Tribuna

Francisco núñez roldán

Escritor

La izquierda española y los nacionalismos

En 1982 viajé por Yugoslavia. Un país multicultural, avanzado, pensaba yo, un progre del momento. Quién me iba a decir en lo que iba a derivar aquello ¿Creemos que somos distintos?

La izquierda española y los nacionalismos La izquierda española y los nacionalismos

La izquierda española y los nacionalismos / rosell

Indalecio Prieto era quizá el dirigente más listo del PSOE. El más inteligente y culto, no el más listo, era Besteiro. Largo Caballero no era listo ni inteligente, pero sí tenaz y con carisma. Fue Prieto quien en 1934, previo al intento de golpe contra la República dijo aquello de que "Cataluña no está sola". Y pasó lo que pasó. Luego, tras la guerra, Prieto reconocía el error de aquella sublevación que, confesaba, año y pico después desembocó en la otra sublevación que sí triunfó. Pero ya era tarde. Como tarde va a ser cuando la izquierda española, y sobre todo su partido más representativo, despierte del siniestro concubinato político que tiene con los nacionalismos periféricos, con el separatismo puro y duro. Quizá desde el antifranquismo teníamos derecho al error, quizá, al ver a ETA como un movimiento de liberación, sólo porque iba contra el dictador. Pero fue eso, un error. Ya en la transición, apoyar a los nacionalismos excusando que son movimientos liberadores y progresistas es de una torpeza que llama la atención por parte de esa izquierda que pensábamos responsable y que, mucho peor, tuvo el poder y lo dilapidó minuciosamente en los tres nacionalismos periféricos españoles. Recuerden a Touriño, a Patxi López y a Montilla, los tres presidentes socialistas de sus autonomías gracias al entonces empuje de su partido. Ubi sunt? Pues no, no parece escarmentar el socialismo español del ostentoso descalabro que lleva cosechando en esas autonomías. Sus lugares, sus votantes se pasan con armas y bagajes al nacionalismo más retardatario, que sí ha sabido mostrar, como los nazis, una gran voluntad frente a la razón y a la ley. A veces parece que eso basta para tomar el poder. Y más si se encuentra en el Gobierno una derecha cobardona, indecisa, leguleya, inculta y sin pulso. La tormenta política perfecta. Recuerdo en las elecciones del 77 e inmediatas a los grandes núcleos de población catalanes y vascos votando al PSOE. Sería una opción discutible, pero era teóricamente avanzada, europea, española e internacionalista. Lo que esos núcleos votan ahora carece de los cuatro adjetivos anteriores. Han caído en el provincianismo más cicatero, agresivo y peligroso imaginable, un nacionalismo que ha podrido a la juventud de esas tierras, enfangándolas en un imaginario irredentista que compensa sus falsedades e irrealidad con sistemáticas llamadas al pathos político, a los niveles más obtusos pero a la vez más electrizantes de la condición humana. España es, por desgracia, un país que sabe odiar muy bien. Construir, algo menos, pero destruir, no vean ustedes. Los unos y los otros. El odio gratuito, inventado, innecesario pero eficaz que se está dando en Cataluña, en el País Vasco, y que asoma la pezuña en algún acto, por ahora aislado, da miedo a quien sepa ver sus fabulosas posibilidades de expansión. En 1982 atravesé Yugoslavia en tren. Un país multicultural, avanzado, pensaba yo, un progre hombre del momento. Quién me iba a decir en lo que iba a derivar aquello ¿Y creemos que somos distintos? Qué sandez. Vuelvo a esa inmensa irresponsabilidad de la izquierda seria española. La anarcopodemita no la cuento. Desaparecerá con el mismo bullicio que apareció, y después, el olvido. Pero el PSOE era un proyecto serio, ha tenido el poder en España más que nadie últimamente, y lo ha tenido, repito, en esas por ahora llamadas autonomías donde está a punto de convertirse en pavesas dada su continua mendicidad hacia ideales y banderas que nunca fueron los suyos, hacia himnos sanguinarios, hacia fronteras minúsculas y peligrosísimos cultos a la raza y al terruño. Bajo la excusa de la idea federal está la rendición pura y simple ante movimientos sectarios que lejos de buscar la felicidad de sus ciudadanos pretenden el encumbramiento, ya medio conseguido, de unas élites políticas a las que guía la codicia de poder más evidente, por más que hayan sabido disfrazarla de beneficios para todo el colectivo que pastorean. Y todo eso está dilapidando una cantidad enorme de energía que podría y debería emplearse en el bien común, en el bien de esa palabra que ya ni la derecha pronuncia, de España, a la que se llama "aquí" o "este país" o "el Estado", por evitar el nombre de lo que nos ha unido durante tanto tiempo, esa palabra que el principal partido de la izquierda lleva clavada en sus siglas, cualquiera diría que para su destrucción.

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