XXVI Festival de Jerez

La musa y el artista

La musa y el artista

La musa y el artista / Manuel Aranda

Veinticinco años después de aquel estreno en el Lope de Vega, Antonio ‘El Pipa’ sigue compartiendo emociones encima de un escenario. ‘Vivencias’, ‘Generaciones’, ‘Puntales’, ‘De Cai’, ‘De la tierra’, ‘Pasión y ley’, ‘De tablao’, ‘Puertas adentro’, ‘Danzacalí’, ‘Gallardía’, ‘Así que pasen 20 años’, ‘Estirpe’ y ahora ‘Bodas de plata. XXV aniversario’ conforman el universo creativo del jerezano, aquel joven que en 1997 levantó el telón de su propia historia en el Lope de Vega y que ayer, en el Villamarta, el teatro que tantas veces se rindió a sus pies, demostró que sigue disfrutando cada vez que se calza las botas.

En esa particular efeméride, Antonio quiso rodearse de su musa particular, de su ídolo de niñez, como ha reconocido más de una, un ídolo, Manuela Carrasco, que contribuyó, con esa excelencia que todavía conserva, a que la fiesta alcanzase cotas nobles casi como si fuese la princesa de un cuento de hadas.

Porque Manuela demostró una vez más que cuando baila por soleá, mantiene ese halo de grandeza, de misticismo, esa majestuosidad con la que, una vez más, conquistó Villamarta. Sólo verla pararse y marcar, ya vale un tesoro, algo que el público, entregado de principio a fin, supo reconocerle.

No fue su único aporte, pues previamente ya dejó su impronta por seguiriyas, en un intercambio de llamadas y remates con el propio Antonio, que ensimismado con su musa, se dejó la piel.

Fueron, sin duda, los grandes momentos de un espectáculo fiel a la filosofía de ‘El Pipa’, que recurrió a sus bailes habituales, las cantiñas-alegrías (con un silencio muy particular), seguiriyas, soleá y por supuesto, bulerías para conmemorar ese cuarto de siglo como compañía. Lo hizo desde su marcado prisma, es decir, con ese elegante braceo que le caracteriza y esas hechuras y planta que exhibe al pasear por el escenario. No hubo estridencias ni barroquismo en sus números, y pese a la simpleza del planteamiento, la casi hora y media de duración se pasó con rapidez, símbolo ese del éxito de su espectáculo. Sólo le faltó quizás, algo más de Jerez, que en cierta forma, ha sido parte importante de su carrera.

Con unas luces para hacérselo mirar en muchos momentos del montaje, pero haciendo buen uso del grafismo como recurso escenográfico y cuidando su vestuario, el jerezano acertó en la selección de sus músicos, empezando por los cantaores, con un espléndido José Valencia, que regaló una tanda de martinetes para enmarcar, y un Morenito de Íllora que ofreció tablas sobre el escenario, marcándose dos fandangos camaroneros de gran calidad; además de la buena aportación de Juan José Alba y Javier Ibáñez, a los que se sumó Joaquín Amador en algunos instantes.

Tampoco desentonó el elenco femenino, con las buenas gargantas de May Fernández (valiente en la tanda de fandangos) y Reyes Martín, ni la incorporación de Joselito Montoya, Ané Carrasco, ni las cuerdas de Samuel Cortés (violín) y María de Goñi (violonchelo).

El Pipa se despidió, con sus mejores galas, y quizás desaprovechando el momentazo que había dejado en el ambiente la soleá, pero firmando todo aquello que la letra de la melodía (muy a su estilo) creada para la ocasión. Y es que como rezaba la misma, ‘bailar, bailar, no dejes de bailar’, poniendo broche de oro al Festival.

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