La Madrugada

Contrastes y culturas cofrades, encontradas

  • La Madrugada fue fresca en lo ambiental, con gente en la calle, similar a años precedentes. Las cinco hermandades cumplieron con normalidad sus salidas procesionales.

LA Noche de Jesús fue la de siempre, fresquita como se anunciaba, pero con todos los elementos que le son consustanciales. La noche de los grandes silencios, la noche de la rancia sabiduría nazarena, la noche de la Esperanza, la noche de negros y espartos; y también de capas blancas y de capuces morados y de cordones de abacá. En definitiva, la clásica Madrugada de Jerez que tuvo más animación, solo tal vez.

Eso sí, la gente deambulaba; no es la noche de los palcos, que ciertamente sobran e incluso si nos apuran, estorban algo que no viene de ahora sino desde hace mucho tiempo por lo poco que los ocupan sus usuarios, algo que merecía una seria reflexión acerca de establecer una 'cuenta' aparte en la Madrugada para establecer una formula diferente que invite e incentive al público a ocuparlos, si no todos, al menos llenarlos en determinados lugares, porque ciertamente es una pena y es absolutamente desolador atravesar una Carrera Oficial de sillas vacías.

Se abrió ese recorrido común de las hermandades con el Santo Crucifijo de la Salud que estableció canon y medida cofrade desde su cruz de guía hasta el cortejo litúrgico que dio escolta al preste tras el palio de La Encarnación. Todo esto forma parte de lo esencial, de lo básico, de lo imprescindible para entender el ayer y el hoy cofrade que tiene su asiento en San Miguel.

El ambiente en la calle, ademas del frío que condicionó en gran medida el calor humano, tuvo sus silencios y sus bullas. Palmas al aire, cornetas y tambores fueron músicas de la Madrugada a las que hay que añadir el del racheo costalero, el del tintineo del varal cuando choca con la caída del palio, el del crujir de maderas en los añejos misterios, el del retumbar de los pasos cuando van a los cielos, son los sonidos de la noche santa, de una noche que es serena y de grandes devociones como se puso de manifiesto tras el Santo Crucifijo de la Salud, tras el Señor de San Francisco o del Nazareno de Cristina o tras del manto verde de La Esperanza… Por destacar un detalle, el grupo de niños y niñas que llevó el cortejo de Jesús Nazareno, espectacular batiendo decenas de campanillas que alegraban como si toda severidad de la Madrugada se volatilizara en torno a esta chiquillería.

Buen trabajo de los cofrades de San Juan de Letrán por mantener viva la llama de la devoción nazarena y el amor por la túnica morada como mandan los cánones por Cristina. Y otro, el gesto de la representación de Bondad y Misericordia de ir sin el cartón, que da forma puntiaguda al antifaz, para no romper las formas de tocas y capuces de la cofradía nazarena. Y por ese lugar se repitió la ancestral liturgia de salir en procesión como mandan los cabales y sentidos nazarenos: Jesús sobre su canasto jalando de Él Marquillo camino del Calvario; San Juan -qué maravilla de canasto de Pérez Calvo- con su palma invadida por el tembleque propio de su caminar, que se acentuó cuando tras asomar por la reja, salió a Cristina con la marcha de Infantea. Detrás, la Señora del Traspaso que cumple 125 años de su hechura que para conmemorarlo en la pasada Madrugada, llevó coronas de flores suspendidas en todos los varales de su paso de palio, tal y como se puede ver en las más viejas estampas de la cofradía y que incluso se delata en la colección de fotografías antiguas que la hermandad ha colocado a modo de banderolas por las farolas del lateral de la Alameda, que da a la capilla.

Preciosa la salida de la Señora que con su singular era mecida, a la vez que sonaba de salida la marcha Mi Amargura. Son los cofrades que comparten con todos los que los ven el anonimato de nosotros cubiertos en sus hermanas -qué hermanas, qué ejemplo-.

El Silencio Blanco, sobrenombre de la Hermandad de las Cinco Llagas, regaló una noche más la serena transmisión de unos valores cofrades que se mueven en los silencios, en las cuentas en las que mandan la calidad sobre la cantidad, en la orfebrería en tonos plata y oro, de sandalias color avellana, de cera blanca elevada sobre los antifaces y los recogidos de las colas. De paso largo racheado para que la túnica del Señor adquiriera vida en su tránsito por la noche precediendo la larga fila de devotos.

También fue la noche de los terciopelos verdes, capas blancas, ricos bordados en oros, de túnicas inmaculadas y refulgentes, de ruán negro, de esas otras sandalias negras que anduvieron en su pisar desde La Merced con La Buena Muerte que pasó de puntillas sin querer despertar la noche hasta alcanzar la mañana, su mañana, de Porvera y calle Ancha. Dulce Nombre que se rodea de góticos, desde las tinieblas hasta el sol primigenio del nuevo día.

Zamarreando la Noche de Jesús, la Plazuela se ocupó de apartar el silencio por otro bullicio bien diferente. La Sentencia, La Esperanza, son las advocaciones que ahuyentaron las formas más rancias y añejas para llenar los aires de música cofrade. Son los contrastes de una noche en la que la Hermandad de la Yedra fue como una isla en su armonía cofrade, armonía en todos los aspectos desde el espíritu procesional hasta de la constante bulla que la acompañó hasta su recogida por el entramado de calles y calamochas de los aledaños de la capilla en la, este año sí, brillante mañana del Viernes Santo.

Fuerza en La Sentencia, valerosa cuadrilla y valeroso paso de maravillas surgidas de la madera y rematadas con panes de oro. Fuerza en el andar valiente de una cuadrilla que es 'del Sentencia' hasta el final. Un caminar por la Madrugada jerezana que despierta los sentidos, los aviva dejando atrás los momentos de recogimiento que mandan y sobrecogen en la Noche de Jesús, algo en lo que la Agrupación Musical de la Estrella, de Dos hermanas, se ocupa de empujar con su brillante forma de interpretar las composiciones de 'agrupas'. Buen cortejo de hermanos que nos dio la impresión de que ha crecido.

Y La Esperanza, qué contar de Ella cuando invade con gallardía y solvencia la Madrugada jerezana; con la explícita devoción, que llega al fervor, de la gente de la Yedra, desde afuera y desde abajo. Fervor en sus hechuras, fervores desde el precioso arreglo floral hasta la disposición de su vestimenta. Desde su caminar hasta la música tras el manto oro y verde, de gran calidad desde que en las primeras horas, tras dejar muy poco antes al palio de Nuestra Señora de las Lágrimas, la Unión Musical Astiginata cambió los registros fúnebres para situarlos en clave más festiva; y más tarde, sustituidos con el compás cofrade genuinamente sevillano de la banda de prestigio de la Cruz Roja hispalense.

Es la Madrugada de aquí, singular, de contrastes estilísticos, de muchas culturas cofrades reunidas en unas cuantas horas, de hermandades que quieren pasar por la noche casi de puntillas, sin querer despertar los ruidos más allá de clamorosos sonidos silentes, en contraposición a aquellas que quieren enseñar su fe con algarabía, con la cara al viento o con los rostros cubiertos de antifaces de terciopelos. En pocas palabras, es la Noche de Jesús, la noche de contrastes encontrados, la Madrugada de Jerez, mejor o peor; mejorable, siempre, pero que no la toqueteen demasiado no vayan a perderse los muchos tesoros que encierra.

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