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Puerta al cielo de los elegidos

  • El partido del 21 de mayo, decimotercera final del Sevilla en el siglo XXI y octava de Copa en su historia, asienta al club en la élite del fútbol en la última década.

De soñar durante 58 años, con todas sus noches y sus días, con ganar un título, al indescriptible gozo de levantar ocho en menos de una década. De ansiar el hecho de disputar una final durante 44 interminables años -desde aquella de la Copa del 62 que supuso el primer partido televisado en España, hasta la noche del nirvana en Eindhoven-, a disfrutar nada menos que de trece desde aquel 10 de mayo de 2006 hasta el próximo 21 de mayo de 2016.

La explosión deportiva del Sevilla Fútbol Club desde aquel gol de Puerta cierto jueves de Feria causa asombro por su magnitud y más aún por el contraste con tantas décadas de sequía, sostenidas por los recuerdos de los afortunados que paladearon la gloria y por las ensoñaciones de los que se conformaron con oírlas o leerlas.

De final en final. Así se escribe el presente del club de Nervión, que en Vigo logró otro hito en su historia, su tercera temporada seguida jugando una gran final. Nada de Supercopas, de esas que se celebran de forma tibia y que no duele perder: dos finales de la Europa League en 2014 y 2015, y ahora una de Copa, ante el campeón de Europa y mejor equipo del mundo para muchos. Una reedición del mejor partido de 2015 para la UEFA, aquel canto al fútbol que fue la Supercopa de Europa en Tiflis.

A paso marcial ha salvado eliminatorias este Sevilla de Unai Emery, entrenador que vivirá su primera final copera. Supondrá la octava para el club de Nervión, que se apresta a organizar otro festivo éxodo, mayor que el último a Barcelona porque esta vez el partido definitivo cae en fin de semana, el sábado 21 de mayo (el domingo 22 si los sevillistas también tienen el buen gusto de meterse en la final de la Europa League, en Basilea).

De las siete finales que figuran en sus anales, el Sevilla ha ganado cinco y perdido sólo dos. Y si bien durante muchísimo tiempo todo lo que resplandecía en las filmotecas lo hacía en la limitada paleta cromática que puede aportar el negro y el blanco y su variada escala de grises, aquel equipo que se estructuró sobre una base sólida ya en el siglo XXI, que terminó de pulir Juande Ramos e hizo explotar el malogrado Puerta, devolvió al sevillismo una magia olvidada, desconocida en la mayoría de los casos y que luego, de la mano de Manuel Jiménez y Antonio Álvarez, volvió a posarse sobre los hombros de cada ilusionado seguidor nervionense. Y ha querido el destino que el equipo blanco dispute su octava final, un sueño que empezó hace 81 años.

El 30 de junio de 1935 el Sevilla, entonces dirigido por Pepe Brand, aquel menudo y habilidoso punta que lideró junto a Kinké y Spencer la famosa línea del miedo, se presentó en la final de la Copa de España después de eliminar a los dos equipos de Madrid, el Real y el Atlético -entonces Athlético-, lo que no le hizo ser muy bien recibido en Chamartín aquella calurosa tarde en que el Sabadell no fue jamás enemigo para el Sevilla. Los rivales más fuertes de los 16 que tomaron parte de la competición habían pasado por delante del Sevilla en octavos y en cuartos. El Madrid de Zamora, Ciriaco y Quincoces había sido la primera víctima del campeón y en la final el 3-0 se quedaría corto para los méritos contraídos por los de Brand, que con el 0-0 fallaron un penalti. El portero fue el mejor del Sabadell, pero poco pudo hacer. Campanal (2) y Bracero hicieron campeón al Sevilla. También fue un paseo la segunda final. En 1939, recién concluida la Guerra Civil y aún reorganizándose los equipos, el Sevilla acudió a la cita con un equipo muy poderoso, preparando lo que sería aquel grande que en los años 40-50 era temido hasta por Real Madrid y Barcelona. Por ello la final, juna de las dos jugadas fuera de Madrid de las disputadas por el Sevilla, estaba finiquitada ya a la media hora, con un 3-0 en el minuto 27 y un 5-0 al descanso sobre el Ferrol. 6-2 fue el resultado final.

Tuvieron que pasar nueve años para que de nuevo el Sevilla volviera a estar en una cita como ésta, consiguiendo entonces el último de los tres títulos antes del alzado por Javi Navarro en 2007 aún en las retinas de todos los sevillistas sea cual sea su edad. Ya estamos en tiempos de Juan Arza y la víctima, otra vez con un marcador abultado, fue el Celta después de haber dejado en la cuneta a un clásico copero, el Athletic, y a otros dos rivales con resultados escandalosos en Nervión, 7-0 al Castellón y 7-1 a la Real Sociedad en semifinales. Otra vez en Chamartín y con el público madrileño en contra de los blancos, a los que consideraban un rival real, el Celta se adelantó por medio del mítico Miguel Muñoz después de dar un aviso con un balón al poste. Mariano marcaría el empate y el Sevilla se aprovecharía luego de la lesión del portero rival para hacer el 2-1 y, ya en la segunda mitad, sentenciar con tantos de Mariano, de nuevo, y Juan Arza. Antes de la siguiente conquista, las dos amargas finales perdidas ante el Athletic en el 55 y el Madrid en el 62.

La penúltima Copa queda bastante más fresca en la memoria colectiva del sevillismo. La alzó el gran equipo de Juande Ramos. Fue una gran fiesta del sevillismo en Madrid (unos 90.000 aficionados se desplazaron la capital, según la Policía Local madrileña). Ese bloque ya había hecho historia de la mejor con sus tres conquistas continentales, las primeras de un club andaluz, hasta ahora, al alzar la Copa de la UEFA de 2006 y 2007, más la Supercopa de Europa de 2006.

Pero esas finales se habían jugado en el extranjero y la cita de Madrid daba la posibilidad a todo el sevillismo de vivir un hecho histórico. Enfrente estaba el Getafe y el equipo de Juande Ramos salió victorioso merced a un gol de Kanoute a los 12 minutos, después de que Palop desbaratara una gran ocasión de Güiza, poco antes, para los madrileños, que en la segunda parte apretaron de lo lindo. El choque tomó tintes de cierta brusquedad. El Sevilla se quedó con diez, pero resistió y al final, alzó la Copa. Tres años después, quizá la final que menos celebró la afición por los condicionantes de la difícil relación que mantenía con el entrenador que fue artífice de la clasificación para la misma, Manolo Jiménez, supuso otra gran alegría en la noche del Camp Nou.

La clasificación para la gran cita tras una dura noche en Getafe, en otra memorable actuación de Palop, no levantó la admiración del sevillismo como en el día de ayer, pero el hecho estaba ahí. Jiménez no pudo dirigir al equipo en la final ante el Atlético de Madrid, sino que fue Antonio Álvarez, que había mamado toda la grandiosidad de la época de Juande, quien se llevó la gloria, claro está que compartida con los protagonistas, empezando por un Kanoute aún presente, por Palop, quien alzó el título, y los canteranos Diego Capel y Jesús Navas, artífices con sus goles de la consecución del título. Uno llegaría a los cinco minutos y otro con el partido cerrándose... para no dar ninguna opción al rival. A pesar de jugarse a 1.000 kilómetros y un miércoles, día laborable, más de 35.000 sevillistas estallaron de gozo con aquella Copa dedicada a la memoria de Puerta. La zurda que desencadenó una hemorragia de éxitos que no cesa.

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