La crónica

El día de la hibernación (1-0)

  • El campeón no se comporta como tal en Molde y pudo sufrir más de lo previsto para pasar la eliminatoria. El Sevilla jugó un fútbol de mentira e invitó los noruegos a apretar.

El campeón no dejó ni el menor rastro de su condición de tal en su visita al modestísimo Molde. No sólo cayó derrotado, que eso puede ser hasta asumible después del tres a cero registrado hace siete días en el Sánchez-Pizjuán, sino que lo peor fue que dejó una imagen de pasotismo y de desidia desconocidas en este equipo de Unai Emery. Fue lo más parecido a la hibernación de los animales cuando llegan estos hielos y climas tan extremadamente crudos y lo único que cabe esperar, por el bien de los intereses blanquirrojos, es que ese sueño tan profundo sólo durase las dos horas del encuentro de ayer, pues de lo contrario podría tornar a pesadilla en los meses tan cruciales que se les avecinan.  

Es cierto que todos los equipos de fútbol necesitan días de cierta desconexión y el Sevilla no va a ser la única excepción en este sentido. Sin embargo, una cosa es ésa y otra es ofrecer la paupérrima imagen que mostraron los hombres de Emery en la helada noche de la localidad noruega. El frío, que llegó a ser extremo en algunas fases del partido, parece que también dejó heladas las neuronas de los protagonistas; de lo contrario es complicado justificar tanta desgana.

 

Es verdad que salir a jugar con una ventaja de tres goles puede conducir a semejante absentismo, mas las distancias entre este Sevilla y el Molde son tan abismales que no había ninguna necesidad de que los profesionales ofrecieran esa imagen. Les bastaba con haber desarrollado un entrenamiento exigente para haber sacado el litigio para adelante y con una imagen que no dañara tanto a quien ejerce de campeón.

 

El encuentro comenzó con apariencia de ser tranquilo para los visitantes. Nada hacía pensar que pudieran llegar a sufrir en algunas fases e incluso temer que un segundo gol del Molde los podía acercar hasta el abismo. David Soria no tuvo mayores sobresaltos en el primer tercio a pesar de la voluntad que le ponía el Molde. Todo se desarrollaba lejos del área de los hombres que tenían las camisetas rojiblancas, pero todo degeneraba en un fútbol de mentira, en un camino hacia ninguna parte que moría con malos centros a Fernando Llorente o sencillamente con pérdidas absurdas del balón, algo en lo que también podía influir el césped artificial, aunque eso sólo cabe ubicarlo en el reino de las excusas, al menos hasta la fortísima nevada del descanso.

 

El aparente control del Sevilla, sin embargo, se iba a topar con una noticia inesperada al filo del intermedio, entre otras cosas porque si se da opción a situaciones así, pues pueden ocurrir cosas tan adversas como que el Molde sea capaz de anotar un gol y ponerse por delante en el marcador. Había jugado a la  mentira el Sevilla durante la mayor parte del primer acto, con un control del balón y de la situación que lo invitó a no esforzarse más de la cuenta. Y, ya se sabe, con Reyes y Konoplyanka sobre el césped ése es un riesgo añadido.

 

Emery había confeccionado una alineación  pensando más en el Camp Nou, aunque de mediocampo hacia arriba había muchos millones de euros sobre el césped artificial del Aker Stadion. No en vano, en el equipo estaban los mencionados Reyes y Konoplyanka, ambos jugando en sus piernas naturales y no en las bandas contrarias como es habitual en ellos, además de Banega y Fernando Llorente. Éstos debían ser argumentos más que suficientes para hacerle daño al Molde, para golpearlo sin dejar siquiera que pudiera creer en ningún momento en el milagro de la remontada. Pero no, todo se quedaba en toques sin profundidad, en balones que se pasaban los defensas y que en el momento que buscaban conectar con alguien más avanzado acababan siendo escupidos de nuevo hacia atrás.

 

El Sevilla parecía empeñado en no profundizar, en volver sobre sus pasos una y otra vez. Tuvo alguna opción en un remate de Fazio que sacó un defensa y, sobre todo, en un disparo de Banega al larguero en una de las jugadas mejor trenzadas por todo el equipo. Pero era muy poco, demasiado poco, y los sufrimientos comenzaron a llegar con un par de malos despejes en la recta final de este primer periodo. El primero le correspondió a Escudero y el segundo lo protagonizó Fazio para que Erik Hestad lo cazara y anotara el tanto del Molde.

 

Lo que parecía imposible había sucedido, el Molde estaba por delante e incluso era capaz de envalentonarse en busca de una proeza que atisbaba como quimérica. Tanto es así que después de la gran nevada del descanso el cuadro noruego se atrevió a irse con descaro arriba a por la eliminatoria. Claro que eso parecía aún imposible, pero algunos sustos serios se llevó David Soria durante esos momentos. Y lo que es peor, el Sevilla se convirtió en una máquina de perder balones, de no ser capaz de pasársela al compañero a apenas unos metros al pie, algo que se hizo imprescindible por las condiciones del césped artificial tras la nevada.

 

No tardaría Emery, y con razón, en señalar a Reyes, uno de los que no estaban poniendo nada de verdad a su fútbol, aunque no fuera el único, cierto es. Krohn-Dehli era el que entraba a la cancha para tratar de controlar algo más la situación y poco después le tocaría a Fernando Llorente para que Gameiro buscara, al menos, cierta profundidad. Una ligera reacción del Sevilla sí se produjo, al menos se puede contabilizar un balón de Banega que sacó debajo de los palos Forren y un remate de Kolodziejczak que se estrelló en el poste.

 

Menos da una piedra, pero el Sevilla no fue capaz de aprovechar tampoco que el Molde ya había desguarnecido su defensa y hasta debió sufrir un par de sustos más antes de que Figueiras pudiera empatar en una acción de Banega. Al final, el colchón del 3-0 fue lo suficiente mullido, sobre todo para que el campeón viviera un día de hibernación absoluta. Mejor que sea sólo un parén tesis, lo contrario sería un paso atrás en la progresión del equipo de Emery. 

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