Diario de Pasión

"Historia de un fracaso"

CUANDO pasas Madre mía con tu Hijo entre los brazos

hay algo en mi alma dormida

que se aferra a tu Calvario.

Es tan sólo una pregunta

que se alimenta de ocasos

y perpetua tu nombre

en el perfil de mis años...

Señora de las Angustias,

dime, qué nos ha pasado?

Junto a Ti lo veo muerto

y es su muerte mi fracaso...

Yo crecí como otros muchos

entre altares de quinario

aprendiendo que es posible

desde los maderos santos

traerse Dios a la tierra

al llegar el mes de Marzo.

Hice mi credo de aquello

y encaminé todo paso

a descorrer los cerrojos

de los hondos desamparos.

Era un tiempo altivo y joven

y tan revolucionario

que hasta creímos cambiar

las líneas de nuestras manos.

Pero esos días se fueron

por el haz del calendario

y la vida y sus heridas

compusieron un adagio

cuyas notas aún resuenan

por delante de tu paso.

Quise siempre sin mirar

donde fueron mis abrazos

ni en qué tierras mis palabras

murieron o germinaron.

Amé como hay que amar

como siempre me enseñaron

con las mejillas dispuestas

como en los textos sagrados.

Pero soy de carne y hueso,

mi corazón es humano

y no pude con la noche,

sus fantasmas, sus espantos

sus olvidos y miserias

sus eternos desengaños

y acabé tan mustio y seco

como el pasto del verano.

Me hice entonces a medida

para no sufrir más daño

un dios de antojos y excusas

que no van a ningún lado.

Pasaron por mi ventana

autómatas y sonámbulos

con la mirada perdida,

fría y dura como el mármol.

Pasaron mil hijos muertos

y unos padres desolados

con una canción de cuna

desangrándose en sus labios.

Escuché el grito del hombre

impotente y desgarrado

y el callado sufrimiento

de "sin techos" y humillados.

Yo vi a ricos Epulones

entre risas y sarcasmos

devorar aún caliente

la carne del desahuciado...

El dolor llamó a mi puerta

y el candado estaba echado

"otros habrá" -me decía-

que consuelen estos llantos...

Virgen del Humilladero

dime, ¿qué nos ha pasado?

Junto a ti lo veo muerto

y es su muerte mi fracaso.

Debía brillar el sol

estar floridos los campos,

debía estar la mar calma

y están las nubes llorando.

Yo que vine a dar consuelo

soy un ser desconsolado.

Yo que vine a ser de luz

soy mi sombra y mi pecado...

Yo que quise darlo todo

para ser un buen cristiano

soy el retal de una vida

que otros han ido cortando...

Por eso, cuando te veo

con tu hijo entre los brazos

hay algo en mi alma dormida

que se aferra a tu calvario...

Es una pregunta sólo

alimentada de ocasos...

Te pregunto y no hay respuesta

y te sigo preguntando

pero Tu ya no me oyes

camino del Camposanto.

Y triste y arrepentido

me quedo sólo escuchando

por quién doblan las campanas

de aquel viejo campanario

mientras se muere de pena

todo el Domingo de Ramos.

La plaza de las Angustias es plaza de hondas reflexiones, de silencios negros de cola y de penitenciales cantos a María en las voces angelicales de su escolanía pero, también, de enamoramientos adolescentes e imposibles.

Fue un amor a primera vista, nadie nos presentó porque nadie teníamos que nos presentara. Por eso, nos conocimos desde el sobresalto de lo inesperado, desde el nerviosismo de mi vergüenza desde la eternidad de unos instantes maravillosos a tu lado con una partitura de Font de Anta irisando tus mejillas. El cielo era un colador de estrellas. Yo, un chaval y tú tan inabarcable en tu hermosura que era imposible saborear tu plenitud en momentos tan sublimes pero a la vez tan efímeros. Por eso, cada primavera, te busque por los mismos sitios, por los mismos rincones, para que siguieras sorprendiéndome como el primer día, para que así pudiera seguir desvelando el teorema de tu belleza. Han pasado 30 años, si no más de aquello, y aquí me tienes. Con algunas arrugas de cronos repartidas por el cuerpo pero con la misma ilusión que antaño por encontrarte en los mismos lugares de siempre y a las mismas horas para decirte que ahora sí, ahora ya creo que puedo perderme a la locura de poder decir tu nombre, Reina de los Descalzos...

