Tribuna

Jorge Cervilla

Catedrático de Psiquiatría de la UGR y Director de Salud Mental del HU San Cecilio

Una nueva reforma de la salud mental

El cambio político en Andalucía debe sacar a la salud mental del enrocamiento ensimismado y talibán en el que está postrada tras la larga etapa anterior

Tras 28 años en hospitales públicos de cuatro sistemas de salud distintos, he de decir que me sigue guiando la misma motivación que me llevó a empezar: el deseo de ayudar. No es sólo por vocación altruista sino, también, por la convicción de que ayudando a los demás te ayudas a ti mismo. Crear positividad la acrecienta en el entorno. Con ello en mente, entiendo que es el momento de plantear una nueva reforma de la salud mental en la sanidad pública andaluza.

El diseño actual procede de la llamada reforma de la salud mental, ideada en los 80 y ejecutada en los 90, y ha quedado obsoleto. Sus impulsores, miscelánea de idealistas y oportunistas, fraguaron un sistema mantenido acríticamente hasta la situación límite actual en la que, de facto, no se está atendiendo ni mínimamente bien a muchos pacientes. Aun reconociendo que la reforma fue una mejora a la sazón, la praxis resultante ha devenido vaga, ineficaz y arbitraria, generando un nihilismo en bastantes profesionales que, momificados en su autocomplacencia, aborrecen cualquier cambio. El decreto 77/2008 de ordenación de salud mental ha rigidificado la organización, impidiendo la optimización de recursos, y fracasa a la hora de homogeneizar la práctica clínica que debe protocolizarse con guías clínicas de consenso de profesionales.

Hay varios tipos de asistencia en la red de salud mental de adultos: las unidades de agudos (con una estancia media inferior a un mes), las comunidades terapéuticas (una suerte de minipsiquiátricos con mucho personal para muy pocos pacientes que suelen (malvivir en ellos) y la asistencia comunitaria (con centros ambulatorios y de día). Además, existe una fundación (Faisem) que acoge en casas-hogar a pacientes voluntarios, con suficiente autonomía y manejabilidad, pero no a los más graves e involuntarios, los cuales quedan al albur del cuidado familiar. Para menor coordinación, Faisem no depende, como debiera, de los servicios de salud mental.

Ante esta situación me emerge la necesidad de plantear algunas ideas, muy generales, para iniciar un debate que conduzca a una nueva reforma de la salud mental. He de advertir que lo que aquí se propone se basa mayormente en redistribución de recursos y, muy poco, en un mayor gasto, también necesario.

Las unidades de agudos deben ser más abiertas. Para ello se requiere incorporarles zonas de "cuidados intensivos psiquiátricos", ya que la mayoría de pacientes no requiere de medidas extremas como el mantenimiento involuntario de su ingreso, la contención mecánica en caso de agitación intensa o la escasez de permisos de salida prealta o de acompañamientos. Se deben, además, redefinir los hospitales de día para que sean, realmente y sin la discriminación etaria actual, centros que eviten ingresos hospitalarios y favorezcan la integración posalta de pacientes egresados favoreciendo crear equipos de "ingresos" domiciliarios.

Las comunidades terapéuticas (CT) han de reciclarse en unidades de pacientes subagudos con capacidad de recuperación, disminuyendo sus estancias medias a máximo un año. Deberían atender pacientes graves, pero no sólo psicóticos, sino también aquellos con trastornos de personalidad, de la alimentación o TOC. Para ello, antes, hace falta descongestionar las CT, actualmente colapsadas con pacientes muy crónicos, creando plazas residenciales socio-sanitarias concertadas. Estas plazas son ahora inexistentes en Andalucía y paliarían la falla de lo no cubierto por Faisem, que no llega a los más graves y crónicos para los que la oferta actual es, a veces, nada.

Finalmente, la asistencia comunitaria debe flexibilizar roles profesionales para ofertar mayor frecuencia y variedad de consultas, bajar las listas de espera, hacer monitorización sintomática entre consultas, mejorar los parámetros de derivación primaria-especializada (incluso permitiendo la autoderivación), hacer mucha más la asistencia domiciliaria, desarrollar y perfeccionar los tratamientos psicológicos, potenciar las funciones de la enfermera especialista y, fomentar el desarrollo de acciones preventivas sobre la dieta o el ejercicio.

En definitiva, a mi juicio, el cambio político en Andalucía debe sacar a la salud mental del enrocamiento ensimismado y talibán en el que está postrada tras la larga etapa anterior y, con humildad, altura de miras y voluntad de consenso multibanda, desarrollar los cambios, redistribuciones, replanteamientos y repensadas que hagan falta a fin de promover una nueva reforma de la salud mental.

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