Tribuna

César romero

Escritor

Los hijos tardíos

Lo que nos pasa en la vida, lo que escapa a nuestra voluntad, y decisión, reúne dos características que quizá se estén olvidando con los hijos: lo azaroso y lo independiente

Los hijos tardíos Los hijos tardíos

Los hijos tardíos / rosell

Una vuelta por los parques de las ciudades grandes y medianas, también de los pocos pueblos que aún no engrosan la muy amplia "España vacía", esa expresión de Sergio del Molino que ha hecho fortuna, basta para comprobar que los padres primerizos (y las madres, hay que añadir, no por corrección política sino porque la paternidad y la maternidad quizá sean algo distintas) cada vez se acercan más, si no la han superado, a la cuarentena. Ese torso general de padres, y madres, de hijos tardíos y casi únicos, si acaso una pareja (de gemelos, por los tratamientos de fertilidad), no es el único, pues en barrios periféricos aún hay familias numerosas de padres jóvenes, pero sí el predominante. En España y prácticamente en todo Occidente (algo que no ocurre en lugares de los llamados Segundo y Tercer Mundo, y que quizá les dé la mayor arma que puedan blandir frente al poderoso Occidente: su empuje demográfico. Pero ésta es otra historia).

Las causas de esas paternidades, y maternidades, tardías son bien conocidas. El largo periodo de formación, por el que nuestros jóvenes con estudios superiores están hasta bien entrada la veintena instruyéndose. Las dificultades para encontrar trabajo. La precariedad de las condiciones laborales, que impiden la emancipación a edades en las que el resto de europeos lleva lustros viviendo lejos del hogar familiar. La casi imposible conciliación, sobre todo para las mujeres, de una carrera profesional ascendente con la crianza. También el entendimiento de la vida como un derecho más que como una obligación. La precariedad laboral, las estrecheces económicas han existido siempre, tanto o más que ahora. Pero no por ello madres o abuelas dejaron de concebir. Cuántas familias numerosas han vivido en uno o dos cuartos. Ahora la vida se enfoca más como un derecho a disfrutar, el usufructo de un bien temporal; antes, era como un deber, la propiedad de algo duradero que se recibía al nacer y que en cierto modo se transmitía al reproducirse. Tal vez esto también explique la llegada tardía de los hijos.

Pero más allá de las explicaciones habituales, y de esta última, que suele invocarse con sordina o soslayarse, tal vez haya otra, latente, que quizá explique muchas otros rasgos de nuestra actual sociedad. La paternidad, y la maternidad, parecen haberse convertido en un acto de voluntad. No quiero tener hijos, o los quiero pero más tarde, se oye habitualmente. Los avances médicos y el aumento de la expectativa vital han posibilitado el control físico de la concepción y su dilación, y esto quizá haya ido calando en las mentes hasta el punto de que en Occidente hoy jamás se piensa que los hijos vienen cuando la Naturaleza (o Dios, para el creyente) quiere sino cuando se desean (ni siquiera es imprescindible ya contar con otra persona). Decía Ortega que "la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa". Antes los hijos sucedían, pasaban, venían. Ahora, no. Ahora se los busca, se programan, se hacen a voluntad. Esto, un indudable avance, quizá esté cambiando las mentalidades de tal forma que ha acabado por afectar la relación de los padres, y las madres, con sus hijos. Como no vienen, si vienen, sino cuando los deseamos, parece que somos los primeros padres que han deseado serlo, que nadie ha querido y cuidado y protegido a sus hijos así. Como los hemos buscado, no nos han pasado, son más nuestros que de nadie, nuestra prolongación, y tienen que cumplir nuestros proyectos o anhelos. Y no los dejamos ir solos ni a la esquina, lejos de lo que hacían nuestros padres (como si sólo ahora hubiera acechanzas y males, no antes). Por eso se tiene más ilusión en sus actividades extraescolares que el propio niño, que se resigna con cara de "Vaya peñazo de padre (o madre)". Con los hijos hay que tener ilusión, pero no pueden ser nuestra ilusión vital única, básica, más personal.

Lo que nos pasa en la vida, lo que escapa a nuestra voluntad, y decisión, reúne dos características que quizá se estén olvidando con los hijos: lo azaroso y lo independiente. Vienen cuando vienen, aunque los planifiquemos. Y son independientes: salen de nosotros, pero no son nuestros. Esto, que lo sabían sin planteárselo siquiera nuestros antepasados, quizá debiéramos tenerlo presente y saber que tenemos la ventaja de que los concebimos cuando queremos, sí, pero sólo un tiempo de sus vidas pasa junto al nuestro, compartiendo vivencias inolvidables, y por tanto sólo en una pequeña parte son nuestra obra, que nos suceden (en todos los sentidos) más que los hacemos.

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