Para pronunciar tu nombre

sin que pierda la cordura

he de beber sorbo a sorbo

del caudal de tu hermosura.

Porque si lo tomo todo

tan de golpe y sin mesura

puede que me vuelva loco

y no te lo diga nunca.

Por eso, déjame Madre

que me pierda en la clausura

de esa suprema belleza

de tu santa arquitectura.

Torres más altas no existen

con tu talle y tus hechuras

ni palio como ese palio,

alcázar de mar y bruma,

donde se asienta El Dorado

de tu empaque y tu finura.

Quiero ser tu costalero

y fajarme a la cintura

ese sol en filigrana

que destila tu figura.

Y que me enseñes a andar

en tu lecho de penumbras

a la voz del capataz

que más sabe de tu angustia.

Me perderé por Medina

para vestir esa túnica

orlada con el Jerez

de tus logias y Cartujas.

Yo te veré milagrosa

toda Tú, buenaventura

por esa calle Naranjas

que en ti tiene su fortuna.

Eres en campos de hiel

la dulce caña de azúcar,

y es que siendo cómo eres

por tener tan buena cuna

hasta el mismo Paraíso

se recrea en tu dulzura.

Doncelleses de Murillo

reclinad vuestras pinturas

ante quien guarda en su pecho

Evangelios de ternura.

Me adentraré por tus ojos

a esas minas tan oscuras

donde nacen las tarantas

de tus penas más profundas

y veré cómo te lloran

-negros racimos de uva-

por el mapa de esa cara

que es la envidia de las musas.

Cómo duelen tus pesares

cuando marcan las agujas

ese tiempo sagitario

de quebrantos y jonduras

Y qué verdad costalera

al llegar a las Angustias

cuando ves a Font de Anta

poner tu nombre a su música

y se te parte la vida

entre las doce y la una.

Estaré donde tu quieras

corazón entre costuras

descosiendo el desarraigo

de tu triste desventura

Me tendrás como un soldado

defendiendo las columnas

que sostienen tu realeza

y el toisón de tu blancura...

En los Descalzos te espero

con la noche taciturna...

Y cuando llegues a mí

tan celestemente pura,

me uniré por siempre a tí

ya perdido a la locura

de poder decir tu nombre

mientras miro a las alturas

y le doy gracias al cielo

por regalarnos, no hay duda,

a la que es Madre de Dios...

Nuestra Madre, La Amargura.

Del amor a la Virgen han nacido estas palabras y del amor les quiero hablar ahora. Una palabra, un sentimiento, una experiencia que nos hace plenos, únicos, mejores personas, pero, en cuyo nombre, también, se han realizado las mayores atrocidades de la historia del ser humano. El amor, ¿quién le pone fronteras? y ¿quiénes somos nosotros para indicar quienes son dignos o no de amar y ser amados? El amor es pleno, puro, sin condiciones, entregado, de verdad, que contagia, que sana...

¡Qué poco y mal queremos!

Una vez leí a un poeta de la tierra un verso en el que decía más o menos algo así: "Porque te estoy queriendo a contramano". Desde este atril de la palabra comparto con todos ustedes un pensamiento en voz alta. Creo que ya es hora de eliminar esas señales de prohibido el paso, entre otras cosas, porque estoy convencido que tendríamos una Iglesia más unida y cercana al Amor de Dios.

Con el debido respeto que debo a los padres de la Doctrina y a usted D. José, pertenezco a una generación convencida de su cristianismo y, también, de ese sentido crítico que construye la sociedad en positivo. He convivido desde mi niñez con conocidos, amigos, compañeros que, desde el primer soplo de vida, han querido y quieren con un continente distinto y que aman profundamente el Evangelio de Cristo. Muchas veces los he mirado a la cara sin saber qué decirles ante, no sé cómo llamarlo, la incomprensión mostrada hacia ellos por algunos de nuestros pastores y sin hallar en ellos más pecado que el de amar más y mejor quizás de lo que yo amaré nunca. Sin embargo, a ellos la palabra Dios se les escribe en minúsculas y con demasiadas tachaduras.

Dejadme ahora que mire al Amor crucificado de calle Palma y, como un bálsamo, a su Madre de los Remedios para contar una historia de amor, como esa que escriben día a día tantos y tantas que quieren a contramano...

Y es que tiene un mal de amores

que le rompe el corazón

y dicen que es de esos males

que no tienen curación.

