Tribuna

José maría agüera lorente

Catedrático de Filosofía

La gloria de Europa

La actual crisis de la migración, como ya hiciera en su día la crisis financiera, revela a las claras la fragilidad de la construcción europea

La gloria de Europa La gloria de Europa

La gloria de Europa / rosell

Pero la época de la caballerosidad ha pasado. La de los sofistas y los economistas la ha sucedido, y la gloria de Europa se ha extinguido para siempre". (Edmund Burke)

Europa tiene un lado luminoso: el de los ideales de la ilustración, el de la crítica y la autocrítica, no tan presentes -cuando no ausentes- en otras culturas. De este lado luminoso sin duda brota la gran lección del humanismo europeo, ya sea antiguo o moderno; de la que es precioso botón de muestra la aportación del jurista español Francisco de Vitoria, quien, en 1539, definió el derecho a emigrar como un derecho universal de todos los seres humanos. Ahora bien, para que este derecho a emigrar sea un derecho efectivo, debe ir acompañado del derecho a asentarse libremente en otro sitio. Y para que sea un derecho y no una obligación debe ir acompañado también del derecho a no emigrar; es decir, a que se respete la libertad y la integridad y se garantice la posibilidad de desarrollo de todo el mundo en su lugar de origen.

Frente a la luminosa idea de Europa, su concepción gélida y burocrática parece fortalecerse más y más favorecida por la amnesia histórica y la molicie mental de nosotros, los actuales europeos, tan sumisos y acobardados que en muchos estados hemos entregado la potestad de decidir sobre nuestro destino a personajes que fomentan la peor versión de nosotros mismos. Lo podemos constatar en estos días con la crisis de los migrantes, en fase aguda a partir del episodio del barco Aquarius, y la actitud adoptada por el flamante Gobierno italiano. El reciente acuerdo alcanzado por los líderes europeos en Bruselas no hace sino confirmarlo al tiempo que evidencia la desunión de la Unión marcada por los polos norte-sur y oeste-este.

La crisis de la migración, como ya hiciera la reciente financiera, revela a las claras la fragilidad de la construcción europea. No es ninguna novedad. La integración económica iniciada con la creación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y reforzada en 1999 con el euro no ha desembocado -como se creía- en la integración política. Más bien al contrario. La rivalidad económica aguza las rivalidades nacionales y reabre viejas heridas que ya se creían cicatrizadas. Y parece que el sentimiento que se extiende es el de la eurofobia y el deseo de ir cada uno por su lado.

A fin de cuentas, las crisis económica y de migración están conectadas, y asociadas a su vez con la creencia que parece haberse instalado en la opinión pública de que debemos administrar con sumo cuidado la escasez; el empleo escaso y el escaso estado de bienestar. La lógica de la escasez está implícita en la ley de Malthus, que asocia el incremento de la población con la reducción de la renta per cápita como consecuencia del reparto de unos recursos siempre limitados (y el empleo es uno de ellos) entre un mayor número de personas que han de compartirlos. Pero esta lógica era válida en un mundo totalmente dependiente de la producción agrícola, lo que no es el caso en la actualidad. En las economías modernas la fuente principal del crecimiento la constituye la producción de bienes no agrícolas y de servicios, por lo que funcionan de muy otra manera. Sin embargo, el esquema malthusiano sigue ejerciendo una gran influencia en el pensamiento de muchos ciudadanos que se enfrentan angustiados a la escasez de empleos. Su fuerza reside en su sencillez; parece de sentido común: para resolver el problema del paro, reduzcamos el tamaño de la población activa o/y compartamos el trabajo disponible. En consecuencia, cerremos nuestras fronteras a cal y canto para que no vengan a "robarnos lo que es nuestro".

Otro síntoma del final de la gloria de Europa, y que se manifiesta en su opinión pública, incapaz de distinguir entre utopía y realidad, coqueteando en ocasiones con el delirio al desvincularse tanto de las realidades humanas perdurables ya sea en política, en los medios de comunicación o en los negocios.

Ya que esta Europa senil es incapaz de hacerlo, recordemos nosotros por ella, evitando la idealización y abominando del lastre moral del "todo tiempo pasado fue mejor". Sea por la humanidad. Porque ella ha sido tan importante para la humanidad... Para bien y para mal. Ya hemos tenido tiempo y ocasiones de sobras para despertar del sueño del final de la historia. La historia ha vuelto. ¿Seremos capaces todavía de afrontar sus habituales conflictos incontrolables, elecciones trágicas e ilusiones perdidas?

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