URBANISMO

Las estampas de la discordia

  • El pájaro-jaula en Cádiz es el último ejemplo de obra que incide en el paisaje urbano. Los proyectos de la plaza de la Encarnación en Sevilla, la de las Monjas en Huelva o el Puente Romano de Córdoba han suscitado un gran debate social

Cuando Frank Gehry volvió a Bilbao con el Museo Guggenheim ya construido y con un éxito artístico y de público arrollador, afirmó que a él le gustaba más la Bilbao que conoció antes de su obra que la de ahora. Tiene su lógica: el arquitecto canadiense se inspiró para su construcción en una ciudad gris, industrial y caótica. Pero Bilbao, impulsada por el imán que supuso el nuevo museo para los turistas, se transformó. La ría se limpió y se rehabilitó el casco histórico, y la urbe dejó de ser gris, gracias, paradójicamente, al propio Guggenheim. No fue fácil el camino. Cuando comenzó a andar, allá por 1997, el escultor Jorge Oteiza sugirió que el museo era “una fábrica de quesos”. Las críticas fueron acérrimas.

El del Guggenheim es un ejemplo paradigmático de los debates que generan intervenciones que afectan al paisaje urbano, especialmente el de los cascos históricos. Un caso menor, aunque muy simbólico, es el de la escultura ecuestre del tarifeño Guillermo Pérez Villalta que corona la fachada del Ayuntamiento de Granada. Tras su colocación, en 2002, fue objeto de una enconada polémica política, hasta el punto de que el PP llegó a incluir en su programa electoral la retirada de la estatua. Pero no la quitó. “Ha quedado en el imaginario colectivo de la gente”, asegura el concejal del PSOE José María Rueda, que añade: “Nunca se han hecho más fotos delante del Consistorio, antes no era ni mucho menos un sitio visitado”.

“Obra genial de un artista genial”. Así califica la obra Juan García Montero, concejal de Cultura (PP), que, aun valorando la pieza, aboga por situarla en otro lugar. El instante preciso, que así se llama la escultura y que simboliza un momento de felicidad plena, será desplazada de su ubicación actual y trasladada a un “enclave emblemático aún por determinar”. ¿La razón? Una reforma del Ayuntamiento, un antiguo convento carmelita con un valor arquitectónico relativo. Su fachada será redecorada “con elementos muy granadinos”, en palabras del actual alcalde, José Torres Hurtado (PP).

El caso de Granada es reflejo de esa tensión entre tradición y vanguardia que atraviesa la vida de las ciudades. El propio consistorio socialista, cuando instaló El instante preciso se justificó en el 500 aniversario del Ayuntamiento de la ciudad, que fue dos años antes, en 2000; y colocó la estatua de noche, casi a escondidas. Es cierto que la resistencia de los ciudadanos, reacios a priori a los cambios, suele ser grande. El último ejemplo, en Cádiz, es el monumento a la Constitución de 1978 promovido por la Comisión del Bicentenario de las Cortes. Las encuestas han certificado el rechazo a la obra, situada muy cerca de Puerta Tierra, la muralla de la ciudad. En esencia, la obra es un pájaro-jaula que representa, a la vez, la libertad y la norma. Mide diez metros y pesa tres toneladas y media. “Y será objeto de lo que yo llamo el complejo chirigotero”, asegura el artista, Luis Quintero. “He sido apoyado por las voces más autorizadas; la gente común tiene otras preocupaciones, y porque no le guste no me siento en absoluto triste. Es más, para mí es un halago que mi obra no le guste a la mayoría”.

La cosa se complica cuando las intervenciones son de mayor calado. Algunas ya han sido asumidas sin ningún trauma por la memoria ciudadana, como la remodelación de la plaza de la Marina, frente al Puerto, en Málaga; otras, como el edificio del Rey Chico, en Granada, aún son recordadas por la polémica que suscitaron, en este caso por el posible impacto visual causado por su ubicación: El paseo de los Tristes, al pie de la Alhambra. Hoy, esta construcción, sede del centro de formación de artes escénicas y del centro municipal de arte joven, pasa desapercibida por la gran cantidad de vegetación que la rodea.