En él tiene su alegría

y es también su perdición

porque quiere a contramano

y lo llaman pecador.

Ha pasado media vida

acallando esa emoción

y bebiéndome unos llantos

más amargos que el limón.

Dijeron que estaba enfermo

-presta el diablo su voz-

y no hallo otra molestia

más no encuentro otro dolor

que el de quien vuelve su cara

riendo su condición.

Qué culpa si su cupido

lanza flechas a un rincón

donde dos almas gemelas

se quieren sin condición.

Vino al mundo como tantos,

tras un parto con dolor

entre bostezos de luna

y entre nanas de algodón.

Tuvo el calor de sus padres

y la santa bendición

del agua que nos iguala

a los ojos del Señor.

Sin embargo, él se siente

el hijo de un dios menor

porque comulga distinto

de una misma comunión.

Su fe mueve las montañas

y es su más preciado don

con ella busca los cristos

hechos de gubia y formón

para olvidar las miserias

de una vieja inquisición

Hay un Cristo en calle Palma

que resume su Pasión.

Este amor crucificado

brilla mucho más que el sol

y que el oro de las minas

del sabio Rey Salomón

Es amor sobre las andas

todo amor bajo el faldón

Es paciente ante la ira

servicial y soñador.

Siempre disculpas sin límites.

Este amor multicolor

todo lo espera sin límites

sin límite es su valor.

Pasarán el don de lenguas,

la profecía, el sermón,

hasta la doctrina muerta

que no tiene explicación

Pero este amor no se irá

porque es el amor de Dios.

Y con él entre sus brazos

busca este hermano la flor

de una virgen que, sin palio,

corta la respiración.

Ella sufrió su repudio

con José, aquel varón

que le entregó su silencio

tras la santa concepción.

Por eso la entiende tanto

y ante tanta desazón

ambos se cuentan las penas

que lloran en su interior.

En su regazo de madre

se abandona a la oración

y a esos dos ojos de gata

que son todo inspiración.

Y limpio como el más limpio

de los hombres con honor,

cristiano de pura cepa

como vosotros y yo,

le da la mano a la Virgen

y caminando los dos

se van como enamorados

soñando un mundo mejor

mientras susurra a su oído

el cantar de un ruiseñor...

"Qué hermosos son Madre mía

los Remedios de Tu Amor".

Este amor es también amor sin límites a la vida, a la existencia, a cuanto nos rodea y nos acompaña. Porque si no amo la vida, ¿qué puedo esperar ya de la vida? No la amo porque no adoro ni venero a la muerte sino porque no hay misterio más maravilloso que haga presente a Dios en el mundo. Me causa gran dolor, como dice el papa Francisco, que haya seres humanos descartados como si fueran cosas no necesarias. Sin embargo, ese dolor nunca debe convertirse en juez y ejecutor de pensamientos y acciones distintas a las mías. El cristiano está llamado a convertir los corazones pero nunca a condenarlos.

Otro precioso testimonio del Amor de Cristo nos llega el Lunes Santo. María de la Purísima de la Cruz dijo una vez que "la entrega es sacrificio, el sacrificio es dolor y el dolor es amor". Por eso, más amor no cabe en tu advocación, virgen de Amor y Sacrificio. Siempre tan incomprendida por los ojos del barroco y tan sumamente querida, sin embargo, por todo el pueblo fiel, en Ti, sol y luna comparten el mismo horizonte, pleamar y bajamar la misma línea de arena, los hosannas y el réquiem tus mismos suspiros y los azahares y alhelíes el suelo mismo de tus pasos...

El Amor y el Sacrificio

tienen nombre de mujer

y treinta y tres primaveras

de Judá a Jerusalem.

De la cuna hasta la cruz

la alabanza de los salmos

y de la rosa hasta el lirio

hondos pozos de quebrantos.

El Amor y el Sacrificio

tienen nombre de mujer

y una corona de amores

que el Lunes Santo, señores

le ha regalado Jerez.

El amor, sin duda, lo impregna todo y todo lo que una cofradía muestra, expone, transmite en procesión es, como ya he dicho muchísimas veces, pura y sencillamente amor. Ese que se queda en las retinas tintineante como la llama de un cirio, que horada los oídos con áureos sonidos de cornetas o que hace retumbar nuestro pecho al son de roncos y destemplados tambores. Todo es y se hace en una cofradía por amor, el amor de Dios...

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