Cofradías

Arranca la semana más dura para los cofrades

  • Las hermandades vivirán los días más tristes y largos de los últimos ochenta años

Los palcos serán testigos silentes de lo que no va a ocurrir.

Los palcos serán testigos silentes de lo que no va a ocurrir. / Manuel Aranda (Jerez de la Frontera)

Cuando se recogían las zambombas y la ciudad se preparaba a vivir la festividad de la Epifanía nadie hubiera soñado, ni en la más truculenta pesadilla, que la Semana Santa de 2020 se iba a saldar sin procesiones en las calles. Las hermandades de la ciudad se disponían a llevar a cabo sus cultos, sus ensayos, sus montajes de pasos y toda la apretada agenda de una corporación cuando se avecina la Cuaresma.

La flor del azahar vino extrañamente tempranera. En pleno mes de febrero, de las ramas de los naranjos comenzaron a brotar la blanca flor que tanto perfuma las calles de Jerez. Pero nadie lo hubiera imaginado ni tan siquiera entonces que se avecinaba la suspensión de la mitad de los actos programados para la Cuaresma y las procesiones en la Semana Mayor. Ahora, vista la cuestión con cierta retrospectiva, parecía como si la naturaleza quisiera ofrecer un último regalo a los cofrades en forma de perfume delicado.

El 26 de febrero, Miércoles de Ceniza, la Iglesia celebraba la entrada de la Cuaresma. Todo se desarrollaba con total normalidad. Dos semanas más tarde, el rumor era cada vez más incesante. Desde Italia llegaban muy malas noticias de la propagación a velocidad de crucero del coronavirus. Comenzaba a tambalearse una Semana Santa con pasos. Pero aún todo era prematuro. El primer viernes de marzo, la hermandad de las Tres Caídas junto con la Vera Cruz y el Amor, ponían el primer dique de contención y aconsejaban a los devotos no besar a las imágenes como medida preventiva.

Suspensión esperada

Una vez llegada esta fecha, los acontecimientos fueron sucediéndose de una forma alarmante. Catorce días después del tercer domingo de Cuaresma, llegaba la noticia. Las hermandades siempre fueron por delante de las autoridades tanto civiles como religiosas y la notificación oficial de la suspensión de las procesiones era ya solo un puro trámite. Para ese día, cultos, funciones, besamanos y todo tipo de actividad había cesado en las corporaciones. Se había cumplido la peor de las pesadillas que hubiera podido imaginar un cofrade.

La Cuaresma llega de esta forma a la recta final y ya se aprecia y se presiente la gran solemnidad del Domingo de Ramos. No habrá procesión de  palmas —una de las que litúrgicamente recoge la tradición de la Iglesia— ni habrá procesiones en las calles. Tampoco habrá vísperas, aunque quizá esto sea menos noticia a tenor del poco tiempo de vida que le queda a una jornada que nunca se debió de haber condenado a la desaparición. No estará en la calla la Borriquita, ni el Transporte. Ni tampoco la joven cofradía de Pasión. Ni desde la Albarizuela sonará la saeta ante el Señor coronado de espinas. No saldrá el Perdón de su ermita de Guía. Ni tampoco la Angustias.

Los cofrades de esta forma comienzan la gran prueba. La dura prueba de ver cómo inexorablemente se acercan los días y las iglesias seguirán vacías.  Los trajes guardados en los armarios y los palcos inalterables como testigos sordos de lo que no va a ocurrir.

Los cofrades y las hermandades vivirán los días más amargos que se recuerdan. La soledad y el confinamiento en las casas. Solo quedará la esperanza de poder vivir las celebraciones litúrgicas a través de las retransmisiones de la televisión o a través de internet. El único consuelo que queda para miles de jerezanos. Y la esperanza puesta ya en un año nuevo que hará que se olvide la pesadilla que está significando este de 2020.

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