El toque adelante de Salvador Gutiérrez

XXVI Festival de Jerez

El tocaor ecijano presenta en el XXVI Festival de Jerez su ópera prima ‘11 Bordones’

Un momento de la actuación de Salvador Gutiérrez.
Un momento de la actuación de Salvador Gutiérrez. / Miguel Ángel González
David Montes

24 de febrero 2022 - 20:03

LA CRÍTICA: 11 Bordones

Guitarra: Salvador Gutiérrez. Palmas y baile: El Oruco y Abel Harana. Percusión: Daniel Suárez. Artistas invitados: Enrique Soto (cante) y Andrés Marín (baile). Día: 23 de febrero de 2022. Lugar: Sala Compañía.

El Festival de Jerez es uno de esos pocos ciclos y circuitos internacionales de gran formato donde existe la posibilidad de disfrutar de artistas que habitualmente estamos acostumbrados a verlos en un segundo plano. Y en la Sala Compañía, en la jornada del pasado miércoles, tuvimos la suerte de poder ver como se refrendaba un gran artista y mejor músico como es Salvador Gutiérrez, además de vivir, en primera persona, el profundo respeto que se le tiene por parte de compañeros de profesión y aficionados, en esto de lo mas y menos jondo.

Bajo el amparo de su reciente ópera prima de título homónimo lanzada al mercado en formato de disco y del que coge el nombre este espectáculo, el concierto que nos ofreció a los presentes el artista ecijano estuvo lleno de guiños y de buen hacer, recorriendo con gusto y de forma elegante los terrenos que en los que la bajañí se empodera.

La limpieza y la pulcritud de las tarantas iniciales tuvo como consecuencia un aplauso más que merecido - a la vez que tranquilizador-, que le permitió afrontar con garantías la solemnidad de un toque por soleá - que le da título al disco-, donde se agradece la aparente simplicidad de unas armonías sustentadas en bases sencillas que nos dejan ver a un artista que toca tal cual es, aunque la profesión vaya siempre por dentro.

Salvador Gutiérrez deja patente en '11 Bordones' que pertenece a ese tipo de peones de briega generosos por naturaleza, cuya entrega en el trabajo le han llevado a formar parte de cuadrillas jondas de primer nivel con su bajañí y, a veces, hasta pagan platos que ellos no han roto. Y esa generosidad y ganas de hacer las cosas bien, le hizo arroparse de un elenco para el compás, las palmas y la percusión que no fue una simple escolta, sino que también disfrutara con el y junto a el, porque sabe que de esta manera se aumenta cualquier puesta en valor en formato protagonista y, en lo que nos ocupa, de las facetas de tocaor protagonista, de compositor y de experto acompañante, al cante y al baile.

Junto a Abel Harana primero por alegrías - una preciosidad que se llama Plaza Colón- como con El Oruco después por bulerías, llegaron las muestras clásicas del respeto que tiene Salvador Gutiérrez a la profesión a la que pertenece, si bien también nos mostró esas otras notas que le gusta de buscar en su bajañí en unas seguiriyas con marchamo norteño y hasta ‘sabiquero’.

No obstante, y llegando al espectáculo como el buen vino en las Bodas de Caná, tras dedicar a su padre unos tientos - El Cartero- y a Javier Patino las bulerías finales - Tío Justito-, los dos platos fuertes que anunciaba el QR que ahora hay que pinchar para tener una orientación del espectáculo a modo de programa de mano, vendrían en el epílogo. Enrique Soto con una soleá por bulería cortita y al pie, además de la farruca bajo el sello ‘Made in Andrés Marín’, supusieron la escolta cantaora y bailaora perfecta para que Salvador Gutiérrez probara en primera persona en la jornada de ayer las mieles de un triunfo que, si la apretada agenda de trabajo que tiene se lo permite, los aficionados al flamenco en general y al toque de guitarra en particular, se merecen disfrutar en mas ocasiones.

Con la sencillez como patente de corso, Salvador Gutiérrez dejó claro que pertenece a una escuela tocaora - y sevillana-, que no apuesta por la velocidad sino por el buen gusto y la serenidad. Una sencillez que a la vez es dulce al oído y que gusta. Una sencillez que hoy en día es un soplo de aire fresco ante tanta velocidad y estructuras endiabladamente complejas donde se encadena una falseta tras otra perdiéndose el norte de lo que se está ejecutando. Una sencillez que se disfruta, en definitiva, tanto en el escenario como en el patio de butacas. Una sencillez que nos llegó llena de bordones, once concretamente, que nos dejó camino de casa con ese sabor que tienen las cosas que uno sabe que va a guardar para siempre como recuerdo en el disco duro de la memoria.

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