Tribuna

ISIDORO MORENO

Catedrático emérito de Antropología

El homenaje a Blas Infante

El homenaje a Blas Infante El homenaje a Blas Infante

El homenaje a Blas Infante / rosell

Como todos los años, la Fundación Blas Infante organiza un homenaje al Padre de la Patria Andaluza (así definido en el vigente Estatuto de Autonomía) en el lugar en que fue asesinado la noche del 10 al 11 de agosto de 1936. Mataron al hombre, pero su sangre hizo fructificar su ideal hasta el punto de que hoy se suman a este homenaje decenas de entidades y organizaciones sociales, culturales y políticas que muestran así su respeto por quien personifica la lucha por los derechos históricos, culturales y políticos del pueblo cuyo despertar constituyó el objetivo central de su vida: el pueblo andaluz.

En el monumento dedicado a su memoria, en el kilómetro 4 de la antigua carretera de Carmona, a la salida de Sevilla, puede leerse una de las definiciones más redondas y rotundas sobre las que se cimentó su actividad intelectual, su compromiso ético y su actividad política: "Andalucía debe cumplir un ideal como realidad distinta y completa, como unidad espiritual viva, consciente y libre".

En esta frase se compendia buena parte del ideario andalucista. Andalucía es una realidad (no un sueño o una elucubración voluntarista) que es distinta (es decir, diferenciada de otras realidades), completa (o sea, con existencia propia y no como una parte de algún todo mayor fuera del cual no existiría) y que posee una unidad espiritual (es decir una identidad histórica y una identidad cultural específicas). Son los atributos que definen la existencia de un Pueblo, en nuestro caso el andaluz. Y este pueblo ha de estar vivo: tener conciencia de sí mismo y luchar por ser libre (es decir, por conquistar la capacidad de autogobernarse para encarar por sí mismo sus problemas).

No sé si todos cuantos estarán en el homenaje habrán leído o recapacitado en lo que significa esta frase allí esculpida. Una frase que define a Andalucía como una nación, aunque no figure formalmente esta palabra. Una nación que debe estar viva, consciente y libre. Quienes participemos en este ritual anual, para no convertirlo en una ceremonia vacía, deberíamos ser conscientes de que homenajeamos no solo a un hombre bueno, a un demócrata y a un pensador con una ética irreprochable (que sin duda fue estas tres cosas), sino, sobre todo, a un político que cimentó intelectualmente el derecho de Andalucía a ser "autónoma y soberana", como ya recogía el proyecto de Constitución Andaluza de 1883 que él hiciera suyo en lo fundamental, y a un activo organizador del andalucismo, aunque nunca quisiera crear un partido porque consideraba a estos "organizaciones electoreras y caciquiles". El contenido de la sentencia que, cuatro años después de su asesinato, intentó legalizar (?) este puede ayudar a quienes no tengan del todo claro quién fue Blas Infante y por qué tuvo su trágico final. Dos son las acusaciones que justificarían su muerte: haber sido "un revolucionario", que pretendía, entre otras cosas, repartir las tierras entre los jornaleros, y ser "un organizador del andalucismo", entendiendo este como un cuestionamiento de la sagrada unidad nacional (de España).

Así, el homenaje al hombre de bien, al demócrata, al intelectual íntegro, no puede en modo alguno oscurecer el significado revolucionario y soberanista de un pensamiento político que continúa hoy vigente, en lo fundamental, porque la tarea clave sigue siendo, tras cuarenta años de franquismo y casi otros tantos de psoísmo, activar nuestra conciencia de pueblo para enfrentarnos colectivamente a la situación dependiente y subordinada en lo económico y lo político y alienada en lo cultural que sufrimos. Sin tener conciencia de esta triple estructura de dominación, que nos convierte, de hecho, en una colonia interna, y sin plantearnos avanzar en el ejercicio de la soberanía (energética, alimentaria, económica… y también política), jamás Andalucía podrá superar sus "dolores", como los llamaba don Blas, y aspirar a ser una sociedad colaborativa, construida de abajo arriba y sin las escandalosas desigualdades actuales de clase, de género e intraterritoriales. Y en la más que complicada situación actual, cuando a las lacras de siempre se suma la amenaza de convertirnos en un semidesierto a causa del cambio climático, la capacidad para tomar decisiones de calado, y no solo paliativos puntuales, se convierte en ineludible.

Este 10 de agosto podría -debería- ser ocasión para reflexionar sobre todo esto. Está bien que, salvo los herederos ideológicos de quienes lo asesinaron, la generalidad de la sociedad andaluza y todos los partidos -quisiera creer que sinceramente- muestren su respeto y homenaje hacia Blas Infante y se declaren, de una u otra forma, "andalucistas". Pero no hay que olvidar que el andalucismo, para cimentarse sobre Infante, requiere algo más que enarbolar algunas veces la verde y blanca o esgrimir el nombre de Andalucía en la lucha interpartidaria. Requiere más sólidos fundamentos y la consideración de que somos un pueblo-nación con derechos.

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