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Por definición, el hombre religioso huye del caos de un mundo amorfo, sin sentido, en el que la impiedad y la injusticia y son los escabeles sobre los que reina la oscuridad, el mal. Su tarea es introducir un orden en ese caos para dotar de sentido a cuanto existe, erradicar la oscuridad, restablecer la justicia para entronizar el reino definitivo de la Humanidad con mayúsculas. En tan descomunal tarea la religión le aporta un mensaje de salvación, la promesa de la redención, la vuelta al reino primitivo en el que estábamos antes de que cayésemos de él, el reino de la concordia entre los hombres, de ellos con los animales, unidos todos en una naturaleza beatífica en la que el hombre y el tigre retozaban juntos con el cervatillo. El día en que eso vuelva a suceder será signo de que el tiempo paradisiaco está cerca.
El hombre religioso que cree en Dios, el cristiano en nuestro caso, piensa que ese paraíso se alcanzará al final de los tiempos y no aquí y ahora en la tierra. En ella se puede pretender mejorarnos a todos cada vez más, pero su esperanza final de redención reside tras la consumación de la historia. Pero hay otro hombre religioso que no cree en Dios, pero sí en el mensaje salvador y al que antes nos referimos, y como no pude esperarlo tras la muerte, ha de intentar instaurarlo en el presente. El primero, al luchar por un mundo mejor, tiene el consuelo de creer en la salvación final a través de Dios, y puede mirar con benevolencia al hombre, a sus imperfecciones, a sus errores, y a la sociedad que ha edificado, pues conoce que si él es limitado, limitada ha de ser ella; por esto, una vez que abandonó las pretensiones dogmáticas de antaño, no sin sangre y dolor, se ha reconciliado con la libertad, reconociéndola como esencia del hombre. Mas el segundo, al carecer de esperanza futura, necesita crear el mundo nuevo aquí y ahora. Para hacerlo, para que su tarea no sea una quimera, ha de justificar su cosmovisión redentora mediante la afirmación de que el mundo en que vivimos es el de la opresión y la injusticia, el de la maldad. Si la pobreza de ayer, la incultura, la explotación y todos los males habidos y por haber, se han reducido a ojos de todos, el religioso sin Dios ha de buscar todo tipo de nuevas injusticias, que justifiquen que seguimos bajo el dominio de la iniquidad, una mayor que ninguna conocida y que estaba oculta: la opresión racial, la tiranía del hombre blanco, el poder del machismo, la amenaza a los niños, la destrucción de la naturaleza, el triunfo del capitalismo, nuestra malvada cultura occidental…
Bajo esta denuncia anida una añoranza: la del mundo comunista, pues pese a conocerse sus lacras, era un modelo alternativo al capitalista y democrático de Occidente. Por eso fue siempre una referencia para el religioso sin Dios, porque encerraba la promesa de que era posible un mundo alternativo al existente, al mundo del pecado, de la iniquidad capitalista, del triunfo del interés individual sobre "lo público". Esto explica que la ministra de Trabajo afirme que el comunismo fue sustento de la democracia, y que el secretario general del PCE considere que matar a los reyes es una opción histórica; aberraciones lógicas de dos redentores comunistas. Pero también explica que entre otros religiosos sin Dios se hayan diluido tales aberraciones, pues contenían el sueño de un mundo alternativo al de la oscuridad primitiva, al nuestro. Por ello cuando el religioso sin Dios ve que pueden ganar unas elecciones quienes están fuera de los muros de su cosmovisión redentora, estos sólo pueden ser las fuerzas del mal, de la injusticia, en definitiva, del sin sentido del caos originario. Y habiendo copiado de los monjes su antiguo espíritu no argumentan, sino que claman contra las fuerzas oscuras con espíritu de monje. Mas como sus categorías analíticas están vacías, han recurrido a una del pasado, al antifascismo, una creación comunista de los años treinta con que engañaron a los ilusos para enfrentarse a Hitler. Y como este fascismo redivivo es tan universal, el antifascismo se ha convertido en una palabra hueca, una mera categoría religiosa de los creyentes sin Dios para condenar a los réprobos que están fuera de su iglesia. Tanto que parece que los generales Mola y Valera han resucitado y están en la Ciudad Lineal, despejando el camino al Corpo di Truppe Volontarie de Mussolini, que ya debe estar desfilando por la Castellana cantando "Faccetta nera, bell´abissina. Aspetta e spera, che già l´ora si avvicina!". No me cabe duda de que Sánchez e Iglesias estarán preparado la resistencia.
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