enfoque de domingoLas playas en estado de revista

Bandera roja

  • El salvamento en las playas no puede limitarse a izar banderas de colores y subir socorristas a las torres

Bandera roja

Bandera roja

La muerte de dos bañistas y la desaparición de un tercero en las playas de Barbate y Vejer nada más empezar la actual temporada estival es una triste noticia para todos, pero especialmente para quienes formamos parte del Instituto Español para la Reducción de los Desastres y para colaboradores nuestros como Gregorio Gómez o Javier Benavente, pues desde el verano de 2012 venimos insistiendo sobre la peligrosidad que suponen siempre las corrientes de resaca en nuestras costas.

El salvamento en playas no puede limitarse a izar banderas de colores, señalizar canales de navegación, delimitar las zonas de baño, subir socorristas a una torre, varar una zodiac en la arena o disponer de un botiquín de primeros auxilios. El salvamento en playas debe convertirse en una seguridad real y en una seguridad activa, no defensiva, y esto evidentemente no se va a conseguir con concesiones de explotación de servicios a bajo coste. La historia viene de muy largo, desde que comenzó a emplearse al voluntariado para una misión que no tiene encaje alguno en la legislación vigente. Cádiz capital nunca recurrió a este método y por fortuna la mayoría de los ayuntamientos locales están rectificando sus posiciones sobre este asunto. Esto no significa que la municipalización de estos servicios o la externalización por medio de empresas privadas sea la solución al problema, sino que esta pasa por la modernización del servicio, la profesionalización del personal y la implantación de medios de predicción y alerta que ya existen, más allá de unas simples banderas de colores.

En el verano de 2012 estábamos haciendo un seguimiento de la temporada de ciclones tropicales en el Atlántico cuando nos dimos cuenta del peligroso comportamiento del huracán Gordon, que tras formarse el 15 de agosto en el paralelo 30º a 960 km de las Bermudas enfiló las entrañas del Golfo de Cádiz. En cinco días recorrió 2.550 km con vientos de hasta 175 km/h y fuerza 2 hasta que se disipó en forma de ciclón extratropical al pasar por encima del archipiélago de las Azores. Pero cuando el mar se pone en movimiento no es fácil frenarlo. El viento cesó, pero las corrientes siguieron avanzando en la dirección proyectada por el fetch. La marejada ciclónica generó oleajes con períodos superiores a 14 segundos entre una ola y la siguiente, lo que dio lugar a un mar de fondo que se presentó en las costas de Cádiz los días 21 y 22 provocando 200 rescates entre Sanlúcar y Tarifa. Los oleajes se elevaron a diferentes alturas, de modo que algunas crestas rompían antes que otras, a destiempo, iniciando el camino de retroceso por unos canales de circulación contraria a los que llamamos «corrientes de resaca». Como explica el profesor Javier Benavente, del Centro de Excelencia Internacional del Mar, las corrientes de resaca son fuertes corrientes de agua, que avanzan desde la costa hacia el mar y que se comportan de formas diversas conforme a la topografía de la orilla. Una forma práctica de reconocer su presencia es echando un tinte no contaminante en el agua a mano y desde la misma orilla, como hacen con frecuencia en las playas de Australia para observar su deriva y tomar precauciones.

Estas resacas arrastran, pero no engullen, no sumergen a las personas. La experiencia es que quien se ve envuelto en ese tipo de corrientes no tiene posibilidad de volver a nado hasta la orilla, sino que debe dejarse arrastrar hasta que la corriente disminuya su velocidad y encuentre de nuevo la corriente de entrada. Nadar en sentido contrario al reflujo a lo único que nos llevará es al agotamiento y al pánico. El pasado 11 de agosto este fenómeno coincidió además con un alineamiento astronómico de la luna, la Tierra y el Sol, lo que conocemos como «sicigias», y con un coeficiente de marea alto, tal como ocurrió el día del huracán Gordon. Estos factores multiplican el efecto de las resacas, pero pocos se fijan en ellos.

Cuando en 2012 nos pusimos en contacto con la Dirección General de Protección Civil y Emergencias de Madrid para compartir con ellos nuestra sospecha, la respuesta fue que relacionarlo con el huracán era una barbaridad. Lejos de sentirnos ofendidos, en nuestro convencimiento, nos pusimos a trabajar conjuntamente con expertos de la Universidad de Cádiz, el Instituto de Hidráulica de Cantabria y el Área del Medio Físico de Puertos del Estado. Esto dio como resultado el informe La resaca marina del 21 de agosto de 2012 en las costas de Cádiz, que en 2014 nos abrió las puertas de la Escuela Nacional de Protección Civil y Emergencias para exponer nuestras conclusiones ante un foro nacional de altísimo nivel sobre riesgos naturales. Cinco años después el informe sigue siendono de los pocos referentes nacionales, si no el único, en materia de resacas marinas. Sin embargo, su destino final tiende a ser el del olvido mismo en que cayó en su día el proyecto MICORE sobre sistemas de alerta temprana por riesgo de temporales costeros, desarrollado en 2011 por un consorcio europeo financiado por la UE y en el que participó la Universidad de Cádiz centrando el estudio en la playa de La Victoria. Seguramente los servicios de playa que este año tienen que velar por la seguridad en las playas no tendrán ni idea de lo que estamos hablando. Es decir, información y herramientas hay; la cuestión es acceder a ellas y sacarle provecho. En el pasado aniversario del maremoto de 1755 organizado por el IERD, el profesor Benavente impartió una clase magistral ante un público de 120 personas no profesionales en la Casa de Iberoamérica a la que apenas acudieron responsables de servicios de playas.

Al menos hemos conseguido un cierto cambio de actitud tanto en la conducta de las personas como en el interés de los medios de comunicación y en la preocupación de las administraciones locales. En las resacas marinas del verano de 2016 ondeó por fin con valentía la bandera roja en las playas gaditanas y el número de rescates se redujo a una veintena. Es un pequeño triunfo, pero no cabe duda de que queda mucho por hacer y por convencer para disfrutar de un mar exento de malas noticias.

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