Provincia de Cádiz

Mamá, ¿tú sabes que soy una niña?

  • Dos familias gaditanas con niñas transexuales de cuatro y nueve años han solicitado el cambio de nombre y sexo en el Registro Civil

Con un disfraz de Spiderman escondido en el armario esperando a ser descubierto la noche de Reyes, el hijo de Celia, de cuatro años, miró a su madre a los ojos y, sin pestañear, le dijo la frase que cambiaría la vida de ambos para siempre: “Mamá, yo quiero ser una niña”. Y, por si no había quedado lo suficientemente claro, se mostró aún más tajante:“Yo soy una niña”. A partir de esta línea hablaremos siempre de la hija de Celia. En femenino, pues ese es su género.

 

Lo mismo le ocurrió a Almudena con su pequeña, sólo que esta tenía ocho años, si bien desde los tres mostró comportamientos propios de una chica. “Y no me refiero a la forma de vestir ni a la manera de hablar. Son roles que adoptan a través de los cuales expresan lo que sienten, que no es otra cosa que su identidad sexual”, explica su madre.

 

A pesar de su corta edad, ambas menores verbalizaron con prontitud aquello que “su corazón y su mente les decía”, aseguran las progenitoras. En ocasiones, estaban disgustadas porque los Reyes Magos no habían acertado con los regalos que esperaban (“¿Acaso no son mágicos? ¿no saben lo que pensamos?”, decían);otras experimentaban desconcierto, incluso rechazo, ante sus órganos genitales;vestirse todas las mañanas antes de ir al colegio con ropa de chico se convertía en un auténtico suplicio; si hablaban de ellas mismas usaban siempre el género femenino hasta el punto de no entender por qué se referían a ellas con nombres de niño.

 

Estos ejemplos son algunas de las pistas que las niñas fueron lanzando a sus familiares para que entendieran que algo pasaba. “Para ellas fue algo sencillo, pues manifestaron de forma natural su propia identidad sexual”, un proceso que tiene lugar en la infancia, de los dos a los cinco años. “En esa etapa los niños no están adulterados por la sociedad, no entienden de estereotipos ni de prejuicios. Se limitan a  exteriorizar lo que son libremente”.

 

En un principio los padres pensaron que tenían hijos a los que les gustaba jugar con cosas de chica. Después llegaron a la conclusión de que eran gays. Y por último, tras escucharles y dejarles hablar, comprendieron que eran transexuales. 

 

Transexualidad e infancia son dos términos, en apariencia, reñidos . “Nada más lejos de la realidad”, insisten las madres. “La transexualidad tiene lugar cuando el sexo gonadal no coincide con la identidad sexual. Eso es todo. No hay ni ambigüedad ni indeterminación. Tampoco es una cuestión de orientación sexual, mucho menos de tiempo. No hay que esperar a la pubertad, por lo que no nos estamos precipitando. No es un capricho de la niñez”. Las madres dedican más palabras y tiempo a desmitificar falsas creencias que a definir el concepto trans.

 

Existen diferentes corrientes al respecto. Celia y Almudena defienden que “hay niñas con vulva y niñas con pene. Así, nuestras pequeñas tienen una característica física que, con el paso del tiempo –y si ellas lo estiman oportuno– podrán cambiar. Por ende, ellas no han nacido en un cuerpo equivocado. En absoluto”, enfatizan.

 

Resulta más que obvio apuntar que la transexualidad no es una patología. Ahora bien, “la no aceptación de la misma sí puede acarrear enfermedades tales como depresión, ansiedad, disforia de género e incluso intentos de suicidio”, subraya Celia. En este punto, las dos madres recuerdan cómo eran sus hijas antes de iniciar el tránsito (que en el caso de los menores se limita a la forma de vestir, no hay ni hormonación ni operación): “Eran niñas serias, enfurruñadas, tímidas, introvertidas. Sufrían terrores nocturnos, incontinencia urinaria... Ahora están liberadas, han vuelto a nacer y son plenamente felices”.  

 

Los padres de estas dos chicas entienden que iniciar el tránsito a temprana edad supone “falicitarles el camino y evitarles sufrimientos innecesarios”. De esta forma –consideran– “haces que su vida sea real cuanto antes”. 

