Tribuna

fernando castillo

Escritor

La novela de lo nuevo

Es la de Díaz Fernández una novela en la que, a pesar de las críticas que realiza a un mundo que considera deshumanizado, aún parece confiar en la utopía de la modernidad

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La novela de lo nuevo

Hay obras que además de resistir el paso del tiempo con dignidad, en este caso casi un siglo, tienen la cualidad añadida de convertirse en testimonio de su época. Es el caso de La Venus mecánica, la novela de José Díaz Fernández publicada en 1929, que puede considerarse la novela de la vanguardia española, de la Dictadura y del Madrid del arte nuevo, en la que su autor cataloga los elementos de la modernidad que están presentes en los últimos años veinte. Y es que La Venus mecánica es una novela granviaria, es decir, de la modernidad madrileña, aunque tenga algún interludio asturiano y parisino.

Es casi una novela orfeón por la que desfilan, apenas velados, tipos del mundo animado y brillante del Madrid pre republicano como la artista Maruja Mallo, la deportista y escritora Lili Álvarez, que puede ser también Concha Méndez, poeta y mujer de Manuel Altolaguirre; el patricio liberal Gregorio Marañón, el propio Miguel Primo de Rivera, el boxeador y futuro amigo de los collabos Paulino Uzcudun y quizás el líder de la FUE, Antonio María Sbert, en forma de estudiante detenido. Junto a ellos hay otros personajes representativos del momento, aunque sean tan solo mencionados, desde Picasso a Cocteau, pasando por Valery Larbaud, Max Jacob, Emilio Carrere o el boxeador y futuro ídolo nacionalsocialista Max Schmeling. Todos ellos acompañan a los protagonistas, el periodista Víctor Murias, un freelancer muy diferente de los plumillas de El Imparcial o de La Correspondencia, y Obdulia Sánchez, una versión vanguardista de la Nardo ramoniana que ha cambiado las castizas Vistillas por la nueva Gran Vía.

Hay una voluntad en Díaz Fernández de no dejar fuera de la novela a ninguno de los elementos que en Madrid se identificaban con "lo Nuevo", como si fuera el reflector de la vanguardia. Así, por sus páginas aparecen taxis, neones, cines, las jazz band de músicos negros; los almacenes granviarios Madrid-París; el cubismo, los aeródromos, los rascacielos, los cabarets con tanguistas de alquiler, tan distintos de los berlineses y parisinos pues, como señala el escritor con envidia indisimulada, "allí hay vicio"; los arquitectos y artistas del Arte Nuevo; el femenino Lyceum Club, la huelga general, las máquinas de escribir Underwood, los electrodomésticos, los automóviles, la Rusia soviética, citada con emoción casi religiosa… Todo en un ambiente de Fronda, de fin de época, que Díaz Fernández describe y al que contribuyó desde una oposición activa al dictador. Capítulo aparte merece la imagen que proporciona de la llamada entonces Eva Moderna, la mujer automática fabricada por la moda, ya para siempre deportista y joven. Es una mujer Ford o Citröen, cubista, diseñada por Picasso, que no tiene nada que ver con las castizas protagonistas de las obras de Pérez de Ayala y de Ramón, y que han dejado la oscuridad de la calle Jacometrezo y del Rastro por los apartamentos cosmopolitas de la Gran Vía, decorados a la moda art decó venida de París. Una mujer que presume de libre y que está en el origen de una de las revoluciones del vertiginoso siglo XX.

Es la de Díaz Fernández una novela en la que, a pesar de las críticas que realiza a un mundo que considera deshumanizado -luego escribirá El nuevo romanticismo-, aún parece confiar en la utopía de la modernidad, en el futuro de la técnica para cambiar la sociedad y en la ciudad como espacio de vida. El escritor todavía creía en un Madrid contradictorio y en transformación, de tradición y novedad, como mostraban las vistas desde el recién finalizado rascacielos de la Telefónica. Desde allí se podía ver la dualidad de la capital: las callejuelas del barrio de Pozas y los tejados del Madrid barojiano que descendían hacia el Manzanares, o la Castellana, el eje de crecimiento de la nueva ciudad que habían diseñado con tiralíneas Secundino Zuazo y Hermann Jansen. Un salteado, a veces revuelto, de organillo y vanguardia, de Solana y Maruja Mallo, de neomudéjar y racionalismo, de churros y de lo que entonces se llamaban "colas de gallo".

La Venus mecánica es también el anverso de Madrid, de De corte a checa, la novela de guerra de Agustín de Foxá, editada en la España trágica y diferente de 1938. Si en la obra de Díaz Fernández, Madrid es la urbe alegre que, como otras tantas, se está modernizando y que aguarda la caída del dictador mientras se charla "de España, del amor y de mil cosas igualmente indiferentes", en la novela de Foxá la ciudad se ha convertido en la capital aborrecida objeto de nostalgia y rencor. Lo que en Díaz Fernández es modernidad crítica pero esperanzada, al contemplar una urbe que está cambiando, en Foxá se ha vuelto miedo y odio hacia la vida moderna -masas e industria- que se había instalado en la ciudad desde comienzos del siglo XX.

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