Tribuna

César romero

Escritor

La memoria desmemoriada

La memoria actual es tan corta que lo que no se recuerda permanentemente parece como si hubiera caído en el olvido ya para siempre

La memoria desmemoriada La memoria desmemoriada

La memoria desmemoriada / rosell

Si uno tiene la mala suerte de cumplir años el mismo día en que ocurrió una reciente catástrofe aérea, o un accidente ferroviario, o no digamos ya un atentado yihadista, puede tener la completa seguridad de que ninguno de sus aniversarios se librará del recordatorio de la grave noticia en los telediarios que pueblan las diversas cadenas de televisión. No es que ese recordatorio le vaya a arruinar el día, pero cabe preguntarse si es necesaria esa memoria permanente, ese tener presente las malas noticias con tanta constancia. Porque a veces se recuerda hasta cuando se cumple un mes o seis meses, ni siquiera se espera al aniversario redondo. Hoy hace cuatro meses de los atentados de Colonia, dice el locutor de televisión (con una cara exultante, por cierto, como si estuviera encantado con la noticia, o encantado de conocerse, o las dos cosas), y otra vez las imágenes del humo saliendo de ventanas con cristales rotos, de gente corriendo despavorida, de heridos sentados o caídos en el suelo mientras son socorridos, de caravanas de ambulancias con las luces encendidas y de más gente, compungida de verdad o de cara a las cámaras, colocando las inevitables flores, velas, notas manuscritas y peluches, si ha habido alguna víctima infantil, en el lugar de la masacre.

Cuando se hace memoria, o se recuerda un hecho o a una persona, se trae del pasado, del mundo de las tinieblas al de la luz, de lo que fue y ya pasó a lo que es, está siendo. Esa es una de las virtudes de la memoria. Aparte de seleccionar, de cribar lo trascendente de lo poco importante, la memoria servía para no olvidar del todo, para que la marejada del presente no se llevara por delante aquellos hechos o personas del pasado que merecían ser recordados. A veces, también, para que quienes no eran recordados, y lo merecieran, fueran rescatados por quien se tomara el tiempo y la molestia de hacerlo. Pero ahora parece como si hubiera perdido esa virtud, que es su sentido fundamental.

La memoria actual es tan corta que lo que no se recuerda permanentemente parece como si hubiera caído en el olvido ya para siempre. Si algo no está presente, o no nos lo tienen siempre presente, es como si nunca hubiera existido. Y eso, hasta donde uno sabe, nunca fue así. Para poder recordar, hacer memoria, las cosas deben caer un poco en el olvido, al menos en esa especie de nombre del olvido que es lo latente. Lo que está ahí pero no siempre se tiene presente. Quienes perdieron a algún ser querido saben bien qué es, cómo funciona, esa latencia. Uno lleva a sus muertos más queridos consigo, están con él, lo acompañan, pero no los tiene presentes las veinticuatro horas del día. Oye una palabra o ve algo o escucha una canción y automáticamente se acuerda de alguno de ellos, e interiormente se sonríe, o se entristece, y se dice algo diciéndoselo en verdad, o queriéndolo decir, a ellos. Los trae momentáneamente desde su memoria, los vuelve a recordar, a pasar por su corazón. Pero no los tiene en permanente presencia. Es imposible. Quien afirme lo contrario miente más que habla o exagera más que la Esmeralda.

El recuerdo permanente hastía. No se puede vivir en él, y el que lo hace públicamente, como nuestros medios de comunicación en estos casos, es por un exagerado, y quizá algo hipócrita, sentido de honra a las víctimas, que parece como si lo fueran más porque no se las tuviera de continuo en nuestra actualidad (y uno puede entender que a los familiares toda recordación les parezca poca, pero siempre hubo un momento para el dolor en público y una larga vida para el dolor privado, cosa que, en algunos casos, también parece estar cambiando). El que lo hace privadamente, a la larga se va quedando solo, porque nadie quiere vivir mirando hacia atrás a todas horas.

Detrás de esta memoria permanente tal vez haya un soterrado afán de desmemoria. Porque que al pasado nunca lo dejemos pasar del todo y siempre lo tengamos presente es la mejor manera de no hacer en verdad memoria. Y con ello, de no llegar a saber qué fue lo importante y qué no, qué efecto obró el tiempo sobre tal acontecimiento o sobre cual persona. A que, después de muchos telediarios, a todos se nos ponga cara de Bill Murray en El día de la marmota, y tantos accidentes, catástrofes y atentados, y sus correspondientes y constantes y similares recordatorios, nos acaben pareciendo uno solo o el mismo, perdiendo su carácter único, o que nos preguntemos cómo puede hacer veinte años de la muerte de esa celebridad si no ha dejado de estar presente en los medios en todo este tiempo.

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