Provincia de Cádiz

Cuando las puertas dan miedo

  • Un total de cincuenta y dos menores fueron retirados de la guardia y custodia de sus padres durante 2017

Cuando las puertas dan miedo

Cuando las puertas dan miedo

Todos pensamos que la vida, en general, funciona más o menos igual. Que las casas suelen ser como las nuestras. Unos días (los menos), lista para pasar revista, y otros, hecha una leonera. Unos días parece uno nominado a familia del año; otros, se lía una bronca espectacular. Todo es más o menos igual, pensamos. Hay veces que los críos se dejan la tarea; hay veces que les dan un premio encantador y estúpido. El frigorífico suele estar lleno y, si no, se tira de teléfono. ¿Felices? Probablemente.

En el reparto de competencias, la bestia negra de la Policía Autonómica fue vigilar la retirada de niños en riesgo de desamparo. Basta una puerta, te dicen, para que te des cuenta de que ese mundo que crees seguro no lo es tanto. Entras, y todo está mal. Hay montones de ropa sucia acumulada; si hay perro, te puedes encontrar excrementos por el suelo. En el frigorífico prefieres no mirar.

"Estamos aquí por una dejación de sus obligaciones de patria potestad y vamos a proceder a la retirada del consentimiento de guarda y tutela. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?". Y, muchas veces, la respuesta es "no".

Las retiradas las realiza el equipo asignado por la Junta (con asistentes, educadores y trabajadores sociales y psicólogo). La Policía Autonómica vela por su seguridad y, sobre todo, por la del menor: por eso, la escena prototípica que a todos se nos viene a la cabeza, de niños arrancados a la fuerza de los brazos, no se da nunca.

La media de retiradas ronda los cincuenta casos al año. En 2017, se contabilizaron cincuenta y dos. Entre los casos, hay de todo: desde aquellos que entregan al niño directamente, porque saben que es lo mejor, hasta quienes se resisten por todos los medios posibles. "Y terminas de tocar fondo cuando ves que, precisamente las familias que más obstáculos han puesto para que te lleves al niño, son luego las que mas se desentienden": ni visitas, ni llamadas. El niño era ese algo que nunca debió estar allí, que molestaba. Como suele decirse, Haneke envidiaría el material. "Por contra -continúan desde la Policía Autonómica-, cuando vuelves a ver al niño, tras unas semanas en la familia de acogida o en el centro, el crío es otro: su aspecto físico es distinto, su actitud es distinta. Si tenía algún tipo de discapacidad, ves incluso que ha desarrollado una autonomía que antes no tenía. Eso es lo que te hace seguir".

Aun así, son muchos los casos en los que se recupera la patria potestad. Hay gente que necesita, literalmente, verse frente al espejo y tocar fondo para reaccionar.

La pobreza, insisten, no es un factor determinante: tal vez sea uno más. "Y también habría que plantearse si lo que se declara como pobreza no es, realmente, una mala gestión de recursos". Pero lo que lleva a un niño a manifestar los signos que -por ejemplo, desde los centros educativos- constituyen señales de alarma (absentismo, fracaso escolar, falta de higiene, ropa inapropiada, hambre, aislamiento...) suele ser resultado de una combinación de factores, entre los que destacan la politoxicomanía o la enfermedad mental de los tutores, pero t ambién cuestiones como el desempleo o los ingresos insuficientes: "En general, las circunstancias suelen ser tan caóticas que, si el niño consiguiera asistir al colegio, por ejemplo, de una forma medianamente normal, sería un milagro". Dentro de ese milagro rasurado, están casos como los de la hermana que atiende a todos sus hermanos, que se repite frecuentemente.

En el fondo, por muy mal que estén -cuentan- las familias saben perfectamente que no están haciendo lo correcto con sus hijos. Aunque no siempre: recuerdan a una madre que ejercía la prostitución y que se esforzaba por recuperar la custodia de su hija. La mujer acudía a los encuentros con agentes y servicios sociales con la ropa que usaba para trabajar porque era la que consideraba "normal". Pero, lo general, es la plena conciencia de lo que se considera habitual: hay veces en las que los servicios sociales han detectado falta de higiene o ropa inapropiada y los padres se presentan en Protección de Menores con los niños listos para la pasarela. O los casos de los menores que están en el limbo, que con once o doce años no existían, no aparecen siquiera en el Registro Civil: si actúas en un ámbito de irregularidad, la existencia y el registro de un hijo puede ser un flanco importante.

"Nosotros tenemos la conciencia tranquila porque, cuando vamos con la resolución de desamparo, sabemos que se ha hecho todo lo posible y que, por el momento, lo que tenemos ahí es irreversible. Los informes los hace un equipo interdisciplinar y se estudia caso por caso, muchas veces, durante años. Y los centros son buenos centros". En los menores de siete años, el protocolo es destinarlos directamente a familias de acogida. La familia extensa es un recurso formal que se utiliza muchísimo aunque, en principio, el sistema no abraza con entusiasmo el caso de los abuelos, por ejemplo: "Si estamos hablando de abuelos más o menos jóvenes, en buen estado de salud y demás, pues estupendo. Pero si son ya bastante mayores, o están tocados, o están ayudando, para colmo, a otros hijos con la pensión... No se ve como una opción idónea".

Es una labor, la de la retirada, que no puede hacer cualquiera: la principal cualidad, subrayan, es la empatía. Aunque a veces, la identificación es tal que la barrera se rompe: se ha dado algún caso en el que, después de estar hablando durante horas, el agente volvía a entregar al niño a la familia, allí mismo, en una especie de síndrome de Estocolmo inverso. Hay quien no puede continuar haciendo ese trabajo una vez ha tenido hijos: "Cuando tienes un buen agente y se te va, se complica todo muchísimo, porque no es una tarea que sepa hacer cualquiera, por mucho estudios de psicología que te presente: es una habilidad que se tiene o no se tiene". Generalmente, los mejores agentes para hacer frente a estos casos suelen ser "personas muy maduras, que han tenido una vida difícil pero que luego han conseguido seguir adelante, que saben valorar lo que la vida ofrece".

Porque la puerta puede abrirse al desamparo pero, también, a la monstruosidad. Y hay que saber lidiar con ello, buscando todos los caminos posibles. Por ejemplo, el caso de un ex abusador de menores, que se quedaba solo en casa con la hija de su nueva pareja mientras esta trabajaba: la opción efectiva fue hablar con los abuelos. Hay que tener un talante especial, también, para no dejar que el horror te arrastre. Y el horror es este: un niño de unos dos años, nacido de una relación extramarital, al que mantenían encerrado a oscuras en una habitación. No se relacionaba siquiera con sus hermanos. Los vecinos dieron la alerta porque pensaban que había muerto. El crío, que parecía mucho más pequeño de lo habitual para su edad, no respondía a los estímulos. "Es el primer niño que no llora cuando le pongo el fonendoscopio", dijo el médico. Se había agotado de llorar. La vida era lo oscuro. Sólo lloró cuando, una vez lo pusieron en el coche, notó el sol sobre la piel. Se asustó: era una experiencia que no conocía. La madre está en prisión.

Dentro de esas historias de monstruos se encuentran las de los monstruos complacientes, aquellos que creen que hacen el bien. Tienen difícil solución ya que no asumen la culpa. Son las que están en el lado de la sobreprotección: su diagnóstico, lo que se conoce como Munchausen por poderes, no es tan magro como pudiera parecer. En su casuística cae, por ejemplo, el caso de la madre que ha llevado a su hijo de un año a Urgencias más de cien veces - "Se refiere", "Se refiere..."-. O el de una casa en la que la madre no subía las persianas ni dejaba salir a los hijos al exterior.

Hay veces, es cierto, que las puertas pueden dar miedo.

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