Tribuna

Francisco núñez roldán

Historiador

El mercado de los sueños

El capitalismo ha dirigido a los hombres hacia su verdadera pretensión: un mercado de los deseos personalizado y paradójicamente estandarizado

El mercado de los sueños El mercado de los sueños

El mercado de los sueños / rosell

Para Aristóteles, que dedicó el libro VI de su Ética Nicomáquea al examen de las virtudes intelectuales, el principio de "toda elección es el deseo y la razón por causa de algo". Y por eso, añadía, "toda elección es inteligencia deseosa o deseo inteligente". El hombre, por consiguiente, sin dejar de ser logos es deseo. Traído al presente, tras siglos de interpretaciones y profundos cambios culturales, ese deseo ha adquirido semánticamente otra formulación: aspiración, proyecto, meta. Pero, por lo general, los deseos se expresan en nuestra cultura como sueños.

Para los héroes griegos de la Ilíada la gloria que se consigue en el combate era el más preciado de todos. De la mano de Homero, Héctor alcanza la gloria tras su agotador duelo con Ajax, mientras que Aquiles se hace con ella tras vencer al príncipe troyano, pese a que la muerte también le atrapa después en sus redes. Frente a esta gloria bélica, el mismo Homero nos ofrece una alternativa que se aproxima a nuestro tiempo. De aquellos héroes que lucharon en Troya, Ulises, por tantas gestas venerado, convierte su regreso a Ítaca en una catarsis, en un viaje de transformación, de conocimiento de sí mismo. Como apunta García Gual su tarea heroica consiste en algo tan sencillo como regresar con empeño tenaz a su hogar.

La antigua épica guerrera no desapareció con Troya ni con la Roma de los Escipiones o de Julio César. Simplemente fue sustituida por la épica de los mártires y los santos del cristianismo antiguo y medieval, cuyo combate personal por la fe y contra las pasiones les hizo merecedores de la gloria terrenal y celestial. Un modelo heroico que, no obstante, incorporaba como elementos genuinos la caridad y el rechazo de toda mundanidad. La aspiración a la gloria de griegos y cristianos estaba reservada a unos pocos.

A finales del siglo XV fue G. Pico della Mirandola quien rompió la tendencia elitista con aquel discurso fallido ante la corte papal, Oratio de hominis dignitate. La idea central es que todo hombre ha sido creado por Dios sin una forma definida o determinada. Es la libertad la que le permitirá darse la forma que elija, como lo hace el camaleón con su piel, de modo que su vida será fruto de sus propias decisiones y elecciones. La libertad convierte al hombre en un ser dinámico y abierto, creador de su propia forma. Dios, escribió Pico, "le ha dado tener lo que desea, y ser lo que quiera". Aún resuenan sus palabras en nuestra cultura.

No es difícil asociar la influencia de ese principio como fundamento doctrinal de lo que fueron en los siglos siguientes las supremas aspiraciones del hombre: la libertad y la igualdad. Es verdad que no en todos los lugares ni en todos al mismo tiempo ha tenido efecto esa lenta transformación hacia los derechos del hombre, hacia el hombre que soñaba el ilustre humanista italiano. Un hombre sin más límites que los que él mismo y su libertad se diera. Dicho de otro modo, un hombre sin libertad no es un hombre. Tal fue el argumento de Martin Luther King cuando el 28 de agosto de 1963 proclamó que tenía un sueño: "No habrá ni descanso ni tranquilidad hasta que estén garantizados los derechos ciudadanos del hombre negro, las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia". Sería fatal, advirtió, que la nación americana "pasara por alto la urgencia del momento" o que regresara a su rutina o que tomara "la droga tranquilizadora del gradualismo". Parece que sus temores han superado su sueño generoso.

El capitalismo, que todo lo devora como un Leviatán, ha prostituido el lenguaje de los sueños, el lenguaje de Pico y de Luther King, el de los guerreros y el de los santos, y especialmente el de Ulises, el héroe actual capaz de superar las adversidades con talento, con determinación, con esfuerzo para alcanzar su meta, por prosaica que esta sea. El capitalismo ha dirigido a los hombres hacia su verdadera pretensión: un mercado de los deseos personalizado y paradójicamente estandarizado. Por aquí y por allá la publicidad nos acosa sin remedio. Se lee y se oye: ¿cuál es tu gran sueño?, nada es imposible, cumple con tus sueños, actualiza tus sueños, el futuro pertenece a quienes sueñan.

Se trata de un fraude. Más allá de ser ricos, como pretendieron los burgueses de los siglos modernos, en una cultura de masas el sueño de hoy consiste en comprar y consumir. Si podemos comprar lo que deseamos, ¿para qué necesitamos otra libertad que no sea esa? Entonces, podemos corregir a Aristóteles: se ha perdido el logos y solo somos deseo.

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