, sólo para que los deudos del poeta-dramaturgo siguieran cobrando derechos de autor. Ahora que se acabó el privilegio -¿o no?-, el forcejeo continúa. El día de la inauguración del Centro Lorca de Granada, espacio donde se supone que deben recalar los archivos del poeta, el espectáculo sobrepasaba lo surreal: vacío, complemente vacío, mientras se trajinaban las crematísticas compensaciones familiares. Y vacío continúa.

Más allá de la anécdota económica, lo que interpela directamente a la familia como un deber para con la sociedad es la pregunta de dónde está Lorca. Lo más inquietante es por qué estallan en lloros y negaciones cada vez que se remueve el cadáver figuradamente. La hipótesis plausible es que el padre del poeta pagó y se lo llevó para darle cristiana sepultura. ¿Dónde? No lo sabemos. Cualquier padre lo hubiese hecho de haber tenido capital y contactos, como es el caso. Pero, ¿por qué tantos años después se sigue queriendo ocultar el cadáver? La pregunta es misteriosa, y conste que como cartesiano me gustan poco los enigmas. ¿Será que no quieren que se someta a los restos, caso de aparecer, a algún tipo de prueba sofisticada que permita determinar el dónde y el cuándo? Eso es lo único plausible que abriría una brecha en el mito. Si fuese así habría que juramentarse en mantener silencio hasta el final. No se me ocurre otra explicación.

Para finalizar: la sociedad pide, suplica, a la familia de Federico García Lorca, el poeta mártir, sin lugar a dudas mito universal, una explicación rápida y pronta, que disipe todas las habladurías. Se están haciendo esperar demasiado; la bola va a aumentar si no lo hacen.

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