Tribuna

Fernando castillo

Escritor

La vida perra de Ángel Vázquez

Es Ángel Vázquez el escritor del Tánger cotidiano, por el que desfilan lugares y personajes en los que confluían lo británico, judío, español, francés, portugués y marroquí

La vida perra de Ángel Vázquez La vida perra de Ángel Vázquez

La vida perra de Ángel Vázquez

Sin duda, entrar en la consideración de ciudad literaria -una categoría que depende más de la literatura que de la urbe- exige contar con unos autores y unas obras de referencia a modo de presentación. Si Shanghái tiene a André Malraux o al más reciente Ángel Wattgenstein, Lisboa a Fernando Pessoa, Trieste a Italo Svevo o Umberto Saba, Estambul a Ohran Pamuk y Nueva York a John Dos Passos o Philip Roth, por citar solo algunas ciudades portuarias, la muy literaria Tánger tiene a Ángel Vázquez.

Es este un escritor si se quiere desigual, autor de La vida perra de Juanita Narboni (1976), una de las más destacadas novelas de la literatura española del pasado siglo, más citada que leída como ha dicho José Luis García Martín, a la que se puede considerar la novela de Tánger. Fue Ángel Vázquez hombre de vida difícil, que algunos intrépidos calificarían de anodina, rematada con un descenso a los infiernos y una muerte trágica de la que este año se cumple el cuarenta aniversario, que tuvo en Emilio Sanz de Soto y Eduardo Haro Tecglen a sus mejores amigos. Siempre discreto y fuera de lo que se llama el ambiente literario, Vázquez parece condenado a permanecer en un olvido guadianesco del que periódicamente resurge su eterna novela tangerina, un extraordinario monólogo de aires entre proustianos y modianescos, pero también del Ulises de James Joyce por el paralelismo de Juanita y Tánger con Molly y Dublin, por no aludir a la relación existente entre los dos escritores y sus respectivas ciudades.

La vida perra de Juanita Narboni es una aproximación a la ciudad de la infancia y juventud del escritor, la de los años del Tánger internacional, que llega incluso más allá de la independencia. Una novela de la memoria de una ciudad que es mucho más real que la contada por Paul Bowles, Mohamed Chukri o Juan Goytisolo, que coexiste con el siempre atractivo mundo de los tipos raros que le han dado el tono. Quizás por esa cotidianeidad es el de Vázquez un Tánger más literario y más perdurable que él un tanto artificioso y teatral de los anglosajones extraviados que iban llegando a la ciudad. En La vida perra de Juanita Narboni no se desborda la recurrente mención al sexo prohibido y pagado, que tanto tiene de colonialismo, al kif y al exotismo de lo árabe, por lo que en esas páginas se encuentra un Tánger plural y vivo, tan verdadero como literario. Al contrario que otras narraciones, la novela de Ángel Vázquez tiene como protagonistas a los tangerinos, a los habitantes de una ciudad distinta de aquella por la que circulaban los extranjeros. Se trata del Tánger más tradicional y representativo que existía alrededor de su casa en el Paseo de Doctor Cenarro -hoy calle Ibn Al Abbar- en las cercanías del Marshan, donde el escritor vivía con su abuela y su madre. Es el entorno del barrio de San Francisco, de las calles Italia y Siaghins, del Zoco Grande y el Zoco Chico, de la calle de la Playa que recorre Marinita Medina, el personaje que apenas oculta a María Molina Gil, o si se prefiere a Mariquita la Sombrera, madre del escritor. El mundo de la Avenida de España, de la calle Esperanza Orellana y su Teatro Cervantes, donde bajo la clámide de lo hispano, convivía el Tánger más diverso escuchando las canciones del tenor Enrico Caruso o de Imperio Argentina, que tanto fascinaba al niño Emilio Sanz de Soto.

Es Ángel Vázquez el escritor del Tánger cotidiano, de la ciudad de su madre y de su infancia, por el que desfilan lugares y personajes en los que confluían, en insólita armonía, lo británico, judío, español, francés, portugués y marroquí. Todo recogido en un texto magníficamente escrito, enriquecido con expresiones y giros franceses e ingleses y sobre todo de haketia, ese idioma tangerino combinación única de español, sefardí, árabe y portugués, que se hablaba en la ciudad hasta los años setenta, ahora, como tantas cosas, perdido.

La vida de Ángel Vázquez -que Virginia Trueba y Emilio Sanz de Soto han contado muy bien- como la del Tánger de su novela, desapareció dramáticamente. En 1965, tras trabajar en el diario España y pasar por mil avatares, el escritor, tímido, atormentado y sensible, abandona para siempre una ciudad ya marroquinizada a la que nada le ata y a la que se referirá luego con desdén. Eso no le impedirá ser quien mejor cuente ese Tánger desde la distancia de un Madrid hostil y complejo, en el que muere en 1980 en una oscura pensión de la calle de Atocha, la misma que cantan los caracoles, cuatro años después de publicar, sin pena ni gloria, la novela de la ciudad.

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