La tribuna

Un siglo de la Dama de Hierro

Un siglo de la Dama de Hierro
Luis G. Chacón Martín - Experto Financiero

Pocos creyeron que la Hija del tendero como la tildaron despectivamente, ocuparía el Número 10 y menos aún, que se convertiría en adalid de la revolución conservadora que liquidó el Consenso de posguerra. Mrs. Thatcher, cuyo centenario recordamos, defendió siempre los valores del liberalismo clásico, la responsabilidad individual y la solidez financiera, que le había inculcado su padre. Educada en la cultura del esfuerzo, siempre creyó que la verdad puede ser dolorosa, pero el culpable no es quien nos abre los ojos, sino quien nos mintió. Se definió como una política, no de consensos sino de fuertes convicciones. Una de ellas fue revivir las potencialidades individuales del ciudadano, adormecidas por un Estado de Bienestar que siendo concebido, en palabras de Lord Beveridge –un ínclito liberal– como el fruto de la cooperación entre Estado y ciudadanía para eliminar los grandes males: miseria, necesidad, ignorancia, desempleo y enfermedad, había degenerado en un estatismo rampante que limitaba dolorosamente la iniciativa privada y el tradicional espíritu emprendedor de la nación.

La Dama de Hierro –así la apodó el diario soviético Estrella Roja– ganó las elecciones de 1979 prometiendo a los ciudadanos que el Estado, tan ineficiente entonces que el Gabinete Callaghan hubo de pedir ayuda al FMI tras el Invierno del descontento, ya no trataría al ciudadano como un menor al que debe tutelar y tendría como objetivo primordial crear las condiciones más apropiadas para que todos decidieran sobre sus recursos y esfuerzos. Esa revolución, que bebía de los principios del Liberalismo Clásico y de su renovación, personalizada por Hayek y Friedman, no fue del todo aceptada por sus ciertos tories, imbuidos del tradicional paternalismo conservador de la aristocracia británica. Para ella, en frase que hizo historia, el socialismo fracasa cuando se le acaba el dinero de los demás.

Su tesón, su fortaleza y su férrea determinación caracterizaron al Thatcherismo. Cualidades desaparecidas en tantos líderes actuales, volubles de pensamiento y decisores a ritmo de encuesta. No le tembló el pulso con los sindicatos. La Trade Union había adquirido tanto poder que parecía un estado dentro del estado como demostró durante las huelgas que acabaron derribando a Mr. Callaghan. Tampoco cedió nunca al chantaje terrorista del IRA. Ni siquiera tras el atentado contra ella en Brighton. Y defendió la soberanía británica en las Falklands (Malvinas) frente a la agresión de la dictadura argentina.

Convirtió el Liberalismo en un programa de gobierno atractivo para los ciudadanos y consiguió sacar al Reino Unido de la abulia y la desesperanza en que estaba sumido. Algo que hasta sus más feroces críticos acabaron reconociendo. Para Mrs. Thatcher, la esencia de un país libre y de una sociedad abierta residen en el derecho de cada ciudadano a trabajar como quiera, decidir en qué gastar lo que genere, disponer libremente de sus propiedades y tener al Estado como sirviente y no como amo.

Al romper el Consenso de Posguerra que había devenido en un estatismo atroz, devolvió a los ciudadanos el orgullo nacional y los valores sobre los que se había erigido la grandeza británica. Les ofreció libertad económica, disciplina monetaria y presupuestaria y privatizó todo aquello susceptible de ser gestionado por la iniciativa privada en un mercado libre y competitivo. Su liderazgo permitió a la declinante Gran Bretaña de los setenta convertirse en uno de los países más dinámicos y competitivos del mundo. Su influencia trascendió el largo mandato de once años y tanto Sir John Major, su sucesor, como los gobiernos del New Labour de Mr. Blair y Mr. Brown no alteraron sustancialmente el modelo económico legado por el Thatcherismo, lo que explica el elevado crecimiento experimentado por el Reino Unido en ese período. El feliz liderazgo de Mrs. Thatcher junto al del presidente Reagan fue fundamental para extender los principios de libertad económica por todo el mundo porque, en palabras de la Dama de Hierro, necesitamos de un Estado que no sea un obstáculo para la libertad.

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