 

En ese anhelo de allanar el trayecto de vida a sus pequeñas, los progenitores han solicitado el cambio de nombre y sexo en el Registro Civil. Y es ahí donde han encontrado una piedra que les impide continuar con su hoja de ruta. “Hemos modificado el nombre de nuestras hijas en la Seguridad Social, así sus pediatras las llaman en consulta por sus nombres femeninos (que, por cierto, han elegido ellas mismas)”. También en el colegio se ha activado el protocolo de actuación ante la identidad de género. “Tanto en el listado de clase como en el programa Séneca de la Junta aparecen registradas como chicas. Por supuesto, van al aseo de niñas, llevan uniforme de niñas, si hay una actuación de fin de curso se disfrazan como niñas... Son, a todos los efectos, niñas”.

 

Pero no así en el Documento Nacional de Identidad, lo que da lugar a tropiezos administrativo “que sobran”. Y es que cada vez que reaparecen sus nombres masculinos “las niñas sufren y no pueden vivir recordando el pasado”, coinciden en señalar los padres. 

 

Por poner un simple ejemplo, viajar al extranjero es impensable para estas familias porque cuando llegan a una aduana se ven obligados a presentar un DNI donde se muestra un nombre de chico que no concuerda con la niña que quiere atravesar la frontera. “Me niego a enseñarle los genitales de mi hija a un funcionario cada vez que paso una aduana. Es una violación de su intimidad intolerable”, critica Celia.

 

Para que no se repitan situaciones como ésta y evitar otras similares es por lo que estos padres han solicitado modificar el nombre y el sexo de sus hijas en el Registro Civil. Para realizar este trámite las pequeñas han sido examinadas por forenses, psicólogos, psiquiatras y pediatras, “profesionales que han certificado el género femenino de nuestras hijas”. También los padres han superado los éxamenes de Salud Mental. Como se suele decir, tienen los papeles en regla. 

Pero la solicitud de rectificación registral está pendiente de resolución desde febrero. De momento, sigue sin respuesta. Los padres aseguran que su demanda ha pasado ya por tres juezas distintas y que ahora está en manos del fiscal. 

 

Nunca antes se ha conseguido cambiar el sexo de inscripción en menores (el nombre, sí). Sin ir más lejos, la semana pasada le fue denegado a una adolescente trans  de Málaga esta misma solicitud de modificación registral. Para estas familias gaditanas las puertas siguen abiertas. Hay esperanza. “Lo que pedimos no hace daño a nadie. ¿Por qué nos condenan entonces a mantener un documento oficial con sexo masculino hasta que nuestras hijas cumplan la mayoría edad? Esto puede llegar a ocasionarles un trauma”.

Este intento de dejar constancia formal de la verdadera identidad de sus pequeñas va mucho más allá de la engorrosa burocracia. “Nos esforzamos por normalizar sus vidas. No queremos que se sientan especiales, porque no lo son;es mucho más sencillo: nuestras hijas tienen un precioso cuerpo de niña, pero les ha tocado tener colita, igual que a otras personas les toca ser rubias o morenas”. No hay más.

 

Resulta curioso que dentro de este proceso, las niñas han sido las primeras en adaptarse. La de cuatro años, que inició el tránsito a primeros de este año, tiró ella misma toda su ropa de chico. En menos de un mes no había ni rastro de varón. Para la de nueve, que comenzó hace un año, fue fundamental el visto bueno de su padre, quien se encargó personalmente de que su pequeña tuviese los pendientes en las orejas que tanto anhelaba. Pequeños gestos que marcaron un antes y un después.

 

Esta evolución no ha sido sólo para las niñas. Los padres han experimentado su particular tránsito, marcado por infinitud de sensaciones, desde el miedo al desconocimiento, en una montaña rusa de sentimientos donde han derramado alguna lágrima, compensada siempre por la alegría y la paz alcanzada por sus hijas. “De repente te ves navegando en un mar de aguas turbulentas hasta que llegas a un precipio en el que, o tomas una decisión o te ahogas”, ilustra a la perfección uno de los papás, quien, a corazón abierto, reconoce que al principio fue “duro” perder a su niño varón. Los otros padres comparten ese “duelo” por el hijo no nacido al mismo tiempo que describen un “sentimiento de culpa” por no haber sabido interpretar antes los guiños y gestos que sus niñas demostraban. 

Los progenitores aseveran que, hoy por hoy, les toca abrirse paso en una sociedad “que no está preparada para ni siquiera hablar de transexualidad infantil. Hay un gran desconocimiento al respecto”. Por eso han sido tan sumamente valientes de hacer público el caso de sus hijas, “para visibilizar una realidad que está ahí, y si con nuestro testimonio podemos ayudar a otras familias, estaremos encantados de contactar con ellas y apoyarlas en todo lo que necesiten”.

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