José Antonio González Alcantud

La guerra de Troya no tendrá lugar

La tribuna

Europa se enfrenta en estos días a las consecuencias de no haber tendido sinceramente la mano a Rusia en los tiempos en los que pudo hacerlo

La guerra de Troya no tendrá lugar
La guerra de Troya no tendrá lugar / Rosell

10 de febrero 2022 - 09:18

Jean Giraudoux, el escritor francés, se enfrentó al tema de la guerra de Troya, de los días que precedieron a su estallido. No habrá guerra de Troya, fue el título que Díaz-Plaja le dio en español, para el estreno español de 1959, con una Lola Gaos en el papel de Casandra. Héctor, el héroe griego, negocia con Paris para que ponga en libertad a Helena, y evitar así la guerra. Andrómaca, su esposa, está embarazada y no desea la guerra, al igual que la madre de Héctor, Hécuba. Nadie la desea, pero el destino la hace inevitable. Casandra, hermana de Héctor, la que ve el futuro, contesta a la pregunta ingenua de Andrómaca de desconoce qué es el destino: "[Es] la forma acelerada del tiempo. Algo tremendo". Destino que impele a la librar la batalla fatal. Leí esta obra siendo adolescente, porque un sabio profesor de lengua francesa, con gabán existencialista y gafas de muchas dioptrías, que lo obligaban a pegarse el texto a la nariz, así nos lo ordenó.

Quizás Giraudoux, que había sido condecorado por su participación en la I Guerra Mundial, se veía impelido a pensar sobre el carácter fatídico de la guerra. El historiador británico Christopher Clark señaló durante el centenario del inicio de esta conflagración que aún no estaban claras las razones de su estallido, en el que los actores pudieran ser conceptuados como "sonámbulos de la historia", al estar presos del destino. En cuanto guerra, la primera, fue la más bárbara: con sus agónicas trincheras, donde se libraban escenas propias de La gran ilusión, de Jean Renoir, de una guerra salvaje, envueltos los soldados en lodo y sangre, en contraste con la educación aristocrática de los oficiales, chapados a la antigua, de maneras caballerescas. El paso por la inmensidad de las planicies del nordeste francés y la contemplación de cementerios plagados de tumbas de soldados caídos nos producen una paradójica sensación de anónima desolación, a la vez que nos desvela la existencia de un muerto concreto y nominal bajo cada cruz. El peso de la tragedia es abstracto y preciso a la vez.

A las grandes guerras sólo se opuso una exigua minoría. Romain Rolland fue quizás el intelectual europeo más destacado de inclinación pacifista. De su extensa novela-río Jean-Christophe ya no se acuerda nadie, pero le valió el premio Nobel en 1915. Rolland sufrió numerosos ataques por su pacifismo, en consonancia con el humanismo de León Tolstói y la no violencia de Mahatma Gandhi, con quienes coincidía en ideas. Su revista, Europe, fundada en 1923, aún subsiste como un testigo del tiempo a pesar a las inclemencias informáticas del ahora.

Europa se enfrenta en estos días a las consecuencias de no haber tendido sinceramente la mano a Rusia en los tiempos en los que pudo hacerlo. Nunca he entendido bien, y así lo pensaba a la vera de los monasterios de Vladimir, el maravilloso paisaje donde situó Tarkovsky su no menos sublime filme Andréi Rublev -en particular, la fundición de una enorme campana-, cómo Europa ha podido pensar que Rusia estaba fuera de su proyecto. Quizás era cuestión de perspectiva: mientras en Occidente iba triunfando el punto de fuga, en la madre Rusia lo hacía la perspectiva invertida de los íconos. Y así nuestra Europa podía adjudicar las diferencias al primitivismo de la mirada ortodoxa rusa. Las consecuencias de esta incomprensión han llevado a un sátrapa como Putin a amenazar la libertad de los rusos y la de los demás, con cuentos fantasiosos de "seguridad". Nunca hicimos nada por ganar la confianza rusa, ni por reconocer la diferencia de perspectivas estéticas y políticas.

Vivimos con la necesidad de explicarnos cómo hemos podido llegar a esto en plena posmodernidad. ¿O acaso esta fue sólo un espejismo, que escondía en sus recónditas zonas oscuras a un ser humano fatalmente abocado a realizar libaciones con la sangre de sus semejantes?

Las escasas ruinas de Troya, al inicio de los Dardanelos, a mí no me emocionan si no es porque me recuerdan a cada paso que son la verificación real de la Iliada mítica. El tesoro de Troya, la mayor prueba de existencia del mito, por cierto, desapareció a manos soviéticas durante le II Guerra. Pero me llama más la atención que muy cerca de allí, en Galípoli, miles de hombres jóvenes turcos, británicos y franceses, dejaron sus vidas en otra batalla, más absurda que la de Troya, durante el curso de 1915.

Cuando las tensiones -oh, maldita geoestrategia que ahora resurge con fuerza en forma de ambiciosos imperios- vuelven a aflorar en diversas partes del mundo, y nos anuncian que existe un nuevo tipo de guerra, que llaman "híbrida", pero que es guerra al fin y al cabo, no puedo dejar de pensar en la obra teatral de Jean Giraudoux, mandada a leer por un profesor existencialista a un alumno distraído, en tiempos de optimismo.

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