En Sevilla ya está en marcha un proyecto que sí será claramente rupturista con su entorno. El Metrosol Parasol, que así se llama esta idea, estará situado en el centro geográfico del casco histórico. Es una estructura de apariencia metálica que tendrá más de veinte metros de altura dará sombra a una plaza que se pretende recuperar como espacio ciudadano. No ha dejado de generar debate. El decano de los arquitectos de Sevilla, Ángel Díaz del Río, es uno de los grandes defensores . “Futuro y tradición deben de convivir. En la ciudad hay edificios del XVII, del XVIII, del XIX y del XX y en el siglo que viene deberá haber grandes creaciones del XXI. La arquitectura de vanguardia siempre ha sido rompedora con el entorno y ha logrado darle una nueva visión”. Los detractores sostienen que el proyecto del alemán Jürgen Mayer es agresivo con el medio. “El de la Encarnación, en una ciudad laberíntica, de callejuelas estrechas, es uno de los vacíos más hermosos de la ciudad. Creo que hubiera sido más adecuado aprovecharlo que llenarlo con una construcción como esta”, opina Julián Sobrino, profesor de Historia de la Arquitectura.

Otra plaza neurálgica, en este caso en Huelva, ya ha sido modificada, aunque su historia es diferente. Hace tres años, el arquitecto onubense Sebastián Cerrejón ganó un concurso de ideas convocado por el Consistorio para reformar la Plaza de las Monjas. Planteaba darle la vuelta como a un calcetín: nada de fuentes, ni de quioscos, ni de templetes. Los árboles, los precisos. Su concepción moderna no gustó a vecinos y comerciantes, que se manifestaron en contra. Y el Ayuntamiento asumió las críticas y no ejecutó el proyecto: se limitó a una remodelación clásica del enclave y a mantener todos sus elementos. “El Ayuntamiento ha tenido miedo y ha optado por una solución más tradicional. Lo ideal hubiera sido hacer algo más unitario, con la filosofía de la plaza mayor de Salamanca y Madrid, o la de San Marcos”, afirma el decano de los arquitectos onubenses, Gonzalo Prieto. “Hemos conseguido una plaza diáfana manteniendo sus características históricas. La idea del concurso no era hacer a la fuerza el proyecto”, dice el concejal de Urbanismo, Francisco Mora.

Cualquier retoque a la piel sensible de la ciudad provoca reacciones de todo tipo y generan incluso más debate que los propios PGOU. Un detalle como el material y el color del pavimento del Puente Romano de Córdoba ha llenado de páginas los periódicos, con posiciones a favor y en contra. El famoso granito rosa es una parte de un proyecto auspiciado por la Junta de Andalucía que incluye un centro de interpretación y la reforma de la torre de la Calahorra. Se trata de adaptar un puente que ha perdido ya su función de comunicación viaria. Resultado: un paseo peatonal. “Ha dejado de ser de tráfico para tener un tratamiento diferente, y los cordobeses pasean por allí encantados. Muchos me dicen que se sienten engañados por la polémica”, señala Herminio Trigo, ex alcalde de la ciudad. Otros, como el catedrático de Geografía Humana Antonio López Ontiveros, creen que la restauración ha desvirtuado el puente precisamente de su condición de puente. “A lo largo de la historia ha tenido una función estratégica importantísima; ha sido el enlace entre el norte y el sur de la península. Y ahora es un simple paseo urbano y romántico. Se debía de haber conservado su espíritu”.

Esta tensión entre historicismo y novedad siempre estará presente en cualquier intervención que afecte al corazón urbano. Y también a otros entornos, como ha sucedido con el polémico centro de interpretación de las ruinas de Bolonia diseñado por el sevillano Guillermo Vázquez Consuegra, o, hace ya quince años, con la escultura de Todd Saughter La mano y la bola, fabricadas en acero, de ocho metros de altura y en el entorno natural del Parque del Estrecho. Fue la galerista Magda Bellotti la gran impulsora de un proyecto que acabó asumiendo la Autoridad Portuaria de Algeciras.

Lo nuevo en el entorno urbano siempre generará conflictos. El actual centro Pompidou, en París, hoy considerado un referente del arte contemporáneo, fue construido sobre un mercado tradicional considerado a su vez un ejemplo de la arquitectura industrial del XIX. La parisina Torre Eiffel fue duramente criticada por los intelectuales y artistas de la época. Córdoba también podía haber tenido un puente de Santiago Calatrava, como Sevilla, pero nunca se llegó a hacer. El Ayuntamiento aceptó su construcción, pero siempre que se alejara hasta un lugar que no causara impacto visual con la Mezquita. El arquitecto valenciano se negó. Quería que su obra compitiera en los siguientes siglos con el símbolo de Córdoba. La tensión entre el hoy y el ayer, siempre presente en el debate.

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