Rioja y Oro

Iker y Sara: Una década después del beso de película

  • La separación del portero y la periodista supone el fin de una era que comenzó en el Mundial de 2010

  • El nieto de Isabel II enseña la pantorrilla en la famosa entrevista

Sara Carbonero le habla al oído a Íker Casillas, en una imagen de archivo.

Sara Carbonero le habla al oído a Íker Casillas, en una imagen de archivo. / Revista Hola

España estaba sumida en una de las peores crisis que se recuerda. Al menos, los de mi generación. La de aquéllos que nacimos en la la Transición, los del “régimen” del 78, como se refieren a tal época –con desdén– ciertos líderes políticos de cuyos nombres no quiero acordarme. Bueno, a lo que iba. Que aquel incipiente verano de 2010 el país sufría una de las peores sangrías de paro y cierre de empresas de la que se tenga memoria, a causa del desplome financiero e inmobiliario, que hizo tambalear (hasta la extenuación) los pilares de la llamada sociedad del bienestar, en la que –permítanme la licencia– un servidor siempre ha creído poco.

Pues ahí estábamos. Relamiéndonos las heridas de nuestra maltrecha economía y de un futuro tan negro como las camisas de Raphael (y su peculiar versión del himno andaluz) cuando a la selección española le dio por ganar un Mundial (algo tampoco visto ni disfrutado por los de mi generación) y como remate a tan placentecera celebración pudimos presenciar un beso de película. De esos que quedan grabados en la memoria colectiva de un país. Por espontáneo y sincero. Aquel roce de labios (sin lengua) abrió una nueva época. Este país era capaz de ganar competiciones internacionales y el amor triunfaba ante millones de espectadores. Un placebo para miles de familias que se aferraban a la alegría nacional con la que mitigar un presente asomado al precipicio de la ruina. Lo único que nos salvaba por aquel entonces era el turismo.

Ha pasado más de una década. La selección ya no gana Mundiales. Los turistas no están ni se les espera (por mucho tiempo). Y la pareja que protagonizó aquel mediático beso –Sara Carbonero e Iker Casillas– acaba de confirmar su separación. El portero y la periodista deportiva ponen fin a una historia de amor de 11 años, con hijos, traslados al extranjero (Oporto, aunque no lo parezca, es extranjero) y situaciones bastante complejas por los problemas de salud que han atravesado sus protagonistas. Aunque ya se venía especulando desde hace tiempo con la ruptura, no fue hasta la pasada semana cuando la revista Lecturas se atrevió a anunciarlo en su portada. Horas después el círculo más cercano lo desmentían.

Un final muy cordial

Pero el pasado viernes era la propia pareja la que confirmaba el fin de la vida conyugal (expresión que siempre deberemos a la Casa Real) a través de sus perfiles en redes sociales. Tanto Iker como Sara, que, al parecer, llevan semanas viviendo en domicilios distintos, han seguido viéndose, pues la relación, al menos de momento, es muy cordial. Y así se prevé que vaya a seguir siéndolo. Ambos dejan claro que se trata de una decisión “muy meditada” y que “el respeto, el afecto y la amistad permanecerán siempre”.

El civismo se impone. Y la elegancia también, virtud poco frecuente en esta época. De hecho, si algo he de valorar de Iker es el no dejarse llevar por la tendencia tan habitual en su gremio, la de los futbolistas seducidos por estilismos de complicada calificación, a base de ropa de diseñadores afamados, en una demostración nada discreta de ostentación económica que no suele ir pareja con un mínimo gusto. A ello, añádanle multitud de tatuajes en brazos, torsos y piernas que convierten la piel humana en una especie de horror vacui que ríanse ustedes de los genios del barroco. (Siempre me pregunto cómo quedarán tales estampaciones cuando las arrugas hagan acto de presencia). Al que fuera en su día portero del Madrid y que lloró como un crío cuando España ganó el Mundial en 2010 debemos agradecerle que siempre haya conservado su estilo sencillo, natural y con la suma elegancia de ser uno mismo en cualquier parte (con permiso del onubense Manuel Carrasco).

En Buckingham Palace

Y es que nada es para siempre. Ni el amor de pareja. Ni el amor de familia (que se lo digan a la Pantoja). Pregúntenselo a la mismísima Reina de Inglaterra, que se ha enfrentado a la tercera entrevista televisada que ha desvelado las supuestas tramas que se urden en Buckingham Palace. Ya le ocurrió con el duque de Windsor (antes Eduardo VIII). Luego con Diana de Gales y ahora con Harry y Meghan, que han aparecido ante Oprah Winfrey como los desterrados hijos de Eva de la realeza británica.

Los duques de Sussex han protagonizado una de las entrevistas más polémicas. Los duques de Sussex han protagonizado una de las entrevistas más polémicas.

Los duques de Sussex han protagonizado una de las entrevistas más polémicas. / Efe

Los protagonistas afirman no haber cobrado un dólar (aquí no se practica auditoría). De lo que no cabe duda es que las monarquías (con permiso de los republicanos) siguen interesando. Más de 50 millones de espectadores de todo el mundo han visto las confesiones. Eso sí, nunca le perdonaré al hijo menor del Príncipe de Gales que se le viera la pantorrilla dos horas. Los calcetines caídos es algo imperdonable. El glamour se pierde por los pinreles. Y por la lengua.

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