Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

Estado, ideología y moral

Los ciudadanos, ajenos no pocas veces a la religión, se han acostumbrado a que sea el poder político el que fije lo que es preciso creer y cuáles son los valores a defender

Estado, ideología y moral Estado, ideología y moral

Estado, ideología y moral

Existen dos campos diferentes de actividad humana conectados entre sí: la política, cuyo ámbito se vincula al debate de ideas sobre la organización de la sociedad, la forma del Estado o la Economía, y el relativo a la comprensión del hombre y la moral, perteneciente, por tradición y su propia índole, a la religión y a la conciencia personal de los individuos. Sin embargo, en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, los países, a través de sus parlamentos, comenzaron a invadir terrenos pertenecientes a este segundo ámbito, asumiendo al mismo tiempo competencias que no les correspondían. Este cambio vino, asimismo, a coincidir en el tiempo con una progresiva pérdida de influencia de las iglesias cristianas en la vida pública de Occidente.

Hoy los partidos han tomado a su cargo, tanto en sus programas como en la legislación dimanante de ellos, estos asuntos de carácter pre-político, que afectan directamente a nuestra concepción del hombre y de lo humano y, por lo tanto, a lo más profundo de nuestras vidas. En definitiva, han penetrado decididamente en el terreno de la moral y de la intimidad de cada persona, con frecuencia de forma arrasadora. Y los ciudadanos, ajenos no pocas veces al sentimiento religioso, han terminado por acostumbrarse a que sea el poder político el que fije lo que es preciso creer y cuáles son los valores a defender.

Ahora bien, los estados no son neutrales, aunque en las constituciones que les sirven de fundamento se fije su carácter independiente, laico o no confesional. En realidad, suelen legislar en función de los votos que pueden atraer, partiendo de una ideología previamente asumida, que sin la menor autocrítica tildan de progresista. ¿De qué ideología se trata? Una mezcla de marxismo residual, feminismo y sesentayochismo liberticida, que no se corresponde con la experiencia humana de siglos, y ni siquiera con el simple sentido común. Hoy, paradójicamente, en coincidencia con una conciencia ciudadana general que no pasa precisamente por su mejor momento.

Las bases sobre las que se fundamenta la cultura dominante, promocionada por un amplio elenco de estados autodenominados progresistas desde su parcial visión antropológica, propugna un prototipo humano basado, según afirman los mismos, en la inclusión, la igualdad y la diversidad. Es esta triada sobre la que el poder político afirma orientar sus acciones, asumible y particularmente atractiva para la mayoría de los ciudadanos. Pero, al tiempo que hace esta declaración, no tienen empacho en pervertir su contenido, puesto que, en el fondo, sostiene asimismo un modelo de hombre desvinculado de cualquier tradición o regla que él no establezca de forma autónoma (la llamada ideología del no límite), constructor de su propia naturaleza y de orientación pansexualista.

La aparente libertad que ofrece al individuo dicho programa consigue que sean muchos quienes se adhieren a él, así como a las medidas propagandistas acordadaspor el Estado que lo favorecen, al considerarlo constitutivo de su misión lógica y natural. Sin olvidar, por ende, que nos evita pensar y decidir por nosotros mismos de manera ajustada al bien y a la conciencia, tarea siempre más ardua. Nos domina, en definitiva, un acrecentado sentido práctico.

No obstante, qué duda cabe de lo que decidamos en asuntos tales como las identidades del hombre y la mujer, el concepto de familia, los límites ecológicos de lo humano, la relación entre el bien del hombre y la ciencia o la técnica, el aborto o la eutanasia, por no citar sino unos cuantos ejemplos, dependerá a la larga el futuro de nuestra sociedad y de lo que llegaremos a ser. Responsabilidad esta de la no parecemos acordarnos. Entre tanto, la inoperancia que se aprecia en las actuales medidas punitivas contra determinados delitos (violencia hacia la mujer, pornografía infantil, pederastia u homofobia) es una muestra más de la invalidez de los presupuestos y de los análisis de partida sobre los que se asienta la visión dominante, solo en apariencia humanista y al servicio del bien común.

Claudicar ante los problemas aludidos por desidia, comodidad o mimetismo, dejándolos al albur de la ideología de los estados de nuestros días o de la decisión de las mayorías parlamentarias, portadoras, como en la actualidad, de puntos de vista muy radicales que pretenden imponer, es, sin lugar a dudas, adoptar una mala estrategia, de cuyos resultados, de una u otra forma, todos nos hacemos cómplices, cuando no responsables de cara al futuro. Es necesario reaccionar. Recordemos que de cómo se afrontaron estos temas ha dependido la decadencia o perdurabilidad de las culturas y civilizaciones en el pasado, y hoy, incluso, el porvenir del propio ser humano, ufano de su poder y conocimientos científico-técnicos, pero de volátiles, si no confusas, convicciones morales